"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en
llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca
de la puerta de Tannhäuser. Todos estos momentos se perderán en el
tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es la hora de morir".
No podía
escoger mejor día para dejar este mundo Rutger Hauer, el famoso actor holandés fallecido de una enfermedad fulminante, que saltó a la fama como el célebre replicante del film Blade Runner con este monólogo tantas veces repetido en lo que ya es un clásico de la ciencia ficción.
A diferencia de aquella historia de amor, la que protagonizan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
estos días, y sobre todo estas últimas horas, es una historia que tiene
mucho de odio, de una enemistad larvada durante mucho tiempo y también
de demasiada arrogancia del presidente en funciones y candidato. Todo
puede pasar este jueves y nunca hay que descartar con Pedro Sánchez un
imprevisto cambio de guión.
De hecho, en los últimos días hemos ido
viendo cómo la investidura se acercaba y se alejaba en un acorde
movimiento dirigido desde Moncloa. ¿Puede haber investidura? Sí, claro.
¿Es probable? Cuando faltan unas quince horas, parece que no. ¿Y cuando
falten cinco?, ¿dos?, ¿o una?
Pues igual sí, depende del vértigo que les
entre en aquel momento a los protagonistas de este cansino thriller que, sobre todo, pone de relieve la falta de cultura democrática para conformar gobiernos de coalición que existe en España.
Lo dije hace un par de semanas, el pasado día 8: Sánchez quiere a Iglesias de rodillas, humillado.
No se ve compartiendo poder -el gobierno es otra cosa- con Podemos. Por
eso, la negociación está encallada. El PSOE está dispuesto a darle unas
sillas en el Consejo de Ministros, unos cuantos coches oficiales,
capacidad para nombrar muchos asesores, pero, a cambio, el poder real de
los morados será minúsculo.
Ni poder político, ni poder empresarial, ni
poder sindical, ni poder sectorial, ni poder para luchar contra el
fraude fiscal, ni poder para desarrollar ninguna de las grandes
políticas integrales que son relevantes en el siglo XXI.
Desde un gran escepticismo, todo apunta a que las elecciones del 10 de noviembre
no es una opción descartada del todo y que igual sí que pasamos un
verano con un gobierno en funciones, paralizado desde hace muchos meses y
con todos los altos cargos en período de interinidad.
Quizás valdría la
pena hacer el ejercicio de poner en valor el gobierno de coalición que
hay en Catalunya de formaciones políticas tan enemistadas como PSOE y
Podemos, como son Junts per Catalunya y Esquerra,
en una lucha fratricida por la hegemonía política del país, pero
capaces de gobernar conjuntamente y de alcanzar un acuerdo para no
bloquear su funcionamiento.
¿Que tienen necesidad? Los presos, los
exiliados y las sentencias del Supremo, ciertamente. ¿Que tienen
incentivos? Claro, pero menos que socialistas y morados, aunque solo sea
porque el pastel del poder español está a años luz del micropoder
catalán.
Pero, sobre todo, lo que España tiene que superar es esa actitud tan
repetida a lo largo de la historia de que el poder o se tiene o se
pierde, pero no se comparte. Mientras eso no suceda, la vida política
española girará alrededor de espectáculos como la mascletà de este
jueves a las 14 horas en el Congreso de los Diputados.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia