MADRID.- La caza en España es un sector económico de primer orden. Genera 
anualmente una actividad valorada en 6.475 millones de euros, lo que 
supone un 0,3% del PIB español y equivale a toda la riqueza creada por 
un sector tan potente como el del vino. Esta afición da empleo, entre 
trabajos directos e indirectos, a 186.758 personas, lo que equivale al 
81% de la plantilla de la industria de la automoción.
Estas
 son algunas de las principales conclusiones del primer estudio 
realizado sobre 'El impacto económico y social de la caza en España', 
elaborado por la consultora Deloitte por encargo de la Fundación 
Artemisa, el grupo de presión que engloba a las principales 
organizaciones de cazadores e industriales del sector. 
Como admitió el 
presidente de Artemisa, José Luis López-Schümmer, con el documento 
quieren cortar de raíz los ataques e insultos que recibe el colectivo, 
sobre todo desde las redes sociales, y reclamar, por contra, «el 
reconocimiento que se nos debe» por la importante contribución de este 
sector al desarrollo económico y social del país, al mantenimiento del 
medio rural, y a la conservación del medio ambiente.
El estudio se presentó en el Ministerio de Agricultura, Pesca, 
Alimentación y Medio Ambiente y varios de los principales responsables 
de este departamento asistieron al acto para dar su «respaldo total» a 
la actividad cinegética y a sus protagonistas, por su preservación del 
medio ambiente y por ser clave, destacaron, para frenar el 
despoblamiento rural.
En España hay 713.139 personas con licencia 
de caza que practican la actividad en unos 32.800 cotos asentados en 
43,8 millones de hectáreas declaradas como de aprovechamiento 
cinegético, lo que representa nada menos que el 87% del territorio 
español. Más de la mitad de estos terrenos, en los que cada año se 
abaten 20 millones de piezas menores y 600.000 de caza mayor, están en 
las dos Castillas y Andalucía. 
La caza, de hecho, es el tercer deporte 
español con mayor número de federados, detrás del fútbol y muy cerca del
 baloncesto, y en Europa solo Francia supera su número de licencias.
El
 cazador tipo, según el estudio, es un hombre de 46 años o más, con 
empleo y estudios universitarios, que gasta anualmente unos 9.694 euros 
en su afición, que practica tanto caza menor como mayor en cotos, y que 
tiene como principales destinos Castilla-La Mancha (86%), Castilla y 
León (35%), Andalucía (34%), y Extremadura (33%). 
España es, además, 
como demostró la reciente visita de Donald Trump Jr., uno de los 
principales destinos de turismo cinegético del mundo, por la diversidad 
de especies y modalidades de caza.
El gasto anual directo de los 
diferentes agentes cinegéticos es de 5.470 millones de euros, en un 67% 
realizado por los propios cazadores, y su contribución el PIB equivale 
al 4% de la generada por la construcción o al 9% de la del sector 
financiero. La Administración también se beneficia de la actividad, pues
 recibe 614 millones anuales a través de tasas e impuestos.
De los
 puestos de trabajo que genera, 45.497 son empleos directos de los cotos
 y organizadores de cacerías y 141.261 indirectos. Un dato que destaca 
el estudio es que siete de cada diez puestos dan empleo a personas del 
mundo rural con nivel de estudios primario, que tendrían muy difícil su 
integración laboral sin esta actividad.
Los
 propietarios y administradores de terrenos cinegéticos destinan 
anualmente unos 285 millones de euros a acciones de gestión y 
conservación de la caza y la fauna silvestre. En concreto, dedican 233 
millones a repoblaciones e inversiones de conservación medioambiental y 
54 millones al mantenimiento de accesos, pantanos, y a podas, 
cortafuegos y otras mejoras del monte.
La actividad de la caza y 
sus inversiones, recuerda el documento, deduce también de forma 
importante los accidentes de circulación y los siniestros agrícolas en 
el mundo rural. Evita la sobrepoblación de jabalíes y corzos, que son 
los responsables del 54% de los siniestros de tráfico causado por fauna 
silvestre, y también reduce los daños agrícolas, el 12% de los cuales 
son atribuibles a especies cinegéticas.
López-Schümmer, en su 
resumen del estudio, indicó que sin cazadores habría más accidentes de 
tráfico, crecerían los daños a las cosechas, se devaluaría la 
conservación de los espacios naturales, aumentarían los incendios 
forestales, se extenderían las enfermedades en el ganado, descendería el
 valor del patrimonio rural, y aumentaría la despoblación de estos 
pueblos, muchos de los cuales ya están cerca de su extinción.
 
 
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