ALICANTE.- El sacerdote murciano monseñor Antonio Vivo Andújar, natural de Torre-Pacheco (hijo de Pedro y de María) e impulsor durante veinticinco años como párroco y rector de la basílica menor de Santa María en Alicante, prelado de Su Santidad Benedicto XVI y caballero de la Orden del Santo Sepulcro, ha fallecido la pasada madrugada a los 89 años en la Casa Sacerdotal 'San Pablo' de forma repentina a causa de un infarto.
Pese a haber nacido en la localidad murciana de Torre Pacheco el 17 de febrero de 1929, siempre se sintió alicantino, ya que se trasladó durante la adolescencia al Seminario de Orihuela para iniciar sus estudios como seminarista, tal como recuerda el diario Información.
Fue ordenado presbítero en la capilla del Palacio Episcopal de Orihuela el 19 de julio de 1953.
A lo largo de su trayectoria, Antonio Vivo fue durante diez años secretario familiar del obispo Pablo Barrachina, vicario episcopal de Pastoral, delegado de Patrimonio Cultural de la Diócesis Orihuela-Alicante, director de la Casa Sacerdotal durante muchos años, así como profesor en la Escuela Universitaria de Enfermería y en las universidades de Burgos y de Granada.
Diplomado en Humanidades Clásicas por la Universidad Pontificia de Comillas (1948), licenciado en Sagrada Teología por la Universidad Pontificia de Comillas (1952), era bachiller en Derecho Canónico y Diplomado en Pastoral Litúrgica y en Pastoral Catequética por el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Era doctor en Historia por la Universidad de Alicante y canónigo de la Concatedral de San Nicolás, de Alicante.
La misa exequial, presidida por el obispo Jesús Murgui, se celebra mañana martes, a las 10 horas, en la Concatedral de San Nicolás, donde el finado oficiaba misa todos los días a las 11 de la mañana.
Antes, a las 9.30 horas, los restos mortales, que se encuentran en el tanatorio del Vial de los Cipreses, serán recibidos por todo el Cabildo, que los trasladará hasta el Altar Mayor.
Al servicio de Dios, y de los hombres
Pedro Soriano
Antonio Vivo (Torre Pacheco, 1929 ) nació en la casa cuartel de su ciudad natal. Su padre era Guardia Civil y su madre, modista. «Toda la ropa que llevaba de pequeño la hacía mi madre», recuerda.
La fecha de su nacimiento es el 17 de febrero. Por eso, viajó hasta Torre Pacheco y visitó la casa cuartel. Luego entró en la iglesia que hay al lado: «No sé el tiempo que pasé allí, miré la pila bautismal donde me bautizaron y soñé, como si fuera un adulto, el día de mi bautismo».
A los seis años trasladaron a su padre a Cartagena y allí
 fue la familia: «Mi madre era cartagenera de la calle Cuatro Santos y 
vivimos en Santa Lucía». 
Allí murió un hermano de accidente, al que 
todavía sigue recordando. También visitó esta ciudad el día de su 
cumpleaños.
Su vida, me dice, la han marcado sus vivencias en una 
casa cuartel. Poco tiempo después, a su padre lo destinan a la 
Comandancia de Alicante: «Vivíamos en la calle San Carlos, todavía 
visito esa casa, con permiso del matrimonio que la habita».
A los nueve años ingresa en las Escuelas Salesianas. «El 
espíritu salesiano también ha marcado mi vida de sacerdote, abierto a 
los hombres», dice. Un día fue a la Misericordia y se encontró con Alejo
 García Sánchez, un cura que fundó la parroquia de Carolinas y el 
Instituto Social: «Me preguntó si yo quería ser cura, y le dije que sí».
 No lo pensó dos veces, su vocación estaba decidida.
Ingresa en el seminario de Orihuela y estudia el 
bachillerato elemental, con cuatro años de Latín, Humanidades y dos años
 de Filosofía. «Por sugerencia de un profesor, el obispo don José 
García, me enviaron a Comillas para especializarme en Latín y Griego». 
Pero eran tiempos difíciles y no tenía recursos, «me presenté ante don 
José María Paternina, presidente de la Diputación, yo tenía 16 años y le
 conté lo que había, me lo solucionó con una beca».
Se licenció en Teología y siguió con el Derecho Canónico,
 en el que obtuvo el bachiller e iba por la licenciatura, «pero no pudo 
ser, me llamó el obispo don Pablo Barrachina y me mandó a Villena». 
Se 
le iluminan los ojos cuando habla de esta población: «Es la experiencia 
más hermosa que he tenido como sacerdote».  Le acogieron como uno más en
 cada casa, «me dediqué a los gitanos que vivían en cuevas, el día de mi
 santo me regalaban pollos y gallinas que, a veces, venían de corrales 
ajenos y había que devolver». Al final se consiguió que se construyera 
un poblado, «aquella gente tenía que vivir con dignidad».
Y llega el momento que el obispo Barrachina le elige como
 secretario y familiar. «Me trasladé a Orihuela, a vivir en el Palacio 
Episcopal, que solo lo habitábamos los dos, era nuestra casa». Me cuenta
 que don Pablo era muy austero, comía poco y él pasaba hambre: «Un día 
me saqué en la comida un bocadillo y una cerveza, no sabía lo que podía 
pasar, pero no me dijo nada. Al día siguiente ya me ponían más de 
comer».
De esa época guarda muy buenos recuerdos y se le nota un 
alto grado de admiración por el emblemático obispo. «Era muy tajante, 
pero no era dictador, muy consecuente con sus principios y yo más 
tolerante, pero siempre respetó mi forma de ser». 
Los años de Orihuela, 
recuerda, fueron muy felices pero me asegura que, a la vez, difíciles 
por lo que era vivir en este palacio, que fue
 inaugurado como museo.
Pero lo más difícil estaba por llegar, cuando el Nuncio 
decide que la Diócesis de Orihuela se compartiría con Alicante. «Los 
oriolanos tenían parte de razón porque les suponía perder la Curia y 
perder al obispo. Don Pablo aceptó esa odiosidad que se produjo en la 
ciudad». A Orihuela se le nombró concatedral y la compartió con 
Alicante, «aunque aquí no se han dado cuenta de la importancia que esto 
tiene», me dice con cierta melancolía.
Una de las primeras obras fue la construcción de la Casa 
Sacerdotal, «fue la primera de España y de Europa, en pleno Concilio 
Vaticano II, vinieron a verla de todas las Diócesis de España». También 
se trasladó el Teologado pero, « a cambio, don Pablo iba todos los días a
 Orihuela y en el colegio de Santo Domingo situó al mejor equipo de 
sacerdotes y conservó el Seminario Menor». Por eso, dice, se han 
mantenido las vocaciones sacerdotales que disminuían en otras partes.
La casa sacerdotal costó sudores. «Tuve que ir a Madrid a
 pedir dinero, visité a Fraga, que no me recibió muy bien, pero al final
 de un lado y otro se consiguió terminarla», rememora. El nuncio llegó a
 decir que «la obra de la casa justificaba por sí sola el obispado de 
don Pablo».
Y continúa contándome los programas de alfabetización que
 realizaban por barrios. «Contaba con la ayuda de los sacerdotes recién 
ordenados y los enviaba a barrios donde no había parroquias, que más 
tarde se fueron creando».
Su formación teologal le lleva, durante un tiempo, a ser 
profesor de Teología en las universidades de Burgos y Granada. Luego 
ejerce de profesor en el Teologado de Alicante. De hecho, esta vocación 
le lleva a participar en la creación de la Universidad de Alicante y a 
ser el primer sacerdote que defiende una tesis en esta universidad.
En 1995 llega a Santa María: «Me ofreció el obispo San 
Nicolás, pero preferí Santa María, que estaba en ruinas y comenzamos su 
restauración que está punto de iniciar su cuarta fase, el presidente 
Zaplana ayudó mucho a ello». Ahora Santa María tiene la categoría de 
basílica, «es una iglesia muy querida de los alicantinos, tenemos bodas y
 bautizos a pesar de que no tiene feligreses».
A don Antonio se le ve un hombre activo, inquieto, con 
una excelente memoria y especialmente próximo en el trato, es su 
formación salesiana, como a él gusta decir. 

 
 
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