Netflix ha estrenado una serie impresionante, Wild Wild Country,
 sobre la asombrosa historia de una secta hindú que en los años 80 del 
siglo pasado estuvo a punto de tomar un condado de Oregón con un 
discurso de mucha paz, mucho sexo y mucho amor; y, aprovechando los 
vacíos legales como todo movimiento totalitario, puso en jaque a la 
sociedad y al Estado. La movilización ciudadana que se produjo ante la 
parálisis institucional fue un verdadero modelo de patriotismo 
norteamericano. Podía ser tabarnés.                            
El reverendo comunista Jones y los mil suicidas
Los 40 habitantes del pueblo de Antelope se movilizaron contra los 
miles de seguidores de Bagwan que compraron y urbanizaron lujosamente un
 valle arriscado y pobre con los fondos recaudados en Hollywood y otros 
oasis orientalistas por el gurú de los 90 Rolls-Royce. Las comarcas 
vecinas y multimillonarios como el creador de Nike se rebelaron contra 
lo que veían una amenaza totalitaria y comunista. Y pese a unos medios 
de comunicación tan amarillos de forma como rojos de fondo -nada nuevo- 
los oregonianos tuvieron el apoyo de una opinión pública conmocionada 
tras el suicidio del Reverendo Jones y 900 siervos de su secta "Templo 
del Pueblo" en Guyana.
Jones, un galés
 dizque indio, se declaraba comunista y tuvo el apoyo de la izquierda 
exquisita post-68, como el alcalde de San Francisco y el líder gay 
Harvey Milk, llevado al cine magistralmente por el siniestro Sean Penn.
 La crisis a cuenta de Stalin le alejó del Partido Comunista 
Norteamericano, cuyas figuras más populares eran Angela Davis y los 
"Soledad Brothers"; y ante una investigación del FBI por blanqueo de 
dinero y abusos a menores, huyó a Guyana. 
Allí instaló su paraíso 
comunista. Pero allí apareció un día Leo Ryan, congresista que, alertado
 por unos padres, quiso ayudar a huir a los que vivían en un régimen de 
terror. Un templista apuñaló y mató a Ryan y otros asesinaron a
 cinco de los que querían huir, obligando a volver al resto. Al día 
siguiente, según el film Jonestown, envenenó a más de 300 niños con cianuro y ordenó suicidarse al resto de la secta, que, férvidamente, obedeció.
Desde
 entonces, muchos americanos sospecharon que el orientalismo de los 
Beatles pasado por California podía acabar en masacre de enajenados, 
como en Guyana. Y los uniformes bermellón, las milicias armadas de 
Sheela, -maligna hindú sonriente y soberbia demagoga mediática al modo 
podemita- y el discurso de tergiversación de las leyes les movieron a 
una resistencia de varios años, hasta que pasó lo que cuenta la serie y 
no voy a destripar aquí.
Los faraones sepultados con toda la Corte
¿Qué
 tiene que ver esto con lo que pasa en el PP? Si no hubiéramos vivido el
 suicidio de UCD, diríamos que nada. Como lo vivimos, casi todo. Dicen 
que hay algo peor que una gran religión dirigida por seres minúsculos: 
una pequeña religión dirigida por líderes mayúsculos, carismáticos y 
letales. Pues bien, lo más parecido a una secta que trueca la fe por la obediencia es un partido político con nuestra ley electoral,
 de listas cerradas y bloqueadas. 
Esa pirámide con el líder que 
administra el alpiste de los sueldos y los cargos públicos es una forma 
de despotismo que acaba chocando con una realidad siempre cambiante, 
tormentosa, abonada al estiaje y a las riadas de opinión. Pero si no se 
tiene en cuenta ese cambio continuo, llega un momento en el que no hay 
más salida que quitarse de en medio, desaparecer. A eso va el PP.
Como
 la opinión pública depende de los medios de comunicación, los políticos
 del PP están en manos de la 'Secta del Patíbulo', o sea, de los medios 
que utiliza Soraya, con Mariano
 detrás, para irlos liquidando uno a uno. Pero en las pirámides egipcias
 el faraón no se va solo al otro mundo, sino que lo acompaña toda la 
corte: eunucos, generales, joyas y animalillos domésticos. 
Y aunque El 
Faraón por excelencia era Aznar
 (se lo puse yo), como se fue por propia voluntad en 2004, nadie murió. 
Pero, ay, el faraón que él nombró sucesor decidió en 2008 que el 
Partido-Corte se enterrara con él. Y diez años después, se ve venir el 
suicidio colectivo inducido por el reverendo Rajones.
El
 arma última del suicido en masa es la voluntad de morir. Pero el arma 
que logra esa obediencia son los medios de comunicación patibularios que
 destruyen a la persona que hay en cada rival político o ideológico. 
Y 
sólo la aplastante mayoría mediática de extrema izquierda forjada por el
 PP explica -lo hizo ayer Javier Somalo en un brillante artículo-
 que en la semana del juicio a Griñán en el caso de los ERE, 900 
millones de euros robados a los andaluces en paro por la Junta de 
Andalucía, el debate nacional sea el del máster de Cristina Cifuentes, 
con Casado de postre. 
No es que haya dos varas de medir. Aquí no hay más
 que una vara de medir las costillas de los políticos del PP, la que 
esgrimen los telechicos de Soraya y sufre el partido de Rajoy.
Rajoy liquida al PP y Rivera lo despista
En su peor actuación política, Albert Rivera y Aguado 'El Equivocado'
 están siendo los fatuos instrumentos de la 'Ashishina One' para 
liquidar el PP de Madrid, que es el último obstáculo para suceder a 
Rajoy, bien como candidata a la Moncloa, bien, si él se enroca en el 
aforamiento, en la reserva tradicional de voto del PP que ha sido Madrid
 desde hace un cuarto de siglo. Dado que la mayor afluencia de nuevos 
votantes a Ciudadanos viene del PP, es de idiotas aparecer como 
el verdugo de Cifuentes por un birrimaster mientras se perdonan masacres
 financieras como las de los ERE andaluces.
¿Qué no es por el birrimaster sino por mentir? ¿Y no ha mentido más Griñán al decir que no recuerda lo que firmó? Esta semana destapó El Mundo dos escándalos, uno de Susana Díaz y la Gürtel del PSPV y Compromís,
 mucho más graves: documentos falseados y saqueo de fondos públicos en 
favor del partido y los intermediarios, que son los mismos que con el 
PP. ¿Es más corrupto el máster legal de Cifuentes -aun si la Universidad
 lo trucase- que alterar el régimen legal de contratación o financiar 
campañas electorales de Zapatero, el PSPV y el Bloc comunista-separatista, base de Compromís?
Para el votante de izquierdas, sin duda, ya que la única corrupción es la que sale en La Sexta
 y demás medios patibularios sorayejos: la del PP. ¿Pero piensa lo mismo
 el votante del PP de Madrid, al que no hicieron mella tantas campañas 
cebrianescas, godojulianescas, rourescas y gabilondescas? Lo dudo. 
Rajoy
 acumula méritos sobrados para que cualquier español herido en su 
dignidad por el golpismo catalán y el padrinazgo político alemán deje de
 votarlo, pero ¿adónde irá su indignación: a Ciudadanos o a 
Vox? Hasta el follón de Madrid, estaba claro. Si C's aparece como partido
 oportunista que apoya a la izquierda en el linchamiento injusto de la 
derecha, eso cambiará.
La suerte de 
Rivera -no de Aguado 'El Equivocado'- es que Rajoy le brinda una 
oportunidad de oro para sacar la pata que, a mi juicio, ha metido hasta 
el corvejón. Sus dudas sobre Cifuentes abocan al PP a la guerra civil 
entre los que prefieren perder el poder y forzar a C's a retratarse con 
sociatas y podemitas para cortar la sangría de votos y los que buscan 
conservar la Autonomía para hacerle hueco electoral a Soraya si Rajoy no
 la hace faraona. Son bandos irreconciliables. ¿Qué pinta Rivera en esa 
guerra?
                            La creación de una sólida alianza nacional
Sucede
 que casi todos los dirigentes de C's son provincianos catalanes, 
ignorantes de la severa y delicada sensibilidad del votante del PP 
madrileño. Villacís
 nunca lo ofende, por eso la votarán. Aguado los irrita haciendo los 
mismos aspavientos que sociatas y podemitas; aunque vote los 
presupuestos no se lo perdonarán. Lo de Cifuentes, comparado con lo de Errejón y Griñán, es clamorosamente injusto, y lo de Casado
 es la clásica destrucción personal, después política, de Cebrián y 
Ferreras que tanto indigna al votante del PP. 
Rivera debería dar un paso
 atrás y dejar que sean los verdaderos verdugos de Cifuentes -Soraya y 
Rajoy- los que muestren su cabeza cortada en la mano.
Lo
 que está en juego es mucho más que llevar a Rivera a la Moncloa: 
reconstruir el centro-derecha para hacer frente al separatismo y sus 
socios de izquierda, lo que no ha hecho Rajoy, obstinado 
desertor de sus obligaciones. De que Rivera lo entienda depende algo más
 que el futuro de Cifuentes y el suyo propio. 
Se trata de llegar al 
poder con una alianza nacional sólida detrás, y eso sólo es posible 
uniendo en torno a C's los restos del PP, Vox y tanta gente que no cree 
en los partidos, tampoco en el de Rivera, pero sí en España.
Mientras, el Reverendo Rajones y la menuda y satánica Sheela rumian su futuro y pasean en círculos -mala señal- por la Guyana.
(*) Columnista

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