Es curioso como las situaciones se suceden en el mundo de la 
política. La marejada en que se encuentra sumido el Partido Popular y 
que no deja de ganar altura ha tirado por la borda las expectativas del 
presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. El 
joven barón popular, el deseado para presidir el PP, el único capaz de 
cohesionar el partido, ha decidido no moverse de Galicia y renunciar a 
relevar a Mariano Rajoy. 
El registrador de Santa Pola
 parece haber sedado la organización conservadora después de muchos años
 de travesía hacia la nada y de dilapidar con la inacción una mayoría 
absoluta en 2011. Hasta el extremo que Feijóo prefiere garantizarse la 
placidez de la mayoría absoluta con la que cuenta en el Parlamento de 
Galicia ―el de Santiago, es el único parlamento autonómico donde el PP 
aun la conserva― y descartar los cantos de sirena que había recibido.
La renuncia de Feijóo está muy calculada y en un momento en que el 
expediente inmaculado es obligado, es probable que no haya querido 
revivir relaciones y fotografías que periódicamente han ido saliendo en 
su carrera política. El miedo como nuevo factor en las decisiones de la 
vida política española. 
Un ministro, Màxim Huerta, ha 
durado una semana en el cargo, de hecho, cinco días laborables. La 
placidez con la que gobierna no tiene nada que ver con lo que Feijóo 
hubiera tenido que afrontar en los próximos meses. Eso, 
si finalmente hubiera ganado, algo que todo el mundo daba por seguro 
pero las votaciones de los militantes siempre tienen su qué.
Es obvio que con su renuncia, la elección del sustituto de Rajoy estará mucho más abierta. El diputado Pablo Casado
 ya ha dicho que se va a presentar aunque le persigue el tema de su 
máster ya en fase judicial y con noticias de que se podría llegar a 
pedir su suplicatorio. 
Y también están las dos damas del PP, Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría. Sus validos van presentando
 sus credenciales por los despachos de Madrid. Casado, Cospedal y SSS no
 son, en el fondo, muy diferentes. 
Los tres encarnan el ala derecha del 
partido: el primero, sin disimulo; la segunda, con convicción; y la 
tercera, con rubor. Aznar apoyaría a los dos primeros, sobre todo a 
Casado, el que tiene menos que perder. Y Margallo, que también está, no 
parece tener opciones pero se sumaría a cualquiera que fuera contra la 
exvicepresidenta.
Quizás, en vez de un congreso, asistiremos a una tragedia. Al tiempo. 
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

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