Se debe poder decir sin que nadie se ponga nervioso: el baño de los abogados defensores
 de los presos políticos a la Fiscalía y la Abogacía del Estado ha sido 
inmisericorde. En pocas ocasiones como este martes se ha visto a las 
acusaciones tan incómodas y nerviosas como durante las intervenciones de
 Andreu Van den Eynde y, sobre todo, Xavier Melero y Jordi Pina. 
Han 
sido casi siete horas, cada letrado con su estilo, desmontando la enorme
 mentira que se ha fabricado contra el independentismo y la inexistente 
violencia y alzamiento que justifica las acusaciones de rebelión y 
sedición. Nunca como hoy la manipulación del Estado apareció tan 
evidente y produjo tanta vergüenza ajena. Nunca como hoy salió tan a 
chorro la falacia de un relato inconsistente y se desangró una acusación
 incapaz de presentar a lo largo del juicio pruebas para unas 
acusaciones tan graves.
Cuando Xavier Melero
 coge el estilete es casi como cuando Messi coge el balón. El final está
 escrito la mayoría de las veces. El relato de Melero -abogado de Quim 
Forn- fue duro, a ratos implacable, realista y amargo también para los 
independentistas. Como cuando señaló que no se había producido ninguna DUI
 y que con el 155 aprobado el Govern lo que hizo fue entregar el poder, 
no defenderlo. Su diatriba contra Diego Pérez de los Cobos, el 
coordinador policial del 1-O, fue cruel y puso encima de la mesa una 
tesis interesante: su labor no fue nunca la de coordinador.
Por su parte, Jordi Pina
 estuvo coloquial e implacable en las tres horas de las que dispuso como
 abogado de Jordi Sànchez, Jordi Turull y Josep Rull. Llevó al absurdo 
muchos de los argumentos de las acusaciones. ¿Son tan incompetentes los 
fiscales como Pina demostró? Su compromiso con los presos políticos, 
lejos de aparecer como un inconveniente, agrandó su exposición. Y puso 
un ahí de gran emoción cuando apuntó que había sido un honor defenderlos
 y los definió como "gent de pau".
Abrió la sesión Andreu Van den Eynde,
 el letrado de Oriol Junqueras y Raül Romeva. Intervenir el primero no 
debe ser nada fácil y lo hizo con aire profesoral y marcando un camino 
entre el derecho a la manifestación y la rebelión; a veces, fue una 
defensa política y otras, técnica. Su petición de que vuelva a la 
política la resolución del conflicto lamentablemente no será escuchada. 
Después de pasar buena parte de la jornada en el Tribunal Supremo,
 uno debería esperar una sentencia infinitamente más suave que la que 
piden las acusaciones. Desobediencia y poca cosa más. Pero en los 
pasillos del antiguo convento de las Salesas Reales y en los recesos lo 
que más se oye es escarmiento y, lo que menos, justicia.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

 
 
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