Desde este 27 de Octubre, en que se ha decidido la drástica 
intervención del Gobierno en Cataluña, tras haber sido aprobada la 
ilegal declaración unilateral de independencia de la República catalana,
 España parece haber entrado en el túnel del tiempo: la Generalitat y 
las instituciones autonómicas intervenidas, el Govern cesado, los 
líderes sociales encarcelados, Mossos d’Esquadra controlados por la 
Guardia Civil, el parlament disuelto y los principales autoridades a 
punto de ser detenidas, si es que  todavía no la han sido. 
La derecha se
 apresta a imponer su particular concepción del orden público en 
Barcelona, Girona, Lleida y Tarragona. Desde que el valido de Felipe IV,
 el conde duque de Olivares, tuvo que hacer frente a la rebelión del 7 
de junio de 1640, nunca un presidente de Gobierno, Mariano Rajoy bajo 
Felipe VI, se había visto obligado a enfrentarse con una rebelión, la 
pacífica del 27 de octubre de 2017 en Cataluña.
En el pecado de su indolencia, casi una docena de años sin mover un 
dedo para encauzar la cuestión nacional catalana, lleva ahora mismo 
Rajoy la penitencia de la independencia catalana. Penitencia que, una 
vez más, cae sobre las espaldas de todos los españoles que no comprenden
 muy bien cómo se ha llegado a este choque de trenes anunciado. Que la 
persona encargada de dialogar ayer con la Generalitat, Soraya Saénz 
Santamaría, haya sido hoy la misma que coordinó la salvajada habida en 
Barcelona el 1 de octubre, que ha escandalizado a la Unión Europea, da 
una precisa idea de la concepción del diálogo que predomina en la 
Moncloa. 
Con un mínimo gesto de Rajoy, no estaríamos por desgracia donde
 nos encontramos hoy todos los ciudadanos del Estado. La pregunta de las
 preguntas radica en saber qué ocurrió en la mañana del jueves 26, en 
que nos levantamos con la muy buena noticia de la convocatoria electoral
 de Carles Puigdemont para acostarnos con la mala noticia de la 
declaración unilateral de la independencia catalana.
Toda España vivió ese día pendiente de la Sexta, toda una lección de 
periodismo para el resto de las cadenas televisivas, en espera de un 
Godot que, como el de la obra de Samuel Becket, nunca llegó. Las 
versiones sobre la responsabilidad del incumplimiento de la mediación de
 Rajoy con Carles Puigdemont, de la que ha sido fedatario el lehendakari
 Urkullu, son tan diversas como contradictorias. Lo que sí parece 
evidente es que la comunicación telefónica entre los dos jefes de 
gabinete de la Moncloa y San Jaume, señores Ríos y Moragas, no dio paso a
 que ambos presidentes llegaran a hablar. 
Quien cortó este último hilo, 
cortó entonces la salida sensata al conflicto entre el Gobierno central y
 la Generalitat, abonando el camino tanto a la DUI como al 155. Tal vez,
 en la Moncloa interpretaron que la evidente rendición de Puigdemont, 
renunciando incluso al derecho a decidir, abría el camino de la 
humillación, imponiéndole las elecciones bajo el 155.
Ojalá fuese así, porque cabría una última rectificación, pero no lo 
es. Más bien da la sensación de que Rajoy, muy crecido con el apoyo del 
Rey de la derecha, bien sostenido con las muletas de Cs y PSOE, ha caído
 en la muy mala tentación de empezar a aplicar aquellas tesis 
involutivas de Aznar sobre la cuestión nacional, planteadas por 
Franquito, como le llaman cariñosamente en el PP, en marzo del año 2000 
en una desaparecida revista teórica del Grupo Vocento. 
En resumen, la 
recentralización del Estado recuperando amplias competencias en sectores
 tan sensibles como la enseñanza, cultura, instituciones y medios de 
comunicación, que pasarán la factura a ayuntamientos, partidos, 
entidades cívicas y sociales. Retroceso democrático que nos llevará, 
salvo que Dios nos ayude, a la etapa preconstitucional de Carlos Arias 
Navarro a través de una interpretación laxa del 155,  derrotada en la 
comisión constitucional de 1978, que fuera presentada por Manuel Fraga. 
Es como si el cambio de horario previsto para este fin de semana, 
atrasando los relojes una hora, se combinara con un cambio de horario 
político, atrasando los relojes cuarenta años.
Ahora le toca a Rajoy pasar de las palabras del 155 a los hechos 
del 155. ¿Cómo va a aplicarlo si, según una reciente encuesta de El Periódico,
 más de un 66% de los catalanes lo rechaza y de éstos, más de un 43% son
 electores del PP, PSOE y Ciudadanos? Todavía es muy pronto para que 
cuaje la propuesta lanzada por el prestigioso historiador Borja de 
Riquer i Permanyer, consistente en resucitar hoy la coalición 
Solidaritat Catalana del año 1907, como una respuesta democrática 
catalana a la imposición del 155. 
Pero las fuerzas interventoras le 
darán un muy importante empujón al crear todas las condiciones para que 
todas las fuerzas que defienden el derecho a decidir coincidan en una 
alternativa común basada en la celebración de un referéndum con 
garantías y vinculante, en la liberación de todos los detenidos  y el 
sobreseimiento de las causas políticas junto con la supresión de las 
sanciones y multas. No le va a ser nada fácil al poder central embridar 
una sociedad como la catalana, salvo, claro está, que se retroceda 
también de la actual preconstitucionalidad a la dictadura.
Pese a que Rajoy actúa con inteligencia, intentando cuanto antes 
dotarse de un gobierno autonómico coordinado con las fuerzas de 
intervención, es bastante difícil que las urnas del 21 de diciembre 
puedan resolverle los graves problemas del 155. Con líderes detenidos, 
procesados por rebelión y sedición, por lo tanto inhabilitados, ésta 
apariencia democrática con la que hoy la Moncloa trata de arroparse 
caería por su propia irrelevancia. Celebrar elecciones convocadas por el
 gobierno de Madrid y con los dirigentes soberanistas encarcelados, no 
es de recibo en la Unión Europea. 
No es con un gobierno Quisling o 
Petain,  como va a encauzarse el conflicto histórico de Cataluña con 
España. Sin la recuperación de las instituciones catalanas hoy 
intervenidas, sin un pacto de las fuerzas políticas catalanas, las urnas
 del 155 recordarían a las que colocaba la dictadura franquista tras 
poner fuera de la ley a los partidos democráticos. Tratar de desarrollar
 las tareas recentralizadoras mediante un gobierno ad hoc es una medida 
tan perversa como inútil. Ulsterizar Cataluña es la peor política para 
España y la democracia.
La onda expansiva de la aplicación del 155 en Cataluña va a 
extenderse, con toda seguridad , al resto de todos los pueblos que 
componen España. El bipartidismo dinástico, ya muy deteriorado por la 
cuestión social, que previsiblemente va a agudizarse tras la anunciada 
reducción a la mitad de la compra alemana de deuda española, carece de 
capacidad para abordar la cuestión territorial. 
La manifiesta 
incompetencia del PP y del PSOE, sumada a la de los actuales 
representantes de instituciones estatales, aproxima el escenario 
político de la actual monarquía de los Borbones al existente durante los
 años finales de los monarcas Alfonso XIII en 1931, Isabel II en 1868 y 
Fernando VII en 1808, que pronto desembocaron en las Constituciones de 
1931, 1869 y 1812. 
Si aquel decreto de Nueva Planta, impuesto por la 
razón armada a Cataluña, consolidó la Corona de Felipe V, no es hoy nada
 seguro, sino todo lo contrario, que la imposición del 155 a los 
catalanes vaya hoy a ayudar a consolidar la Corona de Felipe VI.
(*) Periodista

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