José Guirao Cabrera,
almeriense de Pulpí, ha sido nombrado ministro de Cultura tras un
dilatado camino a través de casi todos los pasos y etapas de la gestión
cultural; no sólo conoce muy bien ese mundo, sino que además se ha
ganado desde hace tiempo un merecido prestigio por su vocación, sus
maneras y su buen hacer.
Todo eso me alegra y lo considero bueno para el
país, pero lo que yo voy a destacar es la pequeña historia ecologista
de Pepe, que no descarto pueda ayudar a un Gabinete hacia el que me
confieso totalmente descreído por cuanto dice pretender, nada menos, que
la Transición Ecológica, que es como se ha dado en llamar el ministerio
de Teresa Ribera, un poco (me atrevo a afirmar) sin saber a lo que eso obliga.
Para ello me remonto a 1978, año segundo
de la existencia del Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM), cuando sus
miembros estábamos enfrascados en la batalla de la Isla de Paco, en
Mazarrón, amargándole la vida al promotor Mariano Yúfera;
pero al mismo tiempo dispuestos a afrontar los numerosos problemas
ambientales que nos herían en la costa almeriense: cementera de
Carboneras, carretera por el litoral del Levante provincial,
instalaciones naturistas?
En ese verano se concretó un proyecto, que
hacía tiempo se venía anunciando, consistente en cuantiosas inversiones
de unos promotores belgas en la costa de Pulpí, en torno al núcleo
tradicional de San Juan de los Terreros y que tenía como actuación
estrella una 'marina' en el espacio de las antiguas salinas,
reprofundizándolas para que pudieran acceder yates de envergadura.
Me
alarmé como aguileño, sí, ya que Terreros siempre ha sido una playa muy
frecuentada por la gente de Águilas, pero identifiqué más bien mi
indignación como ecologista, porque lo que se pretendía era aniquilar un
espacio de fuerte sabor familiar (no sólo para los pulpileños y
aguileños sino para buena parte de las poblaciones de la cuenca del río
Almanzora) y porque ese proyecto destinaba al consumo y la degradación
una costa bien conservada, semiárida, luminosa y de muy fuerte
personalidad.
Siguiendo
mi método, quise contactar con quienes mejor pudieran desarrollar la
respuesta crítica local, y para ello recurrí a mi amigo Juan Manuel Díaz,
que ya era conocido como 'el cura de Pulpí', pidiéndole que me pusiera
en contacto con las personas adecuadas. (De Juan Manuel debería, aunque
fuera de paso, decir muchas cosas, incluyendo su papel de discreto de
mentor en la familia Guirao y una influencia muy positiva que ha
ejercido en más de una ocasión en mi vida; en ese entonces, siendo
párroco de Pulpí también trabajaba en la librería lorquina Foro,
propiedad del pintor y ecologista Vicente Ruiz).
Y así aparecieron un día de julio de 1978 en mi casa de Águilas los hermanos Beatriz
y Pepe Guirao (éste, con 18 años, acababa de empezar Filología
Hispánica, carrera que completó en las Universidades de Granada y
Murcia), que ya se habían iniciado en esa lucha: el entendimiento fue
rápido y nos pusimos a trabajar inmediatamente para hacer fracasar el
proyecto.
Vinieron en nuestra
ayuda los excesos ya cometidos por un secretario municipal (con plaza en
Níjar pero cuya presencia perniciosa se dejaba sentir en San Javier y
San Pedro del Pinatar, siempre al olor de los negocios del litoral, y
que en Pulpí también hacía de asesor) excesivamente amigo de estos
cambalaches y que había forzado la legalidad dotando a Pulpí de algo tan
estrambótico como un Plan General de Ordenación Turística 'Zona Costera
de Pulpí', que nos dedicamos a demoler.
Yo atraje la atención sobre esa
figura aberrante tanto de la Junta (preautonómica) de Andalucía como de
mis amigos arquitectos de la dirección general de Acción Territorial y
Urbanismo, del MOPU, y fue desde este órgano de la Administración
central desde el que se lanzó la advertencia al ayuntamiento de Pulpí de
que el tal plan «adolecía de defectos de anulabilidad y nulidad
absoluta».
Una vez vinculados
al GEM los hermanos Guirao y otros amigos de Pulpí optamos por encuadrar
el rechazo popular creando una Asociación de Vecinos, que rápidamente
concitó un apoyo masivo. Y de cara a las elecciones (primerísimas)
municipales de marzo de 1979 la decisión estaba tomada: se presentaría
una lista compuesta de ecologistas del GEM y vecinos de la asociación
recién creada, lo que constituyó el primer ejemplo de este tipo en el
país, años antes de la aparición de partidos y listas 'verdes'. El
experimento funcionó y la lista cívica, de rechazo a los planes de la
costa, ganó seis de los once concejales en liza.
Pepe
Guirao formaba parte de esta lista y fue él quien asumió la
responsabilidad urbanística en Pulpí, centrando su trabajo en la
fundamentación de la ilegalidad de esa figura y la consecuente
liquidación del engendro.
Beatriz se mantuvo fuera de esa corporación
tan inédita y me sucedió en 1981 como presidenta del GEM. Pepe repitió
de concejal en 1983, esta vez ya integrado en el PSOE, y en una segunda
experiencia 'saltó' a Almería como diputado provincial responsable de
Cultura.
No pasó mucho tiempo para que fuera nombrado director general
de Bienes Culturales en la Junta de Andalucía y seguidamente la ministra
Alborch 'se lo llevó' a Madrid como director general
en el ministerio de Cultura; y desde entonces no ha parado de gestionar
entidades culturales de envergadura. Pero esta ha sido una (larga) etapa
en la que nuestro trato ha sido discontinuo, al vivir ambos
preocupaciones separadas.
Pepe
Guirao me evoca aquellos años de intensa reivindicación del litoral,
cuando yo era considerado como uno más en su casa de Pulpí. Su padre, Lucas, y su hermano Belarmino ya no podrán sentir la legítima satisfacción de este éxito personal y familiar, pero sí su madre, Mercedes, y sus hermanas Bea y Ana,
siempre tan orgullosas de las actividades de Pepe.
Por contra a algún
otro nombramiento, más mediático que otra cosa, el de Pepe Guirao hace
justicia a un itinerario que, en lo intelectual y en lo político, no
deja lugar a dudas. Por eso yo también me alegro profundamente.
(*) Ingeniero, profesor y activista