Ciudadanos
 lleva nueve años en política en Cataluña. No es un partido caído del 
cielo y su dirigente, Albert Rivera, tampoco. Y mucho menos de un 
guindo. Posee experiencia, sabe jugar, tiene aguante y, lo más decisivo,
 conoce a sus adversarios mejor que ellos a él.
Esa
 ha sido hasta ahora su baza principal, que en estos diez años desde que
 consiguieron tres diputados en las elecciones catalanas en 2006, hasta 
comienzos de este 2015, Rivera y C's eran prácticamente desconocidos en 
España. 
Ya
 no. Un repaso de su historial en resultados electorales revela una 
trayectoria ascendente, discreta, sostenida, con algún altibajo, pero 
significativa. En las autonómicas de 2010 mantuvo sus tres diputados, 
con un 3,39% del voto, pero en las de 2012 los triplicó (7,56% y 9 
diputados) y, finalmente, en las de este año, ha dado la campanada con 
17,93% y 25, segundo partido del Parlament, por delante de los 
socialistas y de los infelices de Podemos. 
Eso en Cataluña. Pero C's se ha visto siempre como un partido español
 y ha estado presentándose en diversas convocatorias con variada fortuna
 hasta que esta le ha sonreído este año y se prepara para el asalto 
decisivo en las próximas de diciembre. En las generales y andaluzas de 
2008 (0,18% y 0,13% del voto respectivamente) se quedó fuera de ambos 
parlamentos. Nuevo fiasco en las europeas de 2009, en que se presentó en
 coalición con Libertas y Miguel Durán de cabeza de lista. Con 
tanto revés, prefirió no presentarse a las generales de 2011. Tampoco 
las municipales se le daban bien: 13 concejales en Cataluña en 2007 era 
para llorar y más aun en 2011, si bien aquí se encendió una lucecita de 
esperanza porque el partido consiguió algunos ediles fuera de Cataluña.
Las autonómicas
 de 2012, fueron el comienzo. Después, la escalada: 2 diputados en las 
europeas de 2014 (las que lanzaron a Podemos a "asaltar los cielos"), 
notable avance en las andaluzas de este año, con 9,28% del voto y 9 
diputados de 109, decisivos para gobernar Andalucía. Las subsiguientes 
municipales y autonómicas de 2015, pedrea de cargos en toda España, que 
ha hecho determinante el partido de Rivera en varios lugares, por 
ejemplo, en Madrid. Las autonómicas plebiscitarias catalanas de este año
 han convertido C's en un partido central.
Los
 sondeos le son muy favorables y la valoración popular de Rivera en los 
barómetros del CIS es altísima, un 5,2, muy por delante de los demás 
líderes, incluido el prematuramente declinante Iglesias, y a distancia 
sideral del hombre de los sobresueldos en La Moncloa. 
Del
 desconocimiento a favorito de todas las apuestas.  Pero C's no sale de 
la nada, no improvisa, no es producto de las cogitaciones de un grupo de
 profesores doctrinarios. Lleva diez años de brega y en territorio 
hostil. Está fajado. Ha tropezado, ha caído, se ha levantado y aquí está
 ahora, dispuesto a mantener un cara a cara televisivo con la estrella 
rutilante de las medios que, de pronto, aparece no solo "cansado", como 
él mismo tuvo la ingenuidad de confesar a Rivera, sino ajado, antiguo. 
Tanto que el propio Rivera, en un gesto de vencedor nietzscheano, sin 
piedad con el caído, pide ahora un debate con Rajoy y Sánchez, ignorando
 ya al dirigente de Podemos.
En
 estas condiciones, es lógico que los focos se centren ahora en este 
recién llegado que casi aparece salido de la nada. Con susto y sorpresa,
 la opinión descubre que no sabe nada de un hombre que en dos meses 
puede convertirse en el presidente del país. Y lo curioso es que seguirá
 sabiendo muy poco. Carece de pasado y casi de presente y, como 
Parsifal, ni él mismo sabe de dónde viene cuando llega al castillo de 
Monsalvat. Las búsquedas en hemerotecas y bases de datos apenas dan 
resultados. Hasta Wikipedia falla. Sus informaciones son escuálidas, 
casi inexistentes y, cuando se explayan algo más es para embellecer la 
figura de este político de 35 años que flota en el vacío, lo cual 
levanta suspicacias, pero no impide que su expectativa de voto sea muy 
alta y vaya en ascenso. No es un personaje tan puro y limpio como el 
virginal Galahad, pues se le conocen algunos pecadillos, pero en 
conjunto es tan intachable como Parsifal.
La buena facha lo acompaña. Su cartel in puribus para
 las elecciones de 2006 causó buen impresión y se quedó en la memoria 
visual colectiva. No tanto el que se reproduce aquí para las generales 
de 2008, en las que fracasó. Y con razón. La imagen tira de la metáfora 
de España enferma terminal salvada por la competencia médica de C's, 
igual que el espantoso pestiño que ha plagiado el PP para las de este 
año. La repulsión que ambas propuestas despiertan viene del hecho de que
 visualizan esa idea costista del cirujano de hierro, que tanto 
gustaba al dictador Primo de Rivera y que suelen acariciar las 
mentalidades autoritarias, proclives al fascismo, como las del PP y, a 
mi juicio, este Rivera. Pero, salvado este bache, el líder de C's tiene 
buena pinta, de las que gustan en televisión, resulta más favorecido que
 sus inmediatos competidores, Sánchez,  Iglesias y, por supuesto, 
Garzón, porque se ajusta mejor al canon de la nada sonriente que cautiva
 a unas audiencias incapaces de seguir un discurso de más de sesenta 
segundos.
Esa
 presencia positiva, atractiva, sin ser rutilante ni deslumbradora, la 
del Juan Español bien vestido, repeinado, sonriente, atento con las 
damas y solícito con los ancianos, tiene la magia der ocupar toda la 
pantalla y no dejar sitio a posteriores indagaciones. El hombre no tiene
 pasado grave que echarle en cara y los repetidos intentos de fabricarle
 una militancia en el PP o connivencias con grupos fascistas o 
claramente xenófobos (aunque alguna haya habido) son contraproducentes 
porque dan a entender que no hay nada que pueda criticarse en su 
discurso. Es mucho más eficaz, porque es real y cuenta, la coincidencia 
de C's con el PP a la hora de no condenar el franquismo ni el asesinato 
de Lluís Companys o la de negarse a abolir las corridas de toros, lo que
 propició que saliera en hombros de la afición de la plaza. 
Pero
 justamente, estas negativas apuntan a un factor decisivo en la oferta 
ideológica de C's: el partido es de origen catalán pero de ambición 
española; habla siempre para público español, incluso cuando lo hace 
desde Cataluña. Reúne en una sola oferta una parte de Cambó y otra de 
Lerroux. Son catalanes buenos que quieren gobernar España y están dispuestos a terminar con el independentismo y el radicalismo como el emperador del paralelo. La unidad de España vencerá si la mayoría de los españoles vota la opción ideológica más apropiada para ello, la de Ciudadanos.
Así
 no es la telegenia del mancebo, ni su falta de tachas en el pasado, ni 
su populismo catalán lo decisivo, no. Lo decisivo son las propuestas 
ideológicas, el mantenimiento de un tirón doctrinal que instale 
cómodamente a Ciudadanos en el catecismo hegemónico del neoliberalismo 
ilustrado, mostrando con absoluto descaro su coincidencia con todo lo 
que se supone que ha triunfado (las bobadas y simplezas sobre la libre 
competencia, la flexibilidad laboral, la competitividad, la 
desregulación, las privatizaciones, etc) y su enfrentamiento con todo lo
 que ha fracasado (el paro, la pobreza, la desigualdad, la inmigración, 
etc.) en un juego consistente en apuntarse a todas las victorias y 
desaparecer de todas las derrotas.
Eso
 se llama falta de principios, oportunismo y, llegado el caso, juego 
sucio. Pero también puede considerarse falta de doctrinarismo, 
escepticismo postmoderno y pensamiento líquido muy apropiado en una 
época en la que ya nadie cree en los sistemas o los grandes dogmas. C's 
tiene un relato actual, que huye de toda construcción programática y se 
aferra a postulados singulares, soluciones concretas que se presentan 
como hallazgos pragmáticos siempre en pro de un bien común  que se da a entender, pero jamás se explicita. 
Así
 como el PP, su referente, en las elecciones de 2011, presentó un 
programa falso que no pensaba cumplir y puso luego el verdadero en 
funcionamiento en una estafa histórica, C's mejora la práctica: dice en 
todo momento lo que la gente quiere oír y no se preocupa de si es o no 
contradictorio o si se ajusta o no a su programa porque no tiene 
programa. Ni verdadero ni falso. Esto le permite opinar sobre todo en 
una especie de horizonte de neoliberalismo trivial en el que lo más 
importante es no parar de hablar, no dejar que se haga el silencio y la 
gente, los electores, reflexionen sobre cuál pueda ser el objetivo de 
esta densa charla cuyo ruido solo denota el horror al vacío y al 
silencio de los charlatanes y vendedores de crecepelo. Rivera quiere que
 lo vean en el centro, igual que Podemos quería que lo situasen en la centralidad política antes
 de encontrarse a pique de irse por el sumidero de la historia. Pero la 
gente lo sitúa más bien a la derecha, en un 6,8 de media en la escala 
ideológica del CIS. Por eso es importante no hacer el vacío en la 
pantalla y no dejar que la gente encuentre un momento para atar cabos y 
no dejarse engañar. 
La segura sonrisa de Rivera preanuncia la confianza de Parsifal, el tonto inocente de la historia. Solo que, en mi opinión, de inocente, este no tiene nada.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED