A pocos metros de distancia se están celebrando dos juicios que tienen en jaque a la judicatura española
 por su relevancia política y deportiva y, sobre todo, porque nada está 
saliendo como estaba previsto. El más mediático de los dos es, sin duda,
 el que se celebra en el Tribunal Supremo y que juzga por rebelión a los nueve presos políticos catalanes. 
Al entrar en la quinta semana, y habiendo pasado ya unos cuantos 
testigos de la fiscalía, la más grave de las acusaciones aún está por 
probarse, igual que la de la malversación. Este juicio, que, 
lógicamente, tiene en vilo a una parte muy significativa de la sociedad 
catalana, es un atropello en toda regla ya que la causa general contra 
el independentismo ha desembocado en una instrucción que palmariamente 
es insostenible y que ha causado un daño irreparable a las instituciones
 catalanas, a los políticos  encarcelados y a los exiliados.
Mucho menos mediático es el juicio en la Audiencia Nacional a Sandro Rosell,
 el ex presidente del Futbol Club Barcelona acusado de cobrar comisiones
 ilegales por partidos del Brasil en los que hizo de intermediario. La 
juez Lamela mantuvo contra viento y marea la prisión sin fianza durante 
casi dos años aunque el expresidente se ofreció a poner como fianza 
todos sus bienes, superando así la hipotética cantidad perseguida y 
defraudada. 
Ha sido el caso de la historia judicial con una prisión 
provisional más larga por delito fiscal y Lamela, igual que la fiscalía,
 no dio su brazo a torcer. Todo eso sucedió hasta llegar a juicio hace 
ahora un par de semanas. El tribunal que le juzga rectificó en las 
primeras sesiones la prisión provisional y le concedió la libertad 
provisional y sin fianza. 
Este lunes, Dirk Hollstein, representante de 
la empresa saudí que contrató los servicios de Rosell, ha declarado como
 testigo de la Fiscalía y, para sopresa, supongo, del ministerio fiscal,
 ha ratificado la versión del expresidente y ha colocado a la justicia 
española ante un serio problema.
¿Puede ser que no haya ni caso y que Rosell haya pasado dos años 
injustamente en la prisión de Soto del Real primero y Brians2 después? 
¿Es eso posible después de todo lo que hemos leído durante estos dos 
años en los escritos de la juez Lamela, la misma, por 
otro lado, que llevó inicialmente la instrucción de los presos políticos
 catalanes? ¿Qué importancia tiene que bajo su presidencia se celebrara 
en el Camp Nou el Concert per la llibertat y pasara la Via Catalana
 por el estadio?  
El hecho de que los dos casos se solapen en el tiempo 
multiplica la preocupación existente en la judicatura española, que ve 
como se deshacen como un azucarillo más allá de las acusaciones que se 
han formulado y de los dos sumarios instruidos. Es obvio que un 
carpetazo al de Sandro Rosell dejaría en mantillas a la justicia 
española ante un caso en el Tribunal Supremo que acabará en Estrasburgo.
Mientras, sabemos que el comisario Villarejo decía 
ganarse muy bien la vida con el proceso catalán. Y utilizaba fondos 
reservados, que nunca se han explicado, pero que tenían por objeto 
fundamentalmente desprestigiar instituciones catalanas, políticos y 
personalidades de la sociedad civil por el simple hecho de ser 
independentistas. 
La ciénaga se ha ido llenando poco a poco durante 
demasiado tiempo y se ha actuado con un descaro sin 
límites, supuestamente en defensa de la unidad de España. Y el olor cada
 vez es más intenso. El paso previo a hacerse insoportable.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario