España no es un Estado de derecho sino 
un Estado de hecho. El gobierno ha suspendido la Constitución con el 
beneplácito de la mayoría de la oposición formalmente para una parte del
 territorio, materialmente para todo él. La norma suspensiva es 
ilimitada en tiempo y espacio.
El
 poder prescinde de formalidades institucionales, comisiones, comités, 
consejos y se ejerce por la vía personal. El presidente y sus dos 
aliados forman un triuvirato de acción. A veces deciden crear un grupo 
de trabajo, una task force, de acción inmediata, según sean las 
circunstancias, como este acuerdo bilateral Rajoy/Rivera de mantener el 
155, la norma de plenos poderes (compartidos, según se ve) de la 
dictadura. 
Seguro que este acuerdo levanta celos en el PSOE, excluido de
 tan trascendental decisión con la que, además, está de acuerdo. En 
desagravio, habrá nueva foto de a dos, Rajoy/Sánchez o una del 
triunvirato en plena gloria. El otro partido de la izquierda, Podemos, 
no suele ser invitado a estas reuniones del mando, aunque su relación 
con el 155 tampoco es enteramente antagónica, a pesar de su recurso de 
inconstitucionalidad. Había que recurrirlo, sí, pero en el fondo su 
aplicación era comprensible por la tozudez de los indepes. 
No
 gustaron a los triunviros los resultados de las elecciones y no quieren
 aceptarlos, así que: 155, los presos siguen en la cárcel con sus 
derechos políticos negados y los exiliados en el exilio en idéntica 
condición.  
¿Se pueden constituir Parlament y govern en
 estas circunstancias? Parece poco probable. Sobre todo porque, aunque 
los indepes aceptaran integrar los órganos sustituyendo a los 
encarcelados y presos, la situación que se crearía, con una Generalitat 
dirigida desde el exilio y la cárcel, sería inviable y justificaría el 
mantenimiento del 155 con la única perspectiva de volver a convocar 
elecciones que darían un resultado igual o superior del 
independentismo.  
Raro mérito el del presidente M. Rajoy, ha arruinado el país y lo ha hecho políticamente inviable.
Con casi cuarenta años de retraso, como de costumbre, llega la revolución neoliberal. La trae C's que, según las encuestas, devora al PP y podría ser partido de gobierno. Esta
 perspectiva ha despertado la curiosidad por el nuevo (que no es tan 
nuevo) partido, cuyos perfiles están muy borrosos y sus acciones no 
ayudan a clarificar.
Sobre este tema publica hoy Palinuro un artículo en el periódico vasco Berria, con ánimo de contribuir al conocimiento de la organización y su posible impacto en el sistema político. 
La
 intención parece clara: sustituir al viejo partido franquista por una 
nueva formación más ágil y acorde con los tiempos. En el PP se acomodan 
muchos neoliberales, desde luego. La señora Aguirre, por ejemplo, para 
quien Franco era socialista, lo que demuestra que es tan profunda
 psicóloga como honrada gobernante. Pero el neoliberalismo del PP es a 
la española, trufado de caciquismo, clientelismo y corrupción. Es un 
neoliberalismo pasado por la trituradora del nacional catolicismo.
A
 su vez, el fresco neoliberalismo de C's también es a la española. La 
imagen tecnocrática de broker exitoso que pretende trasmitir tiene 
acusados perfiles joseantonianos con un arbitrismo empresarial que la 
Falange ha detectado de inmediato, por lo que pide el voto para C's. 
Ese
 perfil joseantoniano se trasparenta en la ambigüedad ideológica y el 
pronunciado nacionalismo español basado casi exclusivamente en el odio a
 lo catalán. C's es un partido catalán anticatalán que practica una 
especie de catalanismo político a la inversa: Cataluña gobernada desde 
España. En realidad, nada nuevo.
Aquí la versión castellana:
El otro sorpasso.
Aunque
 partido veterano en Catalunya, C’s adquirió relevancia estatal a la par
 que Podemos, a partir de las elecciones europeas de 2014. Por 
afinidades formales, los dos se presentaban como la renovación del 
herrumbroso bipartidismo. Podemos consiguió cinco eurodiputados y C’s, 
dos, resultados halagüeños.  A partir de entonces se mantuvo el 
paralelismo a distancia. C’s era el Podemos del PP al que aspiraba a 
sustituir como Podemos aspiraba a sobrepasar al PSOE, aunque con más 
esperanzas que aquel.
Los
 resultados electorales de C’s, en las dos generales desde entonces han 
sido discretos, pero no desdeñables y le han dado capacidad de maniobra,
 tanto en el centro como en las autonomías. Pero el resultado 
espectacular está en Catalunya. Partido más votado, ha subido de 25 a 36
 escaños, reduciendo a la nada al PP. Si de sorpasso va, Catalunya es la
 prueba. C’s es el partido hegemónico de la derecha. Allí en donde 
nació, cuando se llamaba Ciutadans y el portavoz del PP los llamaba 
ciudatans. 
Esto
 solo tiene valor para los equilibrios internos de la derecha. Es 
imaginable una situación en España parecida a la alemana, CDU para la 
federación (en este caso, España) y CSU para Baviera (aquí, Catalunya). 
La especulación es libre.
La
 cuestión, como siempre, es si los resultados catalanes son 
extrapolables al resto del Estado. Y aquí es donde se formulan las 
preguntas sobre C’s y se echa mano a los conceptos de populismo para 
considerar de qué tipo de derecha exactamente se trate ahora que parece 
posible gobernante. Se descubre entonces que es poco lo que se sabe de 
un partido que se hizo visible públicamente con un desnudo de su 
fundador y hoy máximo dirigente, Albert Rivera. 
Su
 indefinición ideológica conjuga las fórmulas más crudamente 
neoliberales con alianzas y apoyos a la derecha tradicional cuya 
corrupción consiste en la patrimonialización del Estado. Y, por 
supuesto, la Iglesia, ni mencionarla. Tan gentil flexibilidad le ha dado
 unos resultados excelentes. C’s tenía a su vera el partido de Rosa 
Díez, UPyD, como Podemos tenía a IU. Los dos absorbieron al otro, aunque
 con muy distinto sino. De UPyD no queda nada salvo los tuits 
desaforados de Rosa Díez. IU sigue siendo un agente vivo en el 
conglomerado de UP.
Si
 de populismo va, a primera vista el gran peso de C’s en Catalunya trae 
ecos de lerrouxismo, bastante exótico por los pagos castellanos porque 
era un discurso anticatalán en Catalunya. La cuestión es si, como 
sucedió con Lerroux, la acción en Cataluña catapulta al poder en Madrid.
 Y obviamente, el discurso anticatalán tiene mucha audiencia en España. 
 
La
 cara de C’s en el Estado trae más reflejos de la cara al sol de los 
falangistas. Una de las falanges, no recuerdo cuál, pidió el voto 
expresamente para C’s en las elecciones del 21D. Se supone que lo pide 
para los suyos. Los que hablan de España en tonos joseantonianos y 
supeditan las relaciones laborales a esa idea de España como país de 
amplia diversidad y un solo contrato laboral.
El
 tercer aspecto que suele señalarse en C’s es la imagen broker 
desenfadado, que puede encandilar el voto de la derecha moderna, deseosa
 de avanzar y progresar y harta de ir a remolque de una derecha 
reaccionaria, estatista, clientelar; y cree que puede hacerlo de la mano
 de estos dirigentes con experiencia en la banca, las compañías de 
seguros, las financieras. El dibujo es el de cantera de tecnócratas.
Lo
 que no aparece por ningún lado en este discurso es el gasto social, los
 recursos destinados a los más débiles, los emigrados, las inmigradas, 
los parados, las jóvenes, las mujeres, las científicas, los dependientes
 y los jubilados. Pavor produce un gobierno con este discurso y este 
silencio.
El
 anticatalanismo, el falangismo, el espíritu tecnocrático y el vacío 
social dan fórmula si no ganadora, con lugar sólido en la derecha. Otra 
cosa es el apoyo electoral para un partido que quiere ser atrapalotodo. 
Después de diez años de crisis arrasadora, aparecer muy vinculado a la 
banca puede ser un arma de doble filo.
EL
 nombre C’s no está mal pero, si hubieran de acogerse a uno clásico de 
partido, podría ser el de Partido Liberal, que tampoco compromete a nada
 pues liberales son los liberales alemanes y los neonazis austriacos. 
La
 esperanza del sorpasso de la derecha reside en la transferencia del 
voto del franquismo sociológico a la aventura modernizadora. Se trata de
 volver los votos franquistas a un partido de centro. De ahí que Rivera 
tirara en algún momento de la imagen de Suárez, en quien se juntaron por
 primera vez falangismo y liberalismo, añadiendo él luego el toque 
neoliberal, práctico, a la par que patriótico pero comprensivo con la 
necesidad de contribuir a la estabilidad cerrando filas con el PP en lo 
relativo a los asuntos de corrupción. Los finiquitos en diferido toman 
forma de adelantos a cuenta. Y se llaman Razón de Estado. 
Por
 lo demás, en un contexto multipartidista, el significado concreto de la
 acción de un partido tan flexible programáticamente dependerá de la 
correlación de fuerzas en cada momento. Y a los demás les sucede lo 
mismo. Seguirá habiendo PP y seguirá habiendo PSOE y Podemos. Lo que 
está por ver es en qué relaciones políticas y, por supuesto 
parlamentarias se encuentren. Ya ha habido un pacto PSOE C’s. Puede 
haber otro C’s- PP y, es poco probable, pero no imposible, con UP. Este 
trata de aliarse con el PSOE en una curiosa relación de tira y afloja y 
el PSOE no descarta una alianza con el PP. De hecho ya la tiene. 
Lo
 anterior, con ser desconcertante, se complica si queremos meter en el 
cuadro el proceso catalán que tiene al español en estado de choque, como
 pudo apreciarse en el rostro del Monarca el 24 de diciembre.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

 
 












