Si las informaciones que llegan de diferentes países europeos son 
ciertas, en muy pocas semanas -en algún caso incluso en unos días- 
pueden producirse una serie de noticias judiciales que abran en canal 
toda la instrucción practicada por el juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena. 
La justicia belga es cada vez más contraria a aceptar las dos euroórdenes
 que pesan sobre los consellers Toni Comín, Lluís Puig y Meritxell 
Serret, en este caso, por malversación y desobediencia. 
Por su parte, el
 tribunal de Schleswig-Holstein, en Alemania, que tiene en sus manos la 
decisión respecto al president Carles Puigdemont por 
rebelión, malversación y desobediencia descartó la primera 
acusación hace varias semanas y, respecto a la segunda, se está 
produciendo con el paso de los días un cierto estupor sobre la 
insuficiente información recibida por parte del Supremo.
La noticia de la oposición de los tribunales de los dos países ha 
originado un enorme enfado en el gobierno español, la judicatura y las 
diferentes instituciones del Estado, que se empiezan a preparar ante una
 eventualidad de esta naturaleza. 
En el plano político, excepto 
Ciudadanos, que mira de obtener el mayor rédito electoral posible, salta
 a la vista que el Partido Popular ha rebajado sus comentarios para que 
el tema no ocupe cada día todas las informaciones. Lo mismo han hecho la
 Fiscalía y otros estamentos de la judicatura española. 
En el terreno 
mediático, una pluma relevante como es la del ex director de ABC José Antonio Zarzalejos,
 que se mueve en posiciones siempre próximas a lo que sería el Estado en
 su sentido más amplio, ya habla abiertamente de escenarios alternativos
 para Llarena si se rechazan las euroórdenes.
El último elemento conocido de la documentación solicitada por la 
justicia alemana y belga, para valorar con mayor conocimiento 
el supuesto delito de malversación como sostiene el juez Llarena, es la 
simple valoración indiciaria de un supuesto delito. 
Sin pruebas, sin 
apoyo documental del Ministerio de Hacienda, sin ningún
 asiento contable en el que figure tal malversación, Llarena pretende 
que la justicia europea dé por buenos unos hechos sobre los que no 
existe una prueba directa. 
Demasiado poco para delitos tan graves, 
apuntan unas fuentes. Y, otras, demasiado volátil para aprobar unas 
euroórdenes que están siendo miradas con lupa por tribunales de 
diferentes países y sobre las que un día se tendrán que pronunciar los 
tribunales europeos.
Todo apunta, por tanto, y dicho sea con la mayor prudencia posible, 
que podemos estar en vísperas de noticias halagüeñas y definitivas para 
los que hemos considerado siempre que el relato policial y judicial era 
en buena medida insostenible a medida que se objetivara el juicio y no 
fuera una causa general contra el independentismo. 
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

 
 
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