Bombardeo de encuestas y portadas de periódicos; declaraciones belicosas de ministras in partibus infidelium;
 escraches al carrer al presidente del gobierno; horas y horas de 
debates y tertulias; las redes, saturadas; los tribunales se afanan 
mezclando lo político con lo jurídico según el dios de Trento les da a 
entender; los jueces ahuecan la toga machista;
 los políticos amontonan promesas sin cuidarse de si podrán cumplirlas; 
los medios han entrado en batalla; la Iglesia ha sacado el anatema; el 
Rey vigila, aunque no discursee. Las elecciones catalanas se han comido 
la política española. En realidad, no hay política española.
Hay el 155, que es la antipolítica. 
La
 idea es que el 21D nos jugamos mucho; todo. Y cuando nos lo jugamos 
todo, todo vale. Hasta llamar elecciones a una competición injusta, 
claramente sesgada contra algunas de las partes. Una contienda desigual 
en la que los partidos unionistas tienen plena libertad de expresión y 
acción y los partidos indepes carecen de ellas por cuanto sus 
principales candidatos están en prisión o en el exilio. 
El bloque 
español tiene el apoyo del gobierno central (que ahora también es 
gobierno en Cataluña) que en parte lo ejerce a través de la Junta 
Electoral Central, órgano en el que no hay un solo catalán. La JEC 
interfiere en la campaña electoral siempre mermando las posibilidades 
del bloque independentista. Añádase el activismo judicial, que 
condiciona el proceso.
Los medios sostienen que se apunta a una posible victoria del frente unionista o constitucionalista, como lo llama El País. Al
 menos en votos, si no en escaños. La imagen que se dibuja: un empate en
 que ninguna de las dos partes suma mayoría absoluta y la clave estaría 
en los Comunes. Esto es posible, desde luego, como cualquier otra hipótesis, a seis días de las elecciones. 
Una
 de ellas, y probable, es una mayoría parlamentaria de los indepes. Esa 
es la hipótesis que los unionistas se niegan a considerar pues de 
antemano avisan de que el 155 seguirá en vigor. Sin embargo, si se 
examina la situación más sensatamente, se ve que es la hipótesis más 
razonable. Más que nada, porque no hay otra. Obviamente, si nadie cuenta
 con una victoria por mayoría absoluta del bloque unionista, solo se 
ofrece la prórroga sine die del 155, cosa de la que ya ha avisado
 Rajoy. Pero esa tampoco es una alternativa, salvo que se quiera dar 
razón a Agamben (que seguramente jamás pensó llegar a tenerla de modo 
tan drástico) convirtiendo el estado de excepción en la situación de 
normalidad. 
Resulta
 así que un gobierno de mayoría independentista, que ha demostrado hasta
 la fecha capacidad para gobernar y aplicar su mandato aun con la 
hostilidad del Estado es la opción más razonable para iniciar una 
gobernación con una negociación con ese Estado. La Generalitat 
republicana es un gobierno de fiar porque, hasta cierto punto, lo ha 
sido de un Estado. Cataluña es de hecho un Estado capaz de 
autogobernarse. La forma concreta que esta situación tenga dependerá del
 resultado de estas elecciones, tanto más valioso cuanto mayores y más 
injustos han sido los handicaps impuestos a los independentistas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

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