Esto es lo primero que pensé el día en que me jubilé:
“YA NO TENDRÉ QUE SOPORTAR AL IMBÉCIL DE MI JEFE NI UN MINUTO MÁS”
La frase está tomada de una canción de Amaral que me encanta: 
El pensamiento no es muy elevado, pero es la realidad de este mundo que nos toca vivir.
¡Hay que ver la cantidad de imbéciles que tenemos que soportar a lo largo de la vida!
Jefes imbéciles, compañeros imbéciles, y hasta clientes imbéciles si somos autónomos.
Con razón el Dalai Lama aconseja practicar la virtud de la paciencia.
Si son jefes, son explotadores esclavistas y nunca reconocen tus méritos por mucho que te esfuerces en hacer bien tu trabajo.
Sin son compañeros, son auténticos trepas que quieren subir a costa de jugar sucio.
Si son clientes, no aceptan un precio justo e intentan engañarnos, y encima se vuelven morosos con facturas impagadas.
Sin
 son religiosos, convierten sus creencias en una pesadilla sectaria y 
fanática, y utilizan el miedo al infierno para controlar a sus 
seguidores.
Si son políticos, degradan los principios 
éticos de cualquier Constitución, se corrompen para robar dinero, e 
intentan recortar al máximo los derechos y las libertades.
Yo los llamo supresivos, personas tóxicas o hermanos bastardos.
Son
 irracionales hasta el fondo porque basan su supervivencia en machacar a
 los demás. Se creen que sólo pueden sobrevivir si hunden moral y 
físicamente a las personas que les rodean. Carecen del sentido de la 
cooperación y de la solidaridad, y sólo se preocupan de poner zancadillas
 para comerles el terreno a los demás.
Y lo peor es que en ocasiones tienen mucho poder y los necesitamos para sobrevivir, aunque tengamos que taparnos la nariz.
Son
 personas que carecen de sabiduría, de amabilidad, de educación y de 
respeto, y pretenden darnos lecciones de todo cuando son auténticos 
necios creídos. 
No saben ni quiénes son ellos 
realmente, porque carecen de toda realización espiritual. Por eso lo 
primero que pregunto a este tipo de personas es: “¿quién es usted?” No 
la dirijo a su persona humana sino a su alma, a su ser divino profundo, 
para ver si son capaces de mirarse a sí mismos, porque ésta es su mayor 
incapacidad.
Muchos proceden de hogares desintegrados, 
de una educación lamentable, y reproducen las mismas neuras y traumas 
que han mamado en su casa porque no han sido capaces de  superarlos. El 
problema es que se integran en la sociedad sin haber hecho los deberes, 
sin tener aprendidas unas lecciones básicas de civismo y de humanidad, y
 luego tenemos que cargar todos con su torpeza.
“A la 
política se viene aprendido” y a la vida también, por lo menos en lo 
básico, que ya habrá tiempo de aprender lecciones más avanzadas a lo 
largo de la vida sin importunar a nadie, o por lo menos molestando lo 
menos posible.
“Estoy en paz con los hombres y en 
guerra con mis entrañas” dijo Antonio Machado. Y es que las personas 
consideradas, con honor, vergüenza y dignidad, prefieren resolver sus 
propios problemas sin molestar a los demás, y sólo importunan a otras 
cuando no les queda más remedio que pedir ayuda.
¿Qué 
hacer con este tipo de humanos degradados y espiritualmente enfermos? 
Alejarse de ellos tanto como se pueda, y si no podemos evitarlo, 
relacionarse lo menos posible y desarrollar buenas defensas 
para que no nos metan el dedo en el ojo. ¡Cuidado con el perro, que 
muerde!
(*) Periodista 

No hay comentarios:
Publicar un comentario