Los servicios técnicos de la Moncloa han encargado una
mesa más grande para la sala del Consejo de Ministros. Una mesa en la
que quepan unas veintidós personas, ya que el futuro Gobierno podría
tener cinco ministros más. En estos momentos hay carpinteros trabajando
para un gobierno de coalición. Esto es lo más tangible que hoy puede
decirse sobre la futura gobernación de España, un mes después de la
insensata repetición de las elecciones generales.
Estamos en un aparente tiempo muerto, a la
espera de que Esquerra Republicana tome la decisión más importante de
sus últimos cuarenta años de existencia, desde aquella primavera de 1980
en la que se inclinó por dar la presidencia de la Generalitat a Jordi Pujol , en vez de sumarse a una coalición de izquierdas con el PSC y el PSUC, que habría podido encabezar Joan Reventós, el hombre que pactó con Felipe González la
configuración de un único partido socialista en Catalunya. En aquel
tiempo se comentaba irónicamente que había un hombre que no dormía
deseando ser presidente de la Generalitat (Pujol) y otro que no dormía
por el temor que le infundía el cargo (Reventós).
Bajo la presión escénica de una campaña antimarxista
promocionada por la la patronal Foment de Treball, ERC se inclinó por la
candidatura de Pujol y modificó el curso político de una sociedad que,
si se prestaba atención a los jóvenes intelectuales barceloneses de la
época, parecía regirse por las leyes del materialismo histórico que
conducen inexorablemente al socialismo. Y no era verdad. Y sigue sin ser
verdad.
Esquerra ha tenido un papel decisivo en algunos momentos
cruciales de la historia de España. Estuvo en el pacto de San Sebastián
y proclamó dos repúblicas el 14 de abril de 1931. A las doce del
mediodía, el concejal Lluís Companys proclamó la República desde
el balcón del Ayuntamiento de Barcelona –la República a secas–, izando
la bandera tricolor, y una hora más tarde, Francesc Macià le
corregía proclamando desde el balcón de la Diputación de Barcelona,
futuro Palau de la Generalitat, la “República Catalana com a Estat
integrant de la Federació Ibèrica”.
Ambos pertenecían al mismo partido,
pero venían de distintos afluentes. Abogado de sindicalistas, Companys
se había iniciado en el republicanismo reformista y autonomista de Marcel.lí Domingo ,
y el teniente coronel Macià había evolucionado hacia un separatismo de
aire irlandés después de romper con sus compañeros de armas.
Puesto que en el pacto de San Sebastián no había nada
escrito sobre qué poderes tendría Catalunya en una España republicana,
hubo que negociar a contrarreloj para que el nuevo régimen no entrase en
crisis nada más nacer. En aquella época no había Twitter, ni tertulias
en radio y televisión. Habrían enloquecido aquel mes de abril. Había,
eso sí, muchos periódicos, que salían mañana y tarde.
Al cabo de unos
días, Macià pactó con el presidente del gobierno provisional de la
República, Niceto Alcalá-Zamora , la inmediata formación de un
gobierno catalán que tomaría el nombre de Generalitat (órgano ejecutivo
de las Cortes catalanas medievales), y la aprobación de un estatuto de
autonomía en las Cortes españolas.
Alcalá-Zamara envío a tres ministros a
negociar a Barcelona, dos catalanes autonomistas, el citado Marcel.lí
Domingo y Nicolau d’Olwer , y el socialista reformista Fernando de los Ríos , andaluz de nacimiento. Hubo acuerdo. Toda situación compleja exige tacto. Así en los años treinta como en la actualidad.
Desde su fundación Esquerra fue un partido bastante
complicado. Más que un partido en el sentido orgánico del término, era
una federación de ateneos y entidades republicanas y catalanistas que
consiguió ganar las elecciones municipales de 1931, gracias a la fuerte
personalidad del teniente coronel Macià y a la basculación de muchos
antiguos votantes del Partido Radical de Alejandro Lerroux en la
provincia de Barcelona.
Puesto que aquellas elecciones acabaron siendo
un plebiscito sobre la continuidad de la Monarquía, la Catalunya
republicana votó al partido que mordía más fuerte en favor de la
República.
Los jóvenes intelectuales de Acció Catalana Republicana
se quedaron con un palmo de narices. Los ilustrados herederos de La
Lliga, de la que habían abjurado después de que el gran partido
nacionalista burgués apoyase en 1923 el golpe del general Primo de Rivera –que
pagó el apoyo suprimiendo la Mancomunitat, primer embrión de la
autonomía catalana– se quedaron pasmados, como suele pasarles en
ocasiones a quienes intelectualizan demasiado la política. Creían que
Catalunya era suya y el quijotesco Macià les ganó la partida.
El
periodista Agustí Calvet , Gaziel , que pertenecía a la intelectualidad catalanista, se rió un poco de sus compañeros de generación en un artículo publicado en La Vanguardia el 21 de abril de 1931, titulado Unas cuantas verdades :
“Acció Catalana fabricó primero la aureola de Macià y después quiso
arrinconarla. Su otro error estriba en un viejo defecto del puritanismo
catalanista: la estrechez de horizontes y el ensimismamiento. En unos
instantes en que España vibraba, Acció Catalana, que ya daba por muerto
el radicalismo lerrouxista, decidió aislarse del mundo circundante”. No
había entonces páginas de Facebook para comentar el artículo de Gaziel.
El desorden interno convirtió Esquerra en un partido
moderno y anticipador. Tenía al menos tres corrientes, cada una con un
periódico. La corriente federalista y socializante de Companys y la
gente del Partit Republicà Català; los independentistas de Estat Català,
partido fundado por Macià, y los reformistas agrupados por Joan Lluhí i Vallescà alrededor del semanario L’Opinió, grupo al que perteneció Josep Tarradellas.
Lluhí ayudó a Companys a no proclamar la
independencia el 6 de octubre de 1934. Aquel día desde el balcón de la
Generalitat se anunció: “L’Estat Català dins la República Federal
Espanyola”. El general Batet los detuvo a todos y, al cabo de dos años, Francisco Franco ordenó fusilar a Batet. Tiempo después, ejecutó a Companys.
Sirvan estas notas para ilustrar que la investidura no
está siendo negociada con un grupo de marcianos, como podría
desprenderse del ataque de nervios que estos días padece parte de la
prensa de Madrid. El momento es trascendente y en la mochila de la ERC
independentista del 2019, con su líder encarcelado, hay mucha historia.
Mayor aún es la mochila del PSOE. La historia no se repite, pero rima,
decía Mark Twain .
Entre tanto, unos carpinteros trabajan en una mesa que no sabemos si se va a estrenar.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia