"Este Montoro es un irresponsable. Solo nos faltaba eso. Parece que 
hayamos entrado en fase demolición". El Madrid político respiraba así 
después de que se conociera este miércoles que el juez Pablo Llarena había requerido al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, para que le informara sobre cuál era la base para afirmar que no se había destinado ni un euro a la organización del referéndum del 1 de octubre. 
Ahí es nada: una pelea de pesos gallo con el ring abierto al público y 
vociferando ora contra Llarena ora contra Montoro. Es evidente que algo 
se ha desencajado en este tamizado complot para inventarse un golpe de 
estado que no existió y unas acusaciones tan graves de rebelión y 
malversación.
El delito de rebelión lo ha tumbado la justicia de Alemania y acabará teniendo un camino idéntico, seguramente, en Reino Unido, Bélgica y Suiza. El de malversación, que
 también está siendo seriamente cuestionado en Europa, lo está tumbando 
en España un político no menor como es el ministro de Hacienda que está 
desnudando una parte muy importante de la instrucción realizada por 
Llarena y el relato construido. 
Montoro, que no se amilana normalmente, 
mandó por la tarde al Congreso de los Diputados a la secretaria general 
de Financiación Autonómica y Local, Belén Navarro, a mantener en sede 
parlamentaria el mismo relato que el pronunciado por el ministro. Quizás
 un día, ministro y juez nos expliquen por qué ha estallado en este 
momento -el más delicado para el juez del Tribunal Supremo- este litigio
 público.
Pero, mientras tanto, hay que preguntarse algunas cosas aunque no 
obtengan respuesta. ¿Por qué el juez Llarena le hace ahora al ministro 
este requerimiento cuando su posición era pública desde hace meses y no 
se lo había pedido? ¿Ha dado todos los pasos de la instrucción con los 
únicos informes de la Guardia Civil y sin haber contrastado, aunque solo
 fuera para su mayor seguridad, con los servicios del Ministerio de Hacienda?
 Si fuera así sería de una enorme gravedad teniendo en cuenta las penas 
que se han pedido y el calado de las acusaciones. 
Porque lo más 
sorprendente es que la posición del ministro, que acaba siendo por 
extensión la del gobierno de España, es cuando menos llamativa ya que 
desmiente abiertamente lo que sostiene el juez. Y, en este caso, tiene, 
además, un factor añadido: aunque el control de las finanzas de la Generalitat fue
 total y absoluto a partir de septiembre de año pasado, desde 2015 ha 
habido una cierta tutela de las mismas que se traducía en una 
vigilancia cuando menos parcial. Que, además, fue in crescendo con el 
paso de los meses y la incomunicación política entre los dos gobiernos.
Montoro ha enseñado parte de las vergüenzas del sumario del 1-O y ha 
dado munición suficiente para que todos los letrados de la quincena de 
procesados por el Tribunal Supremo, nueve en las cárceles de la Comunidad de Madrid y seis en el exilio dispongan de una carta muy 
valiosa. El juez Llarena tiene un problema con la verdad. Y ya no solo 
se lo dicen los procesados sino que se lo dice Europa y Cristóbal 
Montoro.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

 
 
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