Una de las fotos más buscadas del 2018 será la de Albert 
Rivera junto con Felipe González. Rivera la quiere, la busca, la desea 
–vaya, si la desea–; vamos a ver si González se la concede.
Lanzar al espacio un nuevo partido político no es 
extraordinariamente difícil en los tiempos actuales. Los costes 
económicos de la política se han abaratado gracias a internet y 
oportunidades de inventar algo nuevo no faltan dada la enorme erosión 
del sistema de representación política en España. Lo difícil no es 
lanzar un nuevo partido, lo difícil es estabilizar su órbita y hacerlo 
progresar hacia nuevos y más ambiciosos objetivos. Lo difícil es 
proyectar “voluntad de poder” de manera sostenida y convincente.
Después de unos meses tristes y áridos, tras facilitar la 
investidura in extremis de Mariano Rajoy a finales de octubre del 2016, 
Albert Rivera recibió la preciosa y oportuna ayuda de José María Aznar. 
Hubo foto en el Instituto Atlántico de Gobierno. El expresidente invitó a
 Rivera a esta escuela de cuadros, con la que complementa las 
actividades de la fundación FAES, y le dio la bendición. Mayo del 2017. 
El invierno había sido largo para la gente de Ciudadanos. 
Después del voto de investidura, parecían desfondados. Rajoy, que 
detesta a Rivera, hacía todo lo posible para rebajar su papel en el 
Parlamento, a la espera de las elecciones primarias en el PSOE y de los 
acontecimientos que se avecinaban en Catalunya. En aquel momento, la 
iniciativa aún estaba en manos de Podemos: la campaña contra la 
corrupción y la moción de censura, anunciada por Pablo Iglesias a 
finales de abril y debatida en el Congreso a principios de junio.
Ciudadanos se estaba desdibujando. En ese contexto, Aznar 
acudió en auxilio de Rivera. Desde entonces no ha perdido ocasión de 
elogiar al joven dirigente de la derecha alternativa. El reciente 
documento de FAES –entidad que preside Aznar y dirige Javier Zarzalejos–
 sobre el resultado de las elecciones en Catalunya significa la 
culminación de esa estrategia. Rotundo elogio a la política de 
Ciudadanos, áspero aviso a Rajoy –“ese es el camino”– y ajuste de 
cuentas con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, cuyas 
aspiraciones sucesorias pueden sufrir graves contratiempos en el curso 
de los próximos meses.
Aznar no manda en el Partido Popular, pero sigue siendo un 
referente para muchos seguidores del Partido Alfa de las clases medias 
tradicionales. Su aproximación a Rivera ha enviado un claro mensaje al 
núcleo duro conservador: “Podéis votarles, son de los nuestros”. Más de 
ciento cincuenta mil antiguos votantes del PP catalán han seguido la 
consigna al pie de la letra. Xavier García Albiol se ha quedado con una 
hoja de parra.
Conseguida la llave maestra que conduce al electorado 
conservador, Rivera necesita ahora compensar la aproximación a Aznar con
 algún gesto de complicidad con los electores del PSOE admirados por los
 resultados de Inés Arrimadas en Catalunya y agradecidos por el papel de
 Ciudadanos como dique de contención del independentismo. Una oportuna 
foto con Felipe González sería la contraseña necesaria para intentar 
imitar a Emmanuele Macron. Ni de derechas, ni de izquierdas, ¡España!
González, el hombre más inteligente y temible que ha
 dado la política española en los últimos cincuenta años, aún puede 
timbrar pasaportes. Por si acaso, Pedro Sánchez mantiene en arresto 
domiciliario su breve propuesta de una España plurinacional.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia 

 
 




















