La CCC o Convención de Cristina 
Cifuentes se clausuró ayer con un vibrante, enardecedor discurso de M. 
Rajoy. Todo se ha hecho divinamente y gracias al PP la Generalitat no 
está presidida por un procesado. Las afirmaciones del buen hombre suelen
 tener una relación conflictiva con la realidad. 
No hubo consulta del 9N
 ni hubo referéndum el 1-O, ni ha habido declaración de independencia. 
La Generalitat no está presidida por un procesado, pero la mesa del 
Parlament propone para la investidura a un procesado. 
Si tal cosa 
sucede, alguien se arriesga a no existir, la mesa, el Parlament, el propio procesado. Resulta fácil: se imputa desobediencia a la mesa y se la procesa, se disuelve el Parlament
 y al procesado se le aplica alguna medida disciplinaria más. Al fin y 
al cabo, nadie sabe cuál es el exacto estatus jurídico de lo presos 
políticos catalanes que, por supuesto, tampoco existen. 
Es
 para estar muy contento y cantar victoria en donde haya batalla, 
cerrando filas los leales y cargando contra los adversarios, tropa, dice
 Demóstenes Sobresueldos, de parlanchines. Todo lo que no se le 
ocurre a él, es decir, todo, son "ocurrencias", "conejos de la 
chistera", "algarabías",  adanismos", "cosas de parlanchines".
Lo
 más curioso es que cargue con especial virulencia contra las mesnadas 
de C's que tienen en sus manos el destino político de Cifuentes. Un voto
 a favor de la moción de censura PSOE/Podemos y Cifuentes pasa a hacer 
eso que anuncian siempre las gentes cuando dimiten, que lo hacen por 
amor al partido y  tener tiempo para defender su acrisolada inocencia.
Y
 muy fuerte, en efecto, ha terminado M. Rajoy la convención de esa 
curiosa organización llamada Partido Popular, un popurrí de elementos de
 secta, de empresa, de hampa, de familia, de red clientelar, de mafia, 
de cualquier cosa menos de partido político. El jefe de ese magma de 
inconsistencias y vaguedades canta victoria asegurando que  no
 han conseguido romper la unidad de España. Han fracasado con la 
República. Han desafiado al Estado y nuestras instituciones han 
demostrado su fortaleza. 
La unidad de España está rota. Si no, 
pregúntese por qué al próximo acto del rey Felipe en Barcelona no se ha 
invitado a ninguna autoridad catalana. La República catalana es un 
hecho, más claramente fuera que dentro, pero también dentro y, desde 
luego, a nivel local y popular en toda Catalunya. Ha habido desafío al 
Estado pero las instituciones han mostrado su debilidad, su corrupción, 
su arbitrariedad e injusticia.
Ningún
 contacto entre ese partido y su convención y la realidad circundante. 
Pero no hay motivo de preocupación. Las banderas pueden seguir al 
viento. La oposición no tiene otras. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

 
 
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