La ratita hacendosa que vicedesgobierna 
en funciones este infeliz territorio, muy seria y digna, anuncia su 
intención de empapelar a la presidenta del Parlament de Cataluña. 
Solicita el correspondiente informe de “afinación” a la Fiscalía para 
cuando esta haya terminado de “afinarle” los presuntos al frustrado 
embajador del Opus-sección española en el Vaticano.
Por
 mucho que la Fiscalía “afine”, es imposible que esta colección de romos
 funcionarios franquistas entienda una pizca de política democrática, 
actividad que le produce vértigo. Este puñado de ineptos con ínfulas de 
Conde-Duque de Olivares, abogados del Estado que creen que este no es 
más que una cadena jerárquica en la que el mando da las órdenes y los 
demás cumplen con servil  premura, solo puede gobernar mediante rodillo 
parlamentario y decreto ley, por imposición y tentetieso, que es lo que 
han mamado en sus casas. En cuanto el panorama se complica, los senderos
 se bifurcan y el personal  muestra sus diferencias, ya no saben qué 
hacer y recurren a lo único que se les ocurre en su raquítico 
repertorio: la policía, los tribunales, la cárcel. Como Franco, Franco, 
Franco, que es lo único que entienden.
La
 ratita hacendosa y su jefe, el registrador de la propiedad, confunden 
el Estado con su partido, igual que el movimiento nacional era el Estado
 y la carrera en el uno era la carrera en el otro: se era jefe de 
centuria, presidente de la Diputación, gobernador civil, jefe provincial
 del Movimiento, secretario de Estado, ministro, siempre por orden del 
Caudillo, se obedecían sus órdenes y ahí acababa la política. 
Estos
 fantoches del más rancio fascismo español en línea biológica o 
doctrinal son esencialmente incapaces de entender el alto valor 
simbólico de una magistratura al frente de una cámara representativa de 
origen democrático. Para ellos, el Parlamento, cualquier parlamento, es 
como las Cortes de Franco: una cámara de aplausos y su presidente o 
presidenta cualquier inútil en premio a los servicios prestados 
inclinando la cerviz. Nada más ilustrativo y claro que comparar a las 
dos presidentas, Carme Forcadell, mujer forjada en las luchas de la 
sociedad civil por la independencia a la altura del cargo que ostenta y 
Ana Pastor, una gris funcionaria al servicio del mando, que hace lo que 
le ordenan, escurre el bulto cuando toca dar la cara y rebaja el cargo a
 la altura de una subalterna.
La
 segunda generación de franquistas, hoy al mando, incapaz de entender la
 política democrática como sistema de institucionalización civilizada de
 conflictos, pretende resolver estos por la vía penal porque, creyendo 
que los demás son como ellos, se arredrarán cuando vean aparecer a los 
alguaciles. Abren así en su incompetencia e ignorancia definitivamente 
el último tramo que conducirá a Cataluña a la independencia. Un fracaso 
más de España como nación solo atribuible, como todos los anteriores, al
 carácter oligárquico, caciquil y profundamente estúpido de sus clases 
dominantes. 
Y, sin embargo, no es difícil verlo. El relato de la independencia de Cataluña es un crescendo dialéctico que, por limitarnos a los últimos años, muestra el siguiente cambio de cantidad en calidad: 
Tesis: Desprecio al Parlament al "cepillarse" el proyecto de Estatuto de 2006.
Antítesis: Desprecio a la voluntad popular en referéndum mediante sentencia del Tribunal Constitucional.
Síntesis: Consulta del 9N y elecciones referendarias de 27S con mayoría independentista.
Y, ahora, segundo ciclo:
Tesis 2: Nuevo desprecio (y ataque) al Parlament en la persona de su presidenta.
Los
 demás pasos vendrán a continuación. Estos funcionarios franquistas 
ignoran que detrás de Carme Forcadell hay 72 diputados y, detrás de los 
72 diputados, millones de ciudadanos. Más incluso de los que los votaron
 porque, ante un ataque tan obvio a la par que imbécil a una 
magistratura popular y nacional, muchos electores de otras fuerzas juntarán las suyas con la parte agredida.
Es decir, como siempre, el recurso a la represión es el que enciende la llama de la rebelión.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

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