El desplante final de Aznar presagia 
tormenta. Primero desvinculó la FAES del PP y la convirtió en baluarte 
privado de la ideología neoliberal, confiado en las aportaciones 
voluntarias de sus clientes naturales, los del dinero. Luego se 
desvincula él mismo de los deberes patrios de partido. El paso siguiente
 es alzar bandera con un programa de restauración de los recios valores 
de la ultraderecha, sobre todo en cuanto a Cataluña, pero también en 
cuanto a otras blandenguerías de Rajoy y demás gentes de la derecha 
vergonzante. Una nueva reacción de la "derecha sin complejos" a la que 
seguramente se adherirá Aguirre. O sea, un programa de un partido nuevo,
 de extrema derecha. Se acabó aquello de decir que en España la extrema 
derecha estaba en el PP. Ahora está en contra del PP.
Los
 ex-presidentes de gobierno tienen destinos muy distintos. Dejando 
aparte los dos primeros, ya fallecidos, González se ha convertido en una
 especie de Kurtz, de Conrad; Aznar, en un guerrero integrista atlántico
 que anda, como siempre, batallando; Zapatero, aún indeciso, parece 
decantarse por conjuras del casino. 
Esa
 pulsión batalladora de Aznar en defensa de los valores occidentales 
impregna la trayectoria entera del personaje. Su presencia constante, 
sobre todo en momentos de crisis, con discursos intransigentes, 
recriminatorios y hasta amenazadores, le han fabricado una mala imagen y
 fama de agresividad. Eso pueden ser handicaps o ventajas, según se 
configure el proceso político en el próximo futuro. 
En
 España está articulándose un discurso autoritario en consonancia con el
 recrudecimiento de la extrema derecha estilo Trump o Le Pen. Pero en 
disonancia en un aspecto esencial, el de la xenofobia. Para la derecha 
española el peligro no viene de fuera sino de dentro. El enemigo no es 
exterior sino interior. Y lo que se exige es mano dura, represión de 
toda desobediencia, inhabilitacion, suspensión, estado de excepción si 
es necesario. 
Es
 obvio, sin embargo y da un poco repelús decirlo, que nadie en sus 
cabales cimenta el orden normal en la situación de excepción. Hoy, como 
en tiempos de Locke, el único gobierno legítimo es el gobierno por 
consentimiento. Si hay que imponer el consentimiento, la legitimidad se 
esfuma.
La
 división de la derecha reproduce en cierto modo la de la izquierda: dos
 extremas y dos más "moderadas" pero, en definitiva, muestra la 
incapacidad de los partidos para afrontar la situación real del país. 
Esta solo puede afrontarse ya en un encuentro multilateral con presencia
 de todos los intereses territoriales en igualdad de condiciones. Una 
situación que la derecha ni la izquierda españolas podrán jamás aceptar.
 Razón por la cual el conflicto no tiene solución, salvo que haya algún 
tipo de mediación internacional.
El diálogo agresivo
El
 gobierno de la derecha continúa considerando la llamada “cuestión 
catalana” como un asunto de orden público. La abogacía del Estado 
pretende procesar a la mesa del Parlamento catalán, concretamente a los 
miembros que secundaron la decisión de la presidenta Forcadell por la 
que esta ya ha comparecido ante el TSJC.  Las decisiones políticas se 
entienden en clave penal y a las iniciativas de las instituciones 
catalanas se responde enviando a los guardias. Ánimo de entendimiento: 
cero.
A
 todo esto, el gobierno anuncia estreno de nuevo talante dialogante con 
Cataluña, sin que haya dato alguno que explique por qué quiere ahora lo 
que lleva cuatro años negándose a hacer: dialogar, negociar. Se trata de
 una medida táctica, propagandística, sin ningún crédito y, si lo 
tuviera, ya está ahí Aznar afirmando desde la FAES que todo diálogo con 
el independentismo es una traición al ser mismo de España. La derecha 
neofranquista sigue fiel al legado de su caudillo.
Los
 nacionalistas españoles de todos los matices hacen ver que las dos vías
 de actuación del Estado en Cataluña no son contradictorias, sino un 
ejemplo actualizado del palo y la zanahoria. El palo: el gobierno no 
está autorizado a dialogar ni negociar nada con quienes quieren partir 
España. Al contrario, tiene la obligación de cumplir y hacer cumplir la 
ley, porque la ley es igual para todos, cosa de Estado y no de mero 
gobierno. La zanahoria: siempre que se  cumpla la ley, el gobierno será 
benevolente y dialogará si bien debe quedar claro desde el principio que
 no lo hará sobre el referéndum. Es decir, la zanahoria no tiene raíz ni
 hojas; no existe. Si no se puede dialogar sobre el punto de 
discrepancia sobre el que se ha de dialogar, ¿en dónde está el diálogo?
El
 mantenimiento e intensificación de la acción represiva del gobierno con
 o sin gestos de búsqueda de un terreno común demuestran que el 
independentismo debe mantener los compromisos de su hoja de ruta si 
quiere vislumbrar su meta. A medida que la ruta avance se multiplicarán 
los obstáculos de todo tipo (políticos, jurídicos, mediáticos, de guerra
 sucia, de conflictividad institucional, amenaza y extorsión) que 
dificultarán el trayecto. Para superar las turbulencias, la experiencia 
muestra que es básico mantener la unidad del bloque independentista. En 
ese sentido, las relaciones entre la CUP y JxS son esenciales para el 
mantenimiento de la trayectoria. En principio, lo habitual será que se 
diga que, cualesquiera diferencias que pueda haber entre sus sectores, 
deben pasar a segundo plano en pro de la unidad de acción.
Pero
 en política nada es permanente, rígido, sempiterno. Obviamente la 
unidad es un bien en sí mismo, pero no a cualquier precio. Si la 
conservación de la unidad se hace a expensas de que las fuerzas que las 
componen tengan que abandonar sus objetivos e incurrir en crisis 
internas, quizá no sea muy inteligente perseverar en ella. Y esto vale 
para todos los sectores implicados. Poner los intereses generales por 
encima de los de partido, grupo o fracción es propósito general, pero no
 siempre puede conseguirse. A veces, los conflictos de valores no dejan 
lugar a entendimiento alguno.
Frente
 a la intensificación de la acción represiva del Estado y las 
dificultades que puedan plantearse en el seno del independentismo, el 
gobierno de la Generalitat tiene un recurso que, por supuesto, abrirá 
una serie de imponderables: las elecciones anticipadas. Todo depende de 
hasta dónde esté el Estado dispuesto a llevar su acción represiva y el 
elemento coactivo. Si, al final, no es posible celebrar el referéndum 
por causa de fuerza mayor, la opción de elecciones anticipadas parece la
 substitución lógica. Pero habrá que ver antes en qué términos quedan 
las cosas, después de esa intervención coactiva del Estado y qué notas 
tenga. Y, sobre todo, cómo quedará el panorama político catalán, el más 
variable de todo el Estado y en el que se anuncia la acción de un nuevo 
partido, un país en común, que puede variar el equilibrio de fuera.
Pero,
 al mismo tiempo, también cobra sentido otra posibilidad que, desde 
luego, incrementaría notablemente la incertidumbre pero mantendría la 
iniciativa en el campo independentista. De no poder realizar el 
referéndum, en lugar de convocar elecciones anticipadas que solo 
servirían para prolongar la situación actual, la Generalitat podría 
proponer al Parlamento la votación de una DUI, siempre y cuando las 
relaciones entre ambas partes del bloque independentista lo permitieran.
 La situación política se clarificaría, la “cuestión catalana” se 
internacionalizaría y el Estado vería muy reducidas sus posibilidades de
 actuación, viéndose obligado por fin a tomar una decisión para la que 
no tiene margen en el orden internacional y que, en el nacional, 
probablemente le obligara a su vez a convocar nuevas elecciones.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 
 
 
 
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