Mariano Rajoy debió irse cuando quedó en evidencia como protector y 
amparador de quienes orquestaron la financiación ilegal de su Partido 
Popular. No lo hizo. Mariano Rajoy debió irse el domingo 20 por la noche
 después de perder en cuatro años una mayoría absolutísima que le dio el
 control del Congreso y el Senado, además de la mayoría de los 
Parlamentos Autonómicos y buena parte de los más importantes 
Ayuntamientos de España, muy por encima de lo que jamás alcanzaron José 
María Aznar y Felipe González. 
ualquier líder de cualquier partido de 
cualquier país con tradición democrática lo habría hecho (Ed Miliband 
dimitió en mayo como cabeza del laborismo británico tras perder 
manteniendo el 31% del electorado). Ahora no les queda casi nada. No hay
 precedentes de un fracaso tan estrepitoso. Como no los hay de que el 
responsable mire para otro lado y siga su camino. Pese a los cinco 
avisos previos que como única respuesta del líder supusieron el 
nombramiento de cuatro vicesecretarios y el mantenimiento en la cúpula 
de toda la vieja guardia.
Pero Rajoy sigue, y ya ha anunciado que va a seguir. Ahora dice que 
se está afanando en poder alcanzar un acuerdo para su investidura. De 
momento ha mandado a sus huestes provinciales que permanezcan callados, 
en posición de firmes, huyendo de la más mínima polémica no autorizada 
previamente con nadie, en especial con el PSOE y Ciudadanos. La orden es
 clara: poca presencia y las que haya que hacer siempre en tono 
comedido, moderado, juicioso y prudente. Nada de grescas, nada de 
descalificaciones. Hay que presentar a un PP dialogante, abierto, 
moderado, dispuesto a ceder, regenerador, reformista, moderno. Esas son 
las instrucciones.
Pero en Génova y en las sedes provinciales del PP las aguas bajan 
revueltas. El cabreo con Rajoy es sordo. Pero mientras mande, nadie lo 
va a evidenciar en público. Pero no deja de hablarse de la propuesta de 
Aznar en el Comité Ejecutivo posterior a la penúltima derrota: un 
Congreso abierto para elegir a la dirección del partido, lo cual quiere 
decir un Congreso democrático en el que quienes quieran aspirar lo hagan
 en igualdad de condiciones, y en el que cada militante tenga un voto. 
Y
 no gustó la respuesta de Rajoy. Ya saben, eso de que habrá Congreso 
“abierto como siempre”, lo cual significa un Congreso de representantes 
cooptados, sin competencia, con candidato único. (Sí, manda huevos que 
Aznar de lecciones de congresos abiertos tras designar a dedo a Rajoy, 
es verdad, como los manda su silencio sobre la caterva de corruptos que 
anidaron en el PP a su abrigo).
En cualquier caso el PP ha de afrontar, quiera o no Rajoy, por las 
buenas o ya veremos si por las malas, una renovación en un ambiente de 
profunda inestabilidad general de la política española, en puertas quizá
 de tener que afrontar otras elecciones, en el mejor de los supuestos 
gobernando con extrema debilidad. Y de este modo no es sencillo poner en
 marcha la renovación necesaria para no irse a pique.
Los más fieles a Rajoy, cada vez menos, insisten en que los Estatutos
 del partido no contemplan las primarias. Es verdad. Como lo es que esos
 mismos estatutos obligaban a haber hecho en Congreso hace seis meses, y
 aún no hay noticas de que haya intención de hacerlo. Un veterano 
militante, Guillermo Gortázar, ex responsable de formación de los 
cuadros del partido, viene escribiéndolo desde hace tiempo con tino y 
paciencia: “Efectivamente, las primarias no están previstas en el PP, 
pero en los Estatutos no se prohíben y, en derecho, lo que no está 
prohibido está permitido. El Comité Ejecutivo puede abrir un proceso de 
consulta abierto con varios candidatos no necesariamente miembros del 
Comité Ejecutivo –con muy pocos avales- para que se pronuncien los 
militantes. En dos vueltas y en dos semanas es posible hacerlo. Después,
 una convocatoria de Congreso tendría la tarea de elaborar nuevos 
Estatutos, una nueva dirección sometida a órganos de control y un nuevo 
proyecto político”. 
Y hasta hay quien sostiene, y Gortázar lo recuerda, 
que “la refundación quizá hasta deba incluir un cambio de nombre del 
partido”.
(*) Periodista

 
 
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