No hacía falta enviar cuadrillas de 
vigilantes a los pueblos y ciudades de Catalunya contra el desvergonzado
 color amarillo. No era preciso imponer la ley del cutter en las calles.
 Bastaba con convocar elecciones y pedir la intervención de la Junta 
Electoral Central, órgano al que pertenecen dos de los jueces que están 
juzgando a aquellos por los que los otros ponen los lazos amarillos que 
ahora prohíben. 
Curiosamente, entre sus miembros, si no yerro, no hay ni
 un catalán. Tampoco importa mucho porque, de quererlo, habrían 
encontrado alguno al que los símbolos amarillos pusieran tan amarillo 
como a sus colegas.
Probablemente
 esta requisitoria será legal. Al fin y al cabo, esta cuadrilla hace las
 leyes a la medida de sus conveniencias. Desde luego, no es justa y es 
de esperar que la Generalitat responda políticamente como se merece Y, 
por supuesto, es inepta, porque provocará un florecimiento amarillo en 
todo lo que no sean instituciones públicas, que es mucho, porque en 
Catalunya prevalece la sociedad civil. 
Hace unos cien años, un dirigente
 moderado de la Lliga decía algo así como (no pongo comillas porque cito
 de memoria): si quisiéramos conseguir la secesión deberíamos propiciar 
que las autoridades españolas se comportasen como lo hacen.
Y así siguen hoy. ¿Resultado? Los herederos de la Lliga han comprendido que el Estado cumple ciegamente su destino y, por tanto, se han hecho secesionistas, también llamados independentistas. Y no solo lo dicen, sino que lo hacen. Este es el aspecto determinante de la revolución catalana, que es de toda la sociedad. No de un partido o una clase, sino de todos (o muchos) y todas. Y así seguirá siendo por la dinámica propia de la nación catalana que, como la flecha en el aire, tiene que alcanzar la diana.
Y así siguen hoy. ¿Resultado? Los herederos de la Lliga han comprendido que el Estado cumple ciegamente su destino y, por tanto, se han hecho secesionistas, también llamados independentistas. Y no solo lo dicen, sino que lo hacen. Este es el aspecto determinante de la revolución catalana, que es de toda la sociedad. No de un partido o una clase, sino de todos (o muchos) y todas. Y así seguirá siendo por la dinámica propia de la nación catalana que, como la flecha en el aire, tiene que alcanzar la diana.
Algo simple: no es un desvarío de iluminados, ni una 
conjura de interesados o una obra de partido. Es un movimiento popular 
de abajo arriba y poderoso, porque se da en una sociedad fuertemente 
articulada.
A
 esta prohibición, seguirán otras de la misma fuente que ya actuó con 
idénticos designios en las elecciones de 21 de diciembre de 1917 sin 
evitar el triunfo independentista. Así que ahora, las injerencias serán 
mayores. La Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals está en el punto
 de mira de este blocao unionista disfrazado de neutralidad como el que 
se pone una máscara veneciana. Empezarán con el lenguaje. 
Anatematizada 
la expresión "presos políticos", a continuación caerá "presos 
independentistas" porque, dicen, no están presos por ser 
independentistas sino por ser presuntos delincuentes (o ni presuntos, 
según alguna ministra) de derecho común. Habrá que llamarlos a secas 
"presos" o uno a una por sus apellidos. En las tertulias, ojo con lo que
 se ve y dice. ¡Ah! Cuidado con los medios privados, los digitales sobre
 todo, que dan noticias sacadas de las redes en donde es menester poner 
orden.
Una
 intervención en toda regla mientras se revisan febrilmente normas y 
reglamentos, doctrina y jurisprudencia a porrillo para descabalgar de 
las listas a los presos y presas políticas. Entre tanto, en el campo 
indepe, la habitual trifulca sobre si llevar a las presas políticas en 
cabecera de listas no será supeditar la estrategia a su condición y 
desviarse del objetivo. Verdaderamente hay debates que podíamos 
ahorrarnos. Como si no supiéramos hacer dos cosas al mismo tiempo. Y 
veinte. 
Las presas políticas son parte de la estrategia, como todo lo 
demás. Tenemos listas, candidaturas, instituciones dentro y fuera, 
mantenemos la iniciativa en todos los campos, tomamos decisiones, 
mantenemos en jaque a la administración central, sin darle excusa para 
aplicar el 155, la acción exterior es tan importante como la interior.
No
 ir a Madrid es un error. No hablar con una sola voz en representación 
de todos los sectores políticos y sociales independentistas (y hasta 
algún free rider) es un error. Pero se hará de necesidad, virtud.
 Se supone que el bloque indepe actuará unido en el Congreso. La 
eficacia de su acción dependerá de la correlación de fuerzas. 
Pero,
 además, el resultado de las elecciones tendrá la correspondiente 
lectura catalana que, a su vez, influirá sobre las subsiguientes 
municipales en las que hay una diversidad casi laberíntica. La lectura, 
sin embargo, será sencilla, una vez que, autoinmolada la CUP, será la 
competencia por la hegemonía entre los dos sectores tradicionales del 
catalanismo, la izquierda y la derecha que es ahora tan independentista 
como la izquierda y los así llamados "antisistema". 
El resultado puede 
ser el equilibrio o dar ventaja a una parte sobre la otra. Lo que suceda
 después dependerá en buena medida de cuál sea la parte hegemónica.
El
 Estado sigue sin oferta alguna para Catalunya salvo la represión y la 
procrastinación más desvergonzada. Pero esa situación asfixia la acción 
de la Generalitat en la medida que esta tiene el compromiso de 
cumplimiento del mandato del 1-O.
Y a ello habrá de enfrentarse el independentismo, sea cual sea el sector hegemónico. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario