Comienza otra dura batalla
jurídico-política ahora entre los eurodiputados catalanes y el Estado en
sede europea. El conflicto España/Catalunya está ya en el centro del
Europarlamento y antes de haberse constituido. De la mano de dos
exiliados y un preso político. Maravilloso. Como siempre: España, el
enfermo de Europa. Y, con médicos como Borrell, pronto cadáver.
El
listado que tenían los guardias para negar la entrada a Puigdemont y
Comín y (de haberse presentado, Junqueras) es obviamente un mandato de
la presidencia con carácter preventivo, expeditivo, para ahorrarnos
tonterías. Entran todos los electos españoles menos los tres catalanes.
Se acabó.
La legalidad de estas prohibiciones será impugnada por los abogados de Puigdemont que
vienen cosechando una decisiva serie de victorias frente a un Estado
español jurídicamente destartalado.
El propio Estado, como suele, ayuda a
deslegitimarse pidiendo ahora al Parlamento europeo que suspenda las
acreditaciones personales de todos los españoles hasta que se tenga la
relación completa tras la preceptiva jura de Santa Gadea. Entre otras
cosas, porque aún no ha terminado el recuento que, por otro lado, está
salpicado de irregularidades. Ya saben, el habitual humor negro español.
Humor, pero negro.
El
Europarlamento trata de quitarse la patata caliente cuanto antes. Pero
no lo conseguirá. El mero hecho de haber negado la acreditación
arbitrariamente ya lo involucra en la pugna jurídica que empieza. La
pugna por el estatuto de los eurodiputados, sus derechos e inmunidades.
Será larga. Y políticamente explosiva porque el Parlamento no podrá
evitar las mociones de unos u otros grupos pidiendo debate sobre la
cuestión catalana que afecta a tres de sus miembros.
Este
atropello coincidió con la presentación del informe de los relatores
del grupo de trabajo de la ONU, que es absolutamente demoledor para
España. Tendrá el valor jurídico que tenga respecto a las obligaciones
del Estado español, pero políticamente es otra bomba. Una bomba y un
torpedo. Una bomba sobre toda la gestión política del proceso, para
entendernos, la gestión "descabezadora" y un torpedo en la línea de
flotación del buque de lo penal del Supremo, que comenzó con aires de
nave capitana de la flota de la justicia y ha terminado como un barco de
los locos, de aquellos que las ciudades llenaban de orates, los
llevaban mar adentro y los hundían con su pasaje.
Un torpedo point blank en
la sentina de esta farsa judicial que, según el mismo informe, jamás
debió iniciarse y que solo cabe solucionar anulando la causa, liberando a
los presos e indemnizándolos. Gran alegría en casa de Palinuro, en
donde se ha defendido esta opinión desde el principio. Porque sus
señorías no se han dejado derecho fundamental de los acusados por
zarandear ni norma procesal aplicable por retorcer malignamente.
Y
justo ese inmenso sopapo jurídico suena en el angustiado silencio de
una sala de lo penal en la que los magistrados y resto del público no
dan crédito a lo que están viendo en la pantalla. Si quieren ustedes un
relato impresionante de esas horas de visionado de la barbarie, en
serie, salvajada tras salvajada, vayan a la crónica de Josep Casulleras
en Vila Web,
Un silenci estremidor a la sala i uns ulls com taronges dels magistrats.
No
se trata solo de que, como resalta Casulleras, allí sonaban las
declaraciones de los policías y guardias civiles negando unos hechos que
eran patentes, que estaban grabados. Se visibilizaba lo que todos
sabíamos desde el comienzo, magistrados incluidos, que la violencia fue
la del Estado contra votantes pacíficos que no ofrecieron resistencia y
fueron salvajamente agredidos/as.
Y
lo sabíamos todos porque todos llevamos meses viéndolos en las redes,
magistrados incluidos. Así que, ¿por qué ha sido tan estremecedora la
experiencia? Porque, en esta ocasión, el público ha contemplado los
vídeos en pantalla grande, sistematizados, contextualizados, explicados
y, sobre todo, seguidos, uno tras otro.
Con su decisión de
desvincular la prueba oral del visionado de los videos pertinentes en
cada momento para aquilatar la veracidad del testimonio, que debió de
parecerle muy inteligente, el juez Marchena consiguió lo contrario de lo
que quería: evitar dar la impresión de que la farsa judicial fuera una
cobertura de un montaje político-policial.
Exactamente
lo contrario. No está mal si aprovecha el contratiempo y absuelve de
plano a los acusados, con lo cual dejará claro que él ha visto por fin
la verdad que los demás habíamos visto desde el principio. Ahora se lo
dicen con todo lujo de detalles en un informe que desmonta por entero la
farsa judicial que el Supremo se avino a continuar.
Lo hizo por deseo
indirectamente formulado por el Jefe del Estado en una insólita
injerencia en el procedimiento, avisando de que la democracia no podía
estar por encima de las leyes. Anodina obervación cuyo interés radicaba
exclusivamente en su contexto y su intencionalidad.
Los/as lectores sabrán disculpar mi
infantil ilusión de lucir ingenio. Ese "Valldeanos", innecesario
decirlo, es una mezcla de Valls y vandeanos, los contrarrevolucionarios
de la Vendée).
Aquí, mi artículo de anteayer en
elMón.cat, titulado
Catalunya vota independència.
Se escribió el martes, el mismo día en que la alcaldesa Colau colgaba
un vídeo de más de seis minutos, aparentemente espontáneo y sincero,
pero en el que todo estaba medido al milímetro.
Un prodigio de retórica
seudoizquierdista que trata de trasladar el eje independencia/no
independencia, dominante en Catalunya, al de izquierda/derecha. Lo que
se busca con él es la ruptura del bloque independentista al servicio del
unionismo. Y la retórica no oculta el oropel del empeño, consistente
en:
a) asegurar que Colau siga mandando en Barcelona. Su proyecto es exclusivamente personal. Se ve en el interés en negarlo.
b)
Romper la unidad independentista con el cuento del izquierdismo
"municipalmente eficaz". Astuta forma de ponerlo: ha de ser
"izquierdismo", para poder excluir a JxC y dividir a los indepes, y
"municipal", para limitar el izquierdismo de ERC al ámbito local y no
permitir que se toque el catalán, el estatal, y haya que hablar de
presos, exiliados, 155, represión, arbitrariedad.
Porque, si hay que
hablar de eso, el PSC, responsable de todo ello, sobra, y presentarlo
como izquierda en Catalunya es un insulto. Y no hablemos de qué medios
piensa valerse Colau para conseguir que ERC se siente a gobernar con
quienes tienen a su presidente en la cárcel.
c) Rebajar la
política basada en principios, por los que la gente pone en juego su
libertad, su patrimonio, su vida familiar, a la política de reparto de
cargos y prebendas. Disfrazada, además, de "eficaz".
Así que dediqué el post de ayer al vídeo de Ada Colau con el título
Desvergüenza. Una vez leído, supongo, se entiende mejor el artículo de
elMón.cat, del que sigue la versión castellana.
Catalunya vota independencia
En
la noche electoral del 26M hubo dos silencios curiosos, dos
incomparecencias, dos ausencias en valoración de resultados. Una fue la
del responsable de Unidas Podemos para interpretar los resultados
estatales y la otra, la del responsable del PSC para hacer lo propio con
los catalanes.
La primera fue muy comentada y se atribuyó a la
decepción que los dirigentes morados. De la segunda, no se habló. Sin
embargo, la significativa era la segunda porque era la que tenía que dar
cuenta del terremoto que se había producido: el independentismo rebasa
el 50% del electorado y roza la mayoría absoluta.
Pablo
Iglesias compareció al día siguiente y, atribuyendo el retraso a la
necesidad de recoger información, reconoció los malos resultados, regañó
a Monedero y se reafirmó en la justeza y oportunidad de las políticas
que el electorado español había rechazado. Igual que los demás
perdedores de la jornada: todos iban en la buena dirección y sentido
correcto, como si fuesen una disciplinada unidad de caballería. Eran los
electores quiene iban en sentido erróneo.
Al
día siguiente también compareció Miquel Iceta con un verdadero grito de
guerra: "haremos lo que sea necesario para que Barcelona no tenga un
gobierno independentista". Este rotundo propósito, seguramente emanaba
de una previa consideración no formulada expresamente: al
independentismo, ni agua, que ha ganado las elecciones. Por eso no hubo
comparecencia del PSC sobre Catalunya en concreto, porque el resultado
era muy evidente: victoria independentista arrolladora en las
municipales y en las europeas.
Por
eso, los socialistas muy y mucho catalanes no darán ni agua al
independentismo triunfante. Ni aire le dejarían para respirar si
pudiesen. Harán "lo que sea" para impedir el su acceso al gobierno local
más simbólico de Catalunya y el único en el que el PSC, crecido a la
pantagruélica cifra de ocho concejales, puede hacer algo. ¿Qué? "Lo que
sea".
¡Cómo suena eso en el país de las cloacas del Estado, la policía
política, la guerra sucia contra Catalunya, los fiscales afiladores y
los ministros de "Asuntos catalanes"! ¡Cómo suena en un país con
presos/as y exiliadas/os, embargados/as políticas, cargos públicos
procesados a docenas, montones de concejales expedientados
administrativamente!
Catalunya
ha votado independencia de forma aplastante en las dos elecciones. En
las Europeas ha enviado al Parlamento de la Unión a los dos líderes
indiscutidos del independentismo, sacándolos del exilio y la prisión,
aparte del consejero Comín. Ha trasladado la lucha por los derechos de
los catalanes al corazón de Europa y si el Estado trata de
menoscabarlos, entrará en conflicto con el Europarlamento. Lo farà, sin
duda, y acabarça por hundirse como Estado democrático de derecho.
Las
elecciones municipales han sembrado el país de ayuntamientos
independentistas. Con la abundante diversidad típica de los gobiernos
locales, pero todos independentistas, de ERC o de JxC, que es lo que
importa. La batalla de Barcelona tiene una importancia simbólica grande,
pero no definitiva. En Barcelona vive el 21,7% de los habitantes. El
otro 78.3% lo hace en el resto de los 947 municipios de Catalunya casi
todos independentistas, excepto la cincuentena del PSC, los cuatro o
cinco del PP y los cero alcaldes de C’s, el partido español más votado
en Catalunya.
La
importancia política de Barcelona radica también en que es en donde el
unionismo quiere marcar la pauta jugando con la dualidad
izquierda/independendencia, sin ser la una ni la otra. La izquierda
catalana no independentista en Barcelona se concentra en los
comunes/podemos y su misión es cerrar el paso al independentismo con un
pacto como el que los podemitas quieren en Madrid. Iglesias trata de
garantizarse un ministerio ofreciendo un pacto en Barcelona entre los
Comunes, el PSC y C’s, que deje fuera a los independentistas.
Por eso
prometió la Constitución el domingo pasado con un “por la democracia,
por los derechos sociales y por España”. Todos se han quitado ya la
máscara y, detrás del “izquierdismo” podemita aparece el viejo
nacionalismo castellano/español que, tratándose de Catalunya, hermana a
los fascistas con los progres.
Por si alguien lo dudaba, la cipaya Colau
por fin habla claro: no quiere acuerdos con JXC porque son de derechas,
ni con ERC porque son independentistas. Así se trata de una mujer
española que, como su líder Iglesias, solo quiere un cárrec, una
alcaldia, un ministerio, aunque sea de Marina.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED