En la izquierda no existe división en la condena al 
franquismo. En la derecha, que esta cuestión se convierta en tema 
central de la campaña puede crear un serio problema. Vox lo tiene claro.
 Va a recuperar la bronca al respecto hasta sus últimas consecuencias, 
tal y como han demostrado estos días. 
Rocío Monasterio llevó la presión 
al PP en la Asamblea de Madrid. Ortega Smith cargó de forma miserable 
contra las 13 Rosas en TVE. Finalmente, en el mitin de anteayer, Abascal 
calificó la historia del PSOE como si de una organización criminal se 
tratara. Es más que evidente que la formación ultraderechista ha 
decidido buscar la provocación al máximo nivel en esta delicada materia.
 Tiene una explicación. Tienen una estrategia.
Todas 
las encuestas coinciden en que Vox puede sufrir un significativo 
descenso en su apoyo popular el 10 de noviembre. Si así sucediera, 
significaría la quiebra de la tendencia creciente que supuso su 
irrupción en el arco parlamentario en España. Cabría pensar en que este 
resurgir de la ultraderecha se quedará en un fenómeno puntual derivado 
de la delicada coyuntura vivida por el PP, tras la moción de censura que
 acabó con el gobierno de Rajoy.
Vox necesita reaccionar y no tiene 
mucho tiempo. Su mayor problema es de discurso. Le resulta complejo 
encontrar mensajes identificadores que justifiquen la utilidad de su 
existencia. Todos los estudios demoscópicos coinciden en que hay una 
parte de sus electores que se plantean volver a apoyar al actual Partido
 Popular, a la vista de que la fragmentación de la derecha beneficia la 
posibilidad de que los socialistas se mantengan en el poder.
La unidad de España parece irse reconduciendo hacia la 
preponderancia de la moderación frente a los radicalismos. El asunto de 
la inmigración no cala como serio problema entre los españoles. Las 
posiciones aberrantes de Vox sobre la violencia de género o el uso de 
las armas no arrastran voto alguno. Sin embargo, Franco y el retorno al guerracivilismo representa curiosamente una inesperada oportunidad para intentar mejorar sus pesimistas expectativas electorales. 
El
 revisionismo del franquismo divide según las encuestas a los votantes 
del PP. La mayor parte de ellos se declaran contrarios a la exhumación 
de los restos del dictador y la Ley de Memoria Histórica. Otra parte de 
sus seguidores, situados en el centro derecha, defienden sin embargo 
posiciones menos nostálgicas y asumen la necesidad de reparar los 
excesos de la dictadura. 
Aquí está el problema de los populares y la 
oportunidad de Vox. El PP está en plena campaña de atraer a votantes 
moderados de Ciudadanos cansados de los devaneos y requiebros de Rivera.
 Sin embargo, un posicionamiento de los populares hacia la extrema 
derecha puede detener ese proceso. 
Pablo Casado lleva semanas 
defendiendo un discurso más centrista con el que busca ampliar su base 
electoral aprovechando la debilidad de la formación naranja. 
Curiosamente, que el PP se vea obligado a defender su flanco más 
derechista supondría la primera buena noticia para Ciudadanos en mucho 
tiempo. 
Rivera puede hacer bandera de modernidad y presentarse como 
alternativa a la vuelta al pasado más negro. En estos días, volverá a 
aparecer su famoso discurso de "ni rojos, ni azules". Admito apuestas.
Rocío
 Monasterio, portavoz de Vox en la Asamblea de Madrid, planteó hace unos
 días una estudiada pregunta respecto de la exhumación de los restos de 
Franco a la presidenta del gobierno regional, Isabel Díaz Ayuso, elegida
 gracias a los votos de la formación ultraderechista. Terminó su 
intervención inquiriendo a Díaz Ayuso a que eligiese públicamente si 
estaba "con Sánchez o frente a él". 
La respuesta de la presidenta de la 
CAM más que una contestación fue un "subo la apuesta". La intervención 
leída de Díaz Ayuso retumbó en las paredes de la Asamblea como un ataque
 desmedido e irracional que identificaba a la izquierda actual con los 
horrores vividos en los prolegómenos de la guerra civil en 1936. La 
contumacia de la declaración de la presidenta de todos los madrileños en
 la sede de la representación institucional pasará a la historia del 
disparate político. Veían venir la amenaza y no parece que acertaran en 
la fórmula de afrontarla. 
Para el PP, entrar en este 
camino abre un panorama tan incierto como peligroso. Abre vías de agua 
por todos los costados. Una guerra directa contra Vox podría detener el 
regreso de sus votantes desde la ultraderecha. Además, dejaría espacio 
libre a Ciudadanos para marcar una esencial diferencia respecto a un PP 
que pretende presentarse como moderado. Poner en el foco el discurso más
 extremista de la derecha puede movilizar el voto en la izquierda y 
aumentar su expectativa electoral. 
Lo más lógico es que el PP rehúya el 
peligroso juego que Vox le plantea. No puede caer en la provocación y 
volver a recuperar su discurso más oscuro. De nuevo tendrá que hacer 
frente a la acusación de "derechita cobarde" que tanto duele entre sus 
filas. La situación es complicada se mire desde donde se mire. El PP 
tiene que decidir cómo actuar y ninguna alternativa es perfecta.
La
 semana pasada, tras la salida al campo de batalla de Díaz Ayuso, el 
Partido Popular intentó desaparecer. Ni un solo dirigente se desmarcó de
 las declaraciones y tampoco nadie las corroboró. Simplemente, algunos 
de ellos explicaron a la prensa, fuera de micrófonos, que quizá no 
parecía consecuente el tono de esas afirmaciones con el estilo más 
moderado que el PP quería presentar en estas elecciones. Cualquier 
posicionamiento claro puede tener consecuencias en contra. Se les abre 
un problema estratégico desde la perspectiva de diseño de su campaña 
electoral. 
Hay quien quiere enterrar a Franco donde 
corresponde y hay quien ve bien resucitarlo. No deja de ser asombroso 
que en 2019 la figura del dictador siga presente en el debate político 
en nuestro país. Más de 40 años después de su muerte el juicio público 
sobre su figura sigue siendo objeto de controversia. Por mucho que 
creamos que la brutal dictadura vivida en España está superada, no es 
cierto. 
Tras una guerra extraordinariamente cruenta, que finalizó hace 
80 años, y agudizada por una dictadura sanguinaria, que supuestamente se
 cerró con la reinstauración de la democracia hace ya más de 40 años, la
 profunda herida abierta sigue sin estar definitivamente curada. Vox lo 
sabe y lo va a utilizar. El PP también lo sabe y es consciente de que 
este es el peor momento para sacarlo a la luz.
(*) Periodista. Catedrático de Comunicación en la Universidad Rey Juan Carlos. Especialista en Comunicación Política.

 
 
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