Si se confirman los vaticinios 
coincidentes de los sondeos, el 27 de junio nos encontraremos unos 
resultados similares a los del 20 de diciembre, diputado arriba o 
abajo.  Siendo los seres humanos imprevisibles, pudiera pasar algo 
distinto, pero la abrumadora coincidencia demoscópica no anima la 
esperanza de un cambio.
Una
 nueva oportunidad pidieron y obtuvieron entonces estos cuatro 
musilianos hombres sin atributos, que ambicionan ser presidentes de la 
"gran nación", al decir del genio monclovita. ¿Para qué? Para demostrar 
alguna originalidad, inventiva o ingenio que rompieran el maleficio de 
la repetición. No obstante, hasta la fecha solo se les ha visto 
perserverar cada uno en su empeño con las mismas propuestas anteriores, 
sin variarlas un ápice. Han mantenido sus enfrentamientos, oposiciones, 
vetos, reproches, incompatibilidades y, si acaso, las han ahondado a 
base de declaraciones recíprocamente peyorativas y hasta ofensivas. Su 
esperanza parece ser que sean los otros quienes desistan. Es la fórmula 
más segura para reproducir el fracaso anterior. 
A
 una semana de las elecciones, la repetición del marasmo no solo será 
resultado del cumplimiento de los sondeos, siempre opinable, sino de los
 límites rígidos de la lógica de la acción colectiva.  El 
multipartidismo fragmentado sin mayorías absolutas apunta a dos 
conclusiones concatenadas: a) cualquier alianza o combinación ha de 
contar con el PSOE; b) cualquier combinación o alianza en que entre el 
PSOE será funesta para él. La gran coalición, PP/PSOE, se considera 
antesala de la desaparición del socialismo como opción futura. La 
coalición PSOE-Unidos Podemos, la fagocitación del primero. La tercera 
posibilidad, PSOE-Ciudadanos, es la que más se hunde en las encuestas, 
como si los votantes quisieran enterrar el único demediado acuerdo que 
se ha dado hasta la fecha. 
Considérese:
 todo pacto precisa del PSOE, pero el PSOE pierde en todo pacto. Para 
los socialistas, por tanto, lo más racional es no llegar a acuerdo 
alguno. Pero eso es, paradójicamente, lo más irracional para el conjunto
 y, en consecuencia, también para los socialistas. Es una situación nada
 infrecuente en la realidad que vuelve locos a los teóricos de la 
decisión racional pues rompe una regla básica de la lógica aristotélica,
 esto es que algo no puede ser ello mismo y su contrario al mismo 
tiempo: lo racional no puede ser lo irracional. Pero lo es.
Si
 tampoco ahora pueden los cuatro héroes de nuestro tiempo componer 
gobierno, serán precisas nuevas elecciones. Una posibilidad estrafalaria
 para practicarla con el mismo cuarteto.  Nadie puede considerarla sin 
asomarse a un escenario de ridículo global. Llevan días afirmando 
rotundamente que no habrá tercera votación, pero haciendo y diciendo lo 
posible para provocarla. Si la hubiera, ¿admitiría la opinión que se 
presentaran los mismos pretendientes a probar fortuna en Camelot? 
Si,
 como es previsible, no fuera el caso, ¿no sería preciso prorrogar la 
convocatoria de elecciones para dar oportunidad a los partidos de 
cambiar sus liderazgos? Cambiar liderazgos es cambiar discursos. Pocos 
están dispuestos a escuchar estos por enésima vez, aunque la televisión 
ponga a los candidatos a anunciar el tiempo de mañana. 
¿Y
 quién estará al mando de ese interregno? Es obvio: un/a tecnócrata. 
Alguien que goce del beneplácito de los poderes europeos y, a ser 
posible -aunque no imprescindible- sea persona conocida y respetada. 
La
 disyuntiva -repetición con el mortecino elenco actual o tecnocracia 
saintsimoniana- es tan deprimente que debiera encender un esfuerzo para 
impedir que se realice, para que se incumpla. 
España
 necesita un gobierno. No porque haya de ser bueno en sí mismo sino 
porque su ausencia es peor ya que no impide el guirigay de quienes 
quieren construirlo pero no saben por dónde empezar.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

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