Cuando todo parecía perdido y el barco de la investidura de Pedro 
Sánchez empezaba a hundirse, Pablo Iglesias se sacó de su imaginaria 
chistera un conejo blanco como la nieve. Y, a tan solo pocos minutos del
 inicio de la votación final, le ofreció a Sánchez desde la tribuna del 
Congreso la renuncia de Podemos al controvertido ministerio de Trabajo a
 cambio de que el PSOE le concediera a Podemos ‘las políticas activas de
 empleo’, una nimiedad.
Precisó el mago Iglesias que hacía ese gesto a petición de un alto 
dirigente socialista cuyo nombre no reveló, pero que cabe imaginar, 
vista la ridícula ocurrencia, que era el inefable entrometido José Luis 
Rodríguez Zapatero. Pero era demasiado tarde porque Sánchez le había 
visto la peana al Santo.
Y fue así que Sánchez, mirando de reojo al conejo blanco, puso esa 
cara de desprecio al mundo mundial que le acompañó durante todo el 
debate de investidura y movió un par de veces la cabeza en señal de 
negativa a la que parecía ser la enésima concesión de Iglesias al PSOE. 
Y, colorín colorado, la investidura fracasó.
Demostrando Sánchez que no la quería y que temía como a un nublado a 
Pablo Iglesias al que imaginaba manejando su ‘mando a distancia’ desde 
el chalé de Galapagar moviendo cuál marioneta a su espía y 
vicepresidenta Montero, y a sus tres ‘ministros sin cartera’.
Porque lo que les ha ofrecido Sánchez a Podemos eran dos ministerios 
de Vivienda y Sanidad completamente vacíos y sin competencias porque 
están transferidas a las Comunidades Autónomas, una especie de ONG sobre
 la Igualdad y una vicepresidencia completamente hueca.
Y todo esto ocurría mientras ese par de mentirosos compulsivos que 
son Sánchez y Calvo pregonaban a los cuatro vientos que Podemos les 
había exigido el control y el poder económico de todo el Gobierno. Lo 
que era absolutamente falso. Y lo que demostraba que Sánchez quería 
romper con Iglesias como fuera y culpar a Podemos de su espectacular y 
ya reiterado fracaso de investidura.
Y no es que Iglesias sea un mirlo blanco, que no lo es. Pero esta vez
 Pablo no fue tan astuto como cuando engañó a Pedro dando un paso atrás y
 renunciando a estar en el Gobierno para lograr así el Gobierno de 
coalición. Y no entendió Iglesias que, aunque los tres ministerios 
fueran tres carteras vacías y la vicepresidencia estuviera hueca, esa 
presencia de Podemos en el Consejo de Ministros era para Iglesias un 
triunfo monumental. Y por ello el mago de la coleta no necesitaba nada 
más.
Pero Iglesias no vio ni se percató que Sánchez ya estaba arrepentido 
de ‘la coalición’. Y, por eso, cuando se sacó el conejo blanco de la 
chistera el truco no le funcionó.
Sánchez, que ha mordido la manzana del Falcon, estaba dispuesto a 
todo con tal de seguir en el poder (hasta concederles los indultos a los
 golpistas catalanes y entrevistas a Otegui en TVE) pero a lo que no 
estaba dispuesto era a compartir con Iglesias ese poder.
Por eso Sánchez vetó la presencia de Iglesias en el Gabinete, pero 
tardó en entender que Iglesias se iba a convertir en su ‘vicepresidente 
en la sombra’. Y cuando lo entendió rompió con Podemos la negociación. Y
 si Echenique le hubiera dicho ‘sí’ a la última oferta de Carmen Calvo, 
Sánchez habría dicho que ya era tarde y que estaba retirada.
Y ahora ¿qué quiere hacer Sánchez? Pues después de zamparse con arroz
 al conejo blanco de Iglesias volverá a la carga para engatusar al 
pasmado de Albert Rivera, el del bombo, que está tan desconcertado como 
enamorado.
Y que no deja de decir tonterías con ese discurso infantil de ‘la 
banda, el plan, la habitación y el botín’ mientras el poder económico y 
sus terminales mediáticas estrechan el cerco sobre el jefe de C's. 
El 
despistado Albert que, ya lo verán, está al caer en las manos de Sánchez
 como en fecha no lejana se verá. Su amigo Marcos de Quinto, que es el 
infiltrado del Ibex en C's, se lo llevará este verano al yate con Malú y 
allí lo convencerá.
(*) Pseudónimo de un veterano y prestigioso periodista cordobés

 
 
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