MADRID.- Llama mucho la atención que la algarada callejera promovida por 
los sindicatos y los partidos de izquierda con los pensionistas en las 
últimas semanas, y que ha sido neutralizada con poco más que un 
aguinaldo del Gobierno, resista todavía en el País Vasco, sobre todo en 
Bilbao, según Cinco Días. 
Todas las semanas centenares de señores y señoras 
reclaman en la calle una “revalorización digna” de sus pensiones. Llama 
la atención hasta la sorpresa que la aristocracia de la Seguridad Social
 mantenga el pulso de manera tan vívida, cuando disponen de los mejores 
niveles de renta pública de todo el país. 
En el País Vasco la pensión 
media de jubilación es ahora un 23,5% más elevada que en el resto de 
España, pero esa ventaja llega al 26,3% si el perceptor es del mismo 
Bilbao, donde se cobran los retiros más elevados del Estado. Nada menos 
que un 53% más altas que las extremeñas o las gallegas.
Puede interpretarse su numantina reivindicación como un 
ejercicio de solidaridad con el resto del Estado, en el convencimiento 
de que su demanda se imponga y se extienda a todo el territorio. 
Pero 
sorprende descubrir que la solidaridad se manifiesta más bien al revés. Las cuentas de la 
Seguridad Social
 desagregadas por territorios revelan que uno de los mayores niveles de 
déficit de cotizaciones se registra precisamente en el País Vasco: en 
2016, últimas cuentas plenamente cerradas por la Tesorería General del 
sistema de pensiones, las cotizaciones empresariales y sociales 
aportaron 5.951 millones de euros en el País Vasco, mientras que el 
gasto en pensiones contributivas (las que teóricamente deben costearse 
con cotizaciones) ascendió a 8.223 millones de euros; un déficit de 
2.272 millones de euros, nada menos que del 27,6%.
 Un déficit de unos 
4.139 euros por cada pensionista (y hasta 4.852 si se trata de los 
residentes en el mismo Bilbao), y que se incrementaría si su 
reivindicación de una “revalorización digna” fuese atendida. Por
 supuesto que todas las reivindicaciones son legítimas, pero algunas, y 
esta está entre ellas, son imposibles porque son infinanciables.
La solidaridad en la Seguridad Social viaja en todas las direcciones,
 y dado que se trata de un compromiso entre generaciones, entre niveles 
de renta y entre territorios, su tesorería debe estar unificada en una 
sola caja y sometida a un criterio de aportaciones y prestaciones 
unificado para todo el territorio que garantice la igualdad de todas las
 personas, vivan allá donde lo deseen. 
Una caja única que en 
ocasiones han pretendido descerrajar las demandas nacionalistas, pero 
que han sido neutralizadas por unas simples cuentas de entrada de 
recursos y salida de prestaciones. 
La hoja de ruta diseñada por
 los independentistas catalanes preveía la creación de su propia 
Seguridad Social, pese a que en Cataluña el 
sistema de pensiones
 tiene también un importante déficit de cotizaciones, de nada menos que 
3.214 millones de euros, un 15,22% de los gastos en prestaciones 
contributivas. Debe ser por ello que entre sus planes estaba que España 
siguiese abonando las pensiones durante un tiempo después de creada la 
República Català. 
En el caso del País Vasco, también estuvo entre sus 
demandas en el pasado; pero hace ya mucho tiempo que ha desaparecido del
 catálogo de competencias por inconveniencia financiera. Ahora ha 
revivido por conveniencia parlamentaria, pero solo se reclama abonar las
 pensiones a los ciudadanos, pero que el dinero lo ponga Madrid.
Hoy, con un desfase financiero de unos 18.000 millones de 
euros, la Seguridad Social no dispone de recursos aportados por los 
trabajadores y los empresarios para satisfacer las prestaciones 
contributivas. 
Y un análisis regional de las cuentas revela que
 casi todas las comunidades tienen déficit contributivo, con las únicas 
excepciones de Madrid, Canarias, Baleares y las ciudades autónomas de 
Ceuta y Melilla. Y si las cuentas territorializadas de las pensiones 
registran abultados déficits con las citadas excepciones, es porque las 
cuentas de cada uno de los españoles con la Seguridad Social también son
 deficitarias. 
De hecho, nadie, ni el español que por más tiempo
 y por mayores cuantías haya aportado al sistema público de previsión se
 ha financiado la totalidad de la pensión que con la esperanza de vida 
actual va a llegar a su casa. Nadie.
Un cálculo de la prestación a cobrar por cualquier cotizante con la 
actual legislación demuestra que nadie ha puesto lo que se va a llevar 
en condiciones normales. La gente precisa cotizar durante al menos 15 
años para acceder a una prestación contributiva de retiro, y la 
prestación será superior cuantos más años y por mejores cuantías haga 
las aportaciones. 
Dado que desde que comienza Juan Español a cotizar con
 su primer empleo hasta que percibe su última pensión cambian las 
condiciones de vida, la norma aplica coeficientes que corrijan los 
efectos destructivos de la inflación, tanto en las cotizaciones como en 
las pensiones.
Pero aplicando las fórmulas de cálculo recogidas en la norma 
como si no hubiese inflación en los 40 años que cotiza un trabajador y 
los 20 que de media percibe pensión para hacer un ejercicio lo más fiel 
posible de lo pagado y de lo cobrado, podemos aproximarnos al nivel de 
autofinanciación que cada cual tiene con su pensión.
Realizamos el 
cálculo de la pensión
 a percibir por seis individuos que se jubilan en enero de 2022, cuando 
haya culminado una parte importante del periodo transitorio de la 
reforma de 2011, cuando sean precisos ya 66 años de edad, 36 de 
cotización mínima para disponer del 100% de la base reguladora, y cuando
 se contabilicen los 25 últimos años de cotización para calcular las 
cuantía.
El Ciudadano A, un ingeniero industrial de carrera ininterrumpida de 
cotización, ha aportado siempre por la base máxima, pongamos los 3.751,2
 euros actuales durante 36 años (recuerde que España ha vivido en el 
mejor de los mundos sin inflación durante seis décadas para hacer este 
simulacro), y con una aportación neta de 1.061,58 euros al mes (de los 
que la mayor parte los ha puesto la empresa, y no él), alcanza los 
12.739 euros al año, o la nada despreciable cantidad de 458.604 euros 
durante los 36 años de activo.
Dado que tendría derecho a percibir el 100% de la base reguladora 
(base de cotización multiplicada por 300 y dividida por 350), cobraría 
una prestación de 3.215,29 euros al mes, que llegarían a los 45.014,06 
euros con las 14 pagas. Como ya prácticamente ahora la esperanza de vida
 a la jubilación legal es de casi 20 años, el Ciudadano A se llevará a 
su casa 900.281 euros. 
Pero como una de las virtudes de la caja única 
para garantizar la solidaridad es topar la prestación máxima en 2.580 
euros, el citado pensionista solo percibirá tal cantidad 14 veces al 
año, y 722.428 euros hasta el fallecimiento. El déficit personal con el sistema ascenderá a 263.824 euros, y sus aportaciones solo habrían financiado la pensión 12,69 años.
El Ciudadano B, con una vida laboral más dilatada, con 46 
años de aportaciones, siempre en base máxima de cotización, habría 
cotizado 558.992 euros, su déficit personal llegaría solo a los 136.436 
euros, y habría financiado 16,22 años de jubilación.
Veamos qué relación financiera tiene con el sistema un trabajador en 
el polo opuesto: un auxiliar administrativo que solo aportó los 15 años 
exigibles para disponer de retiro contributivo. Con la base estanca de 
858,6 euros (la mínima), el Ciudadano C aporta 2.915,8 euros al año, y 
43.737 durante los 15 años de cotización. 
Como solo tiene derecho a 
percibir el 50% de la base reguladora (base de cotización multiplicada 
por 180 y dividida por 210), cobrará una pensión de 367,97 euros 14 
veces al año, que pueden llegar a los 103.031 durante todo su retiro. 
Pero la Seguridad Social, con la virtud de la caja única y solidaria 
entre niveles de renta, le abonará un complemento hasta llegar a la 
pensión mínima garantizada de 639,3 euros al mes. 
Así, percibirá 8.950 
euros al año, y 179.004 durante los 20 años de media que vivirá como 
pensionista. Su déficit personal con el sistema será de 135.267 
euros, y solo habría financiado la pensión de 4,88 años. Un hipotético 
Ciudadano D, con la mala suerte de aportar solo 15 años, pero con la 
buena fortuna de hacerlo por base máxima, solo podría financiarse la 
prestación de retiro durante 8,49 años.
Cotizar por bases medianas, que es lo más común, como hace el 
Ciudadano E, no mejora mucho las cosas respecto a su relación financiera
 con el sistema aunque se haya aportado durante 30 años: el déficit 
personal sería de 242.000 euros, la mitad de la prestación, y solo 
cubriría 9,83 años. Si se cotizan 36 años por la base mínima, 
como hace el Ciudadano F, donde se refugian autónomos y trabajadores 
manuales, el déficit es también de la mitad de la prestación cobrada, 
justo para 10,1 años.
Pero la Seguridad Social no son cuentas personales. Es un mecanismo 
de reparto que no es otra cosa que un sistema piramidal de adscripción 
obligatoria en el que con las aportaciones de los entrantes se les abona
 la pensión a los salientes, y siempre se necesitará una masa 
suficientemente elevada de ahorradores (cotizantes) para poder devolver 
lo ahorrado a los pensionistas. 
Con los actuales volúmenes de aportación
 y de pensión individual, siempre serán necesarios cerca de tres 
afiliados por cada prestación, al menos mientras el retorno de la 
primera pensión sea tan elevado como es (casi el 80% del último sueldo, 
el más generoso de Europa); ahora únicamente hay dos personas pagando 
por cada una cobrando, pero con grave desequilibrio para el mecanismo, 
que se agravará si no se modifican las cuantías a aportar (al alza) y 
las cuantías a cobrar (a la baja).
En marzo pasado cotizaban en su condición de ocupados 18,5 millones 
de personas (también lo hacen los desempleados con seguro contributivo, 
pero lo hacen de forma transitoria hasta que agoten la prestación), para
 sostener a 9,58 millones de pensiones públicas. Una ratio de 
dependencia de 1,93 cotizantes por pensionista. 
Y una vez más, 
solo Canarias (2,51), Baleares (2,38), Madrid (2,71), Murcia (2,31) y 
Navarra (2,05), junto con Ceuta y Melilla, superan el listón de lo 
aceptable. Cantabria (1,51), Asturias (1,18), Castilla y León (1,46) y 
Galicia (1,29) están en situación cuasi dramática, acuciadas por una 
despoblación y una desocupación crecientes.
Estas ratios tan desiguales tienen también bastante que ver con la 
movilidad demográfica tras el retiro, de tal forma que las regiones que 
concentran mayores niveles de empleo lo pierden en favor de las de mayor
 arraigo rural para acoger a los pasivos, un fenómeno que se manifiesta 
de forma intensa en Castilla, Extremadura y Galicia. En algunas 
provincias la ratio de dependencia es inferior a uno, con menos de un 
cotizante por cada pensionsta: Zamora, León, Orense, Soria, etc.
Este déficit territorial que empaña a casi todas las comunidades es 
el que convierte a la caja única de la Seguridad Social en sagrada, para
 atender las deficiencias allí donde se producen, ya sea de forma 
puntual (acogida de pasivos) o endémica (falta estructural de activos).