Hace ya años hubo un debate muy vivo e intenso en círculos 
politológicos en nuestro país sobre el tipo de régimen político que 
existía en España durante el periodo 1939-1978. Algunos politólogos, 
como el Sr. Juan Linz, de la Universidad de Yale (muy influyente en 
España, maestro de muchos de los profesores de Ciencias Políticas más 
conocidos en este país), sostenían que aquel régimen había sido un 
régimen autoritario, o lo que podría llamarse una dictadura a secas, sin
 más. 
Su misión era mantener el orden y la autoridad, siendo su 
dimensión represiva la más acentuada. Dirigida por un caudillo al que el
 régimen consideraba que tenía dotes casi sobrehumanas (“Caudillo por la
 gracia de Dios”, se decía en España para definir al Caudillo), tal tipo
 de Estado recibía el nombre de caudillista, siendo la forma de 
dictadura más común en América Latina, y que, según tales autores, 
incluía también la dictadura en España llamada franquista.
Esta visión de la dictadura fue la más común en el establishment 
político-mediático (es decir, la estructura de poder político y 
mediático) español, que la promovió extensamente no solo en sus medios 
de comunicación, sino también en las instituciones educativas del país. 
Parte del atractivo que esta visión tenía para dicho establishment era 
que estas dictaduras autoritarias iban debilitando su autoritarismo a 
medida que se desarrollaba la sociedad y aparecían unas clases sociales 
-como las clases medias- que, al añadir estabilidad al sistema político,
 hacían menos necesaria la represión, convirtiéndose más tarde en 
democracias, tal como el establishment político-mediático creyó que 
había ocurrido en España. 
Esta visión fue la preferida por los 
vencedores de la Guerra Civil, pues justificaba veladamente el golpe 
militar del 1936 y la dictadura que generó, ya que su autoritarismo era 
necesario para permitir el desarrollo del país, autoritarismo que fue 
diluyéndose con el paso del tiempo. De ahí la definición de aquel 
régimen como franquista, el término más utilizado en España para definir
 dicho régimen.
El régimen, sin embargo, fue mucho más que autoritario; fue también totalitario
La otra visión de aquel régimen creía que este fue mucho más que 
autoritario. Consideraba que fue totalitario, es decir, que intentó 
cambiar toda la sociedad creando un “nuevo hombre” (en aquel entonces la
 mujer no contaba mucho). Según el Sr. Juan Linz, los regímenes 
totalitarios eran aquellos que intentaban cambiar la sociedad a través 
de la imposición de una ideología totalizante (es decir, que afectaba 
todas las dimensiones del ser humano), como por ejemplo el comunismo, 
que utilizaba todos los instrumentos a su alcance (desde los educativos 
hasta los represores) para imponer sus valores. 
Este tipo de sociedades,
 decía Linz, eran incambiables, pues no tenían la capacidad de 
transformarse en democracias. Esta visión de las sociedades comunistas 
-como regímenes incambiables- fue utilizada durante muchos años por el 
gobierno federal de EEUU para justificar su gran tolerancia y apoyo a 
las dictaduras caudillistas latinoamericanas, y su hostilidad hacia las 
dictaduras comunistas.
Ni que decir tiene que el establishment político-mediático español 
nunca ha aceptado que el régimen que llamaba franquista fuera 
totalitario. Pero aquellos que vivimos y sufrimos aquel régimen, sin 
embargo, podemos dar testimonio de que el régimen dictatorial español 
fue enormemente represivo no solo físicamente y emocionalmente, sino 
también ideológicamente. 
El Estado controlaba todos los sistemas 
productores de valores, desde la educación hasta todos los medios de 
comunicación, con el objetivo no solo de mantener el orden y la 
autoridad, sino también y sobre todo de promover su ideología. Y tal 
ideología era totalizante en extremo, pues intervenía en todas las 
dimensiones del ser humano, desde el idioma que uno debía utilizar para 
comunicarse hasta la manera de realizar y conseguir el orgasmo. Es 
difícil encontrar una ideología más totalizante que la que existía 
durante la dictadura del general Franco.
¿Cuál era la ideología totalizante?
Y ahí es donde está el quid de la cuestión. ¿Cuál era la ideología de
 tal régimen? Naturalmente que aquellos que sostienen la teoría de que 
el régimen era meramente autoritario, sostienen también que no tenía 
ideología, lo cual contrasta con la experiencia de cualquier persona que
 haya sufrido aquel régimen. A mí, cuando era niño, en Barcelona, un 
policía franquista (se llamaban los grises) me pegó una bofetada por 
hablar catalán, mi lengua materna, gritándome “no hables como un perro, 
habla en cristiano”. Y la masturbación estaba prohibida. Si no se lo 
creen, pregúntenselo a sus abuelos (ver mi biografía personal “Una breve
 historia personal de nuestro país: biografía de Vicenç Navarro”, en  vnavarro.org, 26.09.17)
Varias eran las características de su ideología. Una era la sumisión 
del mundo del trabajo al mundo empresarial (que se benefició 
extensamente del tal régimen) a través de los sindicatos verticales. No 
se ha enfatizado suficientemente el clasismo elevado (dominio y 
reproducción de clase) como característica de aquel régimen dictatorial,
 lo cual es sorprendente pues un objetivo mayor del golpe militar que lo
 creó y enalteció en 1936 fue precisamente la defensa de los intereses y
 principios de la clase dominante (incluyendo las élites económicas y 
financieras del país) frente a los avances sociales que la II República 
había estado consiguiendo como resultado de las presiones realizadas por
 las clases populares.
Otra característica era la sumisión (en realidad, eliminación) de los
 nacionalismos periféricos (catalán, vasco y gallego) al nacionalismo 
españolista uninacional enraizado en la monarquía y su pasado imperial. 
Esta característica definió también aquel régimen cuyo enaltecimiento 
fue creado bajo el lema de defender la “unidad de España”, unidad que, 
por cierto, no había estado amenazada, difundiéndose bajo este lema, no 
la unidad de España sino la continuidad de un estado monárquico 
borbónico, jerárquico, radial (centrado en la capital del Reino, que 
tuvo poco que ver con el Madrid popular) y uninacional, que consideraba 
como “antiEspaña” a la visión plurinacional de España, poliédrica, no 
radial, con una convivencia consensuada y no forzada por el Ejército.
Estas características, clasismo y nacionalismo extremo,
 eran características de las ideologías totalizantes conocidas en el 
siglo XX como nazismo y fascismo, y que se presentaron claramente en el 
golpe militar del 1936 que no hubiera sido posible sin la ayuda del 
nazismo alemán y del fascismo italiano. Y así fue percibido por la 
mayoría de las instituciones internacionales, incluyendo las Naciones 
Unidas, lo cual explica que fuera de España no se utilice el término 
franquista para definir el régimen dictatorial español, sino el término 
fascista. 
Cuando el Sr. Samaranch fue en el año 1996 a EEUU a inaugurar 
los Juegos Olímpicos de Atlanta, el New York Times, en su nota 
biográfica, lo definió como “el delegado de deportes del régimen 
fascista español liderado por el general Franco”. No era su intento 
insultarle, pues el término con el que se definió aquel régimen en la 
mayoría de los medios de comunicación occidentales fue el de fascismo. 
En realidad, el único país en el que no se utiliza el término fascismo 
es España, y ello no es por casualidad, pues le conviene al 
establishment político-mediático presentarlo como un caudillismo, ya que
 una vez desaparecido el caudillo, la dictadura desapareció.
La falacia que el término “dictadura franquista” oculta
Pero la realidad actual muestra el error de tal definición, pues 
muchos de los elementos de aquella ideología dominante durante la 
dictadura aparecen también hoy en la cultura dominante de este país, 
incluyendo el clasismo y el nacionalismo extremo uninacional.
Referente al clasismo, hay que recordar que muchas de las grandes 
empresas del Ibex 35 proceden del franquismo, como bien ha documentado 
Rubén Juste. Y su gran poder –junto con el de la Gran Patronal- explica 
este poder no sólo en lo económico sino también en lo político y 
mediático, ejerciendo una influencia sobre el estado que implica que los
 salarios continúan siendo de los más bajos de la Unión Europea de los 
Quince (UE-15), que el porcentaje de las rentas del trabajo sobre la 
totalidad de las rentas nacionales sea de los más bajas de la UE-15 
(mientras que el porcentaje de las rentas del capital sean de las más 
elevadas); que los ingresos públicos del estado sean de los más bajos de
 la UE-15 y que el gasto público social en los servicios públicos como 
sanidad, educación, escuelas de infancia, vivienda social, servicios 
asistenciales, en las transferencias sea de los más bajos en tal 
comunidad europea (ver mi libro El subdesarrollo social de España: 
causas y consecuencias, editorial Anagrama, 2006).
Elementos de continuidad dentro del Estado
Es sorprendente también ver la continuidad en las élites dirigentes 
del Estado (desde el jefe de Estado a ministros y dirigentes estatales).
 Gran cantidad de funcionarios del Estado dictatorial y sus 
descendientes han ocupado y continúan ocupando puestos de gran 
responsabilidad. En realidad, los herederos de los vencedores de la 
Guerra Civil son muchos más en las cúspides del poder estatal, que no 
los herederos de los vencidos. 
La gran resistencia a corregir la 
tergiversación de la historia de España que continúa enseñándose en las 
escuelas tanto públicas como privadas es las comunidades históricamente 
dominadas por los primeros, la oposición a legislar la impunidad de los 
crímenes del franquismo, la intolerancia cuando no apoyo a monumentos al
 fascismo (como el Valle de los Caídos), la relación privilegiada del Estado con la Iglesia, el enorme conservadurismo de la administración 
pública, la gran corrupción, la utilización de los aparatos del Estado 
para fines partidistas, y muchos otros hechos, son indicadores de la 
continuación de la ideología mal llamada franquista.
El enorme énfasis en el “respeto a la ley y al orden” (en España, que
 es uno de los países de la UE-15 que tiene más policías por 100.000 
habitantes y menos adultos trabajando en sanidad y educación) que existe
 en España, y el excesivo poder de la clase empresarial, (síntomas del 
clasismo heredado de la dictadura anterior), conseguido a costa del 
escaso poder del mundo sindical (que se traduce también en el escaso 
desarrollo de la cogestión en las empresas), y su movilización centrada 
en la bandera y el himno borbónico del lado vencedor, consideradas como 
los símbolos nacionales, son claro ejemplo de la legitimación de la 
ideología de aquel régimen. 
Ni que decir tiene que la forma y el 
contexto de tales características han ido variando sustancialmente. Pero
 estos cambios no ha significado su eliminación como indiqué en un 
artículo reciente, señalando que no ha habido una desnazificación o 
desfasticización de España como ocurrió en otros países que tuvieron 
regímenes parecidos como Alemania, Italia y la Francia de Vichy (ver en 
Público 21 de noviembre de 2017, “Franco no ha muerto”).
Ni que decir tiene que el Estado español y la sociedad española en la
 que tal Estado ha estado ubicado ha cambiado muchísimo durante los casi
 cuarenta años que han pasado desde el fin de la dictadura. Y mucho 
bueno ha ocurrido en el reconocimiento de los derechos laborales y 
sociales, en el mejoramiento de las instituciones políticas y en la 
sensibilidad de la administración pública. 
Ahora bien, estos cambios, 
por muy significativos que hayan sido, no han alterado elementos clave y
 definitorios del Estado anterior, que han continuado reproduciéndose en
 los aparatos del Estado y en muchas de las políticas públicas aprobadas
 y desarrolladas por tal Estado que son resultado de la continuidad de 
lo que se llama “cultura franquista” que tiene claros componentes de las
 características que definieron la ideología dominante del régimen 
dictatorial. 
Sin ello, no se explica que, por ejemplo, como consecuencia
 del clasismo extremo (cuyas formas de expresión han variado, pero que 
mantienen un gran dominio de los propietarios y gestores del mundo 
empresarial en la vida política del país), España continúe teniendo, 
cuarenta años después del fin de la dictadura, unos de los salarios y 
uno de los gastos públicos sociales más bajos de la UE-15. Lo que se 
llama continuación de la cultura franquista se refleja también con clara
 represión hacia ideologías distintas a la promovida por el Estado y su 
constitución en los grandes sectores de los aparatos del Estado como los
 aparatos policiales y judiciales del Estado central.
El continuismo de esta ideología uninacional y 
autoritaria en el comportamiento judicial en el caso de los presos 
políticos actuales
Prueba de lo dicho anteriormente es comparar el enjuiciamiento del ex presidente Puigdemont en las cortes belgas con las cortes españolas. 
Independientemente de la valoración y opinión que uno tenga del 
comportamiento del gobierno Junts pel Sí y su estrategia para alcanzar 
la independencia, conocida en Catalunya como el “procés”, (y que yo he 
sido muy crítico en este artículo “Los independentistas son también responsables de la enorme crisis en Catalunya”,
 Público, 8 de diciembre de 2017). Cualquier lector objetivo puede 
comparar la dureza y extremismo del sistema judicial español hacia el ex presidente Puigdemont con el sistema judicial belga. 
La petición del 
sistema judicial español de que se detuviera al presidente Puigdemont y a
 sus consejeros por los supuestos delitos de rebelión y sedición que la 
juez de la Audiencia Nacional, la Sra. Carmen Lamela, había dictado, 
fueron prácticamente desautorizados al considerar tales acusaciones 
exageradas e infundadas, entendiendo solo que los acusados habrían 
desobedecido, cuya pena no implicaba prisión. 
El temor a que el tribunal
 belga reafirmara esta conclusión, asustó al juez del Tribunal Supremo, 
el Sr. Pablo Llarena, y determinó que eliminara y borrara la petición de
 extradición pues sabía que el tribunal belga mostraría el carácter 
claramente político y represivo de la justicia española, clara herencia 
de la cultura que en España se continúa llamando franquista. No podía 
haberse mostrado de una manera más clara.
(*) Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universitat Pompeu Fabra

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