¿Está realmente España al borde de una crisis económica?
 ¿Cómo es posible que en la campaña electoral no se haya puesto el 
acento en lo que avanzan algunos indicadores y que es enormemente 
preocupante? 
¿Cómo se puede valorar positivamente la última EPA 
presentada este jueves del primer trimestre del año y que, más allá de 
la subida de la tasa de paro, evidencia signos claros de desaceleración 
de la economía y que puede ser el avance de la destrucción de varios 
cientos de miles de empleos? 
¿Cómo hay que analizar que los partidos de 
la derecha española tan obsesionados como están con cazar independentistas
 hayan olvidado el abc de una campaña electoral y hayan dejado salir 
vivo a Sánchez durante dos debates y quince días de campaña sin poner 
encima de la mesa el riesgo económico? 
¿Será porque más allá de las 
proclamas catastrofistas de Casado y Rivera sobre la economía catalana, 
el paro ha aumentado en la EPA española (del 14,45% al 14,7%) mientras 
en Catalunya ha retrocedido del 11,7% al 11,6%?
Leía al profesor Santiago Niño-Becerra que con una 
tasa de actividad del 58% y un paro del 14% el cóctel era mortal más 
allá de lo que pudiera declarar la ministra de Economía que, como hacen 
siempre los políticos, niegan la realidad hasta que la tienen encima. 
Era esa una de las razones por las que el presidente Pedro Sánchez
 no quería alargar la legislatura a después del verano y presentó unos 
presupuestos de farol que ha podido vender perfectamente en campaña pero
 que la Comisión Europea ya dijo que no le iba a aprobar. 
Le era igual 
ya que tenían la función de señuelo para poder vender al electorado una 
serie de iniciativas y propuestas muchas de las cuales ya se sabe que no
 podrá llegar a aplicar. El independentismo le retiró el apoyo a las 
cuentas del Estado ―tenía razones pero no la razón― y le ofreció una 
autopista por la que poder circular y expresar una ruptura política allí
 donde nunca había habido una alianza.
Hoy la incerteza económica es, al menos, tan alta como la electoral 
para el domingo. Nadie quiere hacer en privado un pronóstico definitivo y
 todos tienen sus propios miedos. Ninguno de los cinco partidos 
españoles tiene nada asegurado y todos se mueven con horquillas de ganar
 o perder por los puñados de votos de los llamados indecisos y que un 
amigo me ha corregido y me los ha definido con mayor precisión como "mal
 decididos". 
O sea, que un día los electores deciden una cosa y al día 
siguiente la contraria. Lo mismo sucede en Catalunya, donde la 
volatilidad es también perceptible.
¿Cómo se detecta el miedo? Pues, por ejemplo, escuchando a Pedro Sánchez sacando pecho del 155 en Barcelona y
 del apoyo que le dio a Mariano Rajoy para aprobarlo en el Senado y 
aniquilar las instituciones catalanas y desencadenar la prisión y el 
exilio del Govern de Catalunya. 
Esa contundencia no estaba en el 
guion hace dos semanas, ni tampoco hace 48 horas en los debates de 
televisión. Son los mal decididos, cuando la jornada electoral ya está a
 la vuelta de la esquina.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

 
 



