Parece como si hubiera un reflujo en el 
ánimo, el espíritu independentista catalán. El sábado era Francesc Homs,
 del PDC, quien animaba al PSOE a formar un gobierno de izquierda porque
 el referéndum catalán ya no sería una condición inexcusable, cosa que 
comentó Palinuro en su post sobre el giro copernicano.
 Quiso entenderlo como una maniobra táctica y ver su punto bueno, esto 
es, el hecho de que, de formarse un gobierno de izquierdas, el país 
podría perder de vista esta pesadilla de corruptos y presuntos 
malhechores que lo está esquilmando hace más de cuatro años. 
Pero, a lo largo del fin de semana han seguido alzándose voces en un sentido coincidente. Xavier Domènech, el portavoz de Barcelona En Comú,
 mantiene la exigencia del referéndum pero es puramente formal porque 
sigue jugando la baza de un imaginario cambio en España en favor de un 
Estado plurinacional. Algo parecido sostienen los dirigentes de QWERTY 
en el Parlament y, por último, todos los candidatos a dirigir Podem  
afirman que no son partidarios de la independencia de Cataluña.
Bueno
 es que las cosas se aclaren y, suponiendo que la oferta de Homs sea a 
título personal o de contenido exclusivamente táctico, conviene 
aquilatar las consecuencias de los distintos planteamientos de las 
últimas horas. Si el contenido es exclusivamente táctico, es de suponer 
que la oferta al PSOE no será en detrimento de la hoja de ruta de Junts pel Sí que, en su momento, planteará el Referéndum o la Declaración Unilateral de Independencia, según vengan dadas las cosas.
Dado
 que la finalidad táctica no es segura del todo y que las fuerzas 
catalanas del profuso mundo del 15M, los desahucios, Podemos, etc. 
reniegan de la independencia como del maligno, no está de más que los 
indepes recuerden que solamente cuentan con sus fuerzas para llevar 
adelante la hoja de ruta y evitar nuevas elecciones. Eso quiere decir 
que, a la hora de votar sobre la cuestión de confianza en Puigdemont, la
 CUP no tiene margen de maniobra. 
Si vota en contra, habrá elecciones 
anticipadas que probablemente dejarán malos resultados para su 
candidatura y el independentismo en general. Si vota a favor, se abrirá 
una posibilidad única, la de construir la República Catalana, única 
forma de seguir adelante en la afirmación de la nación catalana y de 
contribuir a la regeneración (traumática, pero seguramente eficaz) de 
España como República.
80 aniversario del golpe de Estado 
protagonizado por un militar perjuro y felón que desembocó en tres años 
de cruenta guerra civil. Tras la guerra, el mismo militar y sus 
cómplices instauraron un régimen genocida, de terror, dedicado al 
exterminio de todos quienes no fueran sus partidarios. Aquel régimen de 
delincuentes erigió un remedo de Estado y ordenamiento jurídico que 
acabó siendo reconocido por la vía de hecho por los demás países. 
Durante
 toda la dictadura España siguió siendo un régimen de hecho, pero no de 
derecho. Y así sigue a día de hoy porque, mientras no se reconozca el 
delito cometido hace hoy 80 años, no se haga justicia con los 
responsables y no se resarza a las víctimas, en puridad del concepto, no
 podrá hablarse de Estado de derecho. Ni 40 ni 400 años de ejercicio del
 poder pueden convertir a una banda de criminales y asesinos en un 
gobierno respetable de gentes honradas. 
Y
 ese es el problema que sigue impidiendo la plena homologación de España
 con las naciones civilizadas y democráticas. Un país en el que sigue 
habiendo más de cien mil personas asesinadas y enterradas en fosas 
comunes a las que no se ha hecho justicia es un país enfermo, que no 
puede mirar a su pasado ni puede encontrar paz en el presente.
Durante
 los cuatro años de gobierno de los neofranquistas del PP, se ha 
paralizado el tímido e  insuficiente intento de hacer justicia de la Ley
 de la Memoria Histórica. Una prueba obvia de que los herederos 
biológicos e ideológicos de los criminales de julio de 1936 siguen en 
sus trece y pretenden que el país olvide su deber de conciencia para con
 las víctimas del genocidio franquista.
La
 verdad es que, en esta lamentable actitud de olvido participa desde el 
comienzo la izquierda, que debiera ser quien presionara sin descanso 
para que se haga justicia al más inhumano, más cruel y despiadado 
episodio de la historia de España. El error comenzó con la propuesta de 
"reconciliación nacional" que hicieron los comunistas en el exilio en 
los años 60. Los franquistas entendieron el mensaje y, durante la 
transición, engañaron a todo el mundo con una ley de amnistía que 
también los amnistiaba a ellos y una izquierda ingenua acabó aceptando 
como justa una ley de punto final. Pero que una ley inicua sea aceptada 
como justa no la hace menos inicua.
Y
 los torturados, asesinados, los exiliados, los niños robados, las 
gentes expoliadas, quedaron en el olvido, al margen de toda justicia.  
La corrupción fundamental sobre la que estaba erigida la dictadura de 
Franco, esto es, la conversión de la delincuencia y la ilegalidad en 
legalidad y viceversa ha llegado al día de hoy porque la transición 
cambió una "constitución" irrisoria por otra que ha acabado siendo tan 
irrisoria como la anterior, pero no cambió en absoluto el conjunto del 
ordenamiento jurídico. Y es aquel ordenamiento jurídico de la dictadura,
 perverso y degenerado, en el que, al modo de Orwell, la ilegalidad era 
la legalidad, el delincuente, inocente y el crimen una virtud, el que 
explica por qué la corrupción es un fenómeno endémico en España: porque 
es herencia del régimen de Franco, contrario a todo principio de 
derecho.
Pero,
 como sucedía en el mundo griego, como sucede en Antígona, si los 
muertos no son honrados, los vivos no conocerán la paz. Por mucho que 
estos franquistas del gobierno, esta banda de presuntos malhechores y 
corruptos, trate de evitar que se haga justicia a la víctimas y los 
victimarios ocupen el lugar de deshonra e infamia que les corresponde, 
la justicia acabará imponiéndose. Mientras tanto, España seguirá siendo 
un país enfermo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 
 
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