La actual estrategia de la tensión tiene como principales 
objetivos evitar el asentamiento de un gobierno pactista en España y 
taponar la consolidación de un nuevo partido hegemónico en Catalunya, en
 sustitución de la vieja Convergència. Un partido hoy dispuesto a 
graduar la reivindicación independentista, después de haber contribuido a
 hacer saltar por los aires, el 26 de octubre del 2017, el vacilante 
intento de Carles Puigdemont de evitar la aplicación del artículo 155 de la Constitución con la convocatoria de elecciones al Parlament.
(La historia es conocida. Puigdemont se echó para atrás en 
el último momento, por razones que ya han sido contadas en varias 
ocasiones y que él acabará de explicar en un libro de próxima 
publicación. Quedará para los historiadores la interesante tarea de 
cotejar la versión de Puigdemont con los mensajes que este se cruzó con 
el lehendakari Íñigo Urkullu , una documentación que el 
presidente vasco ha entregado al archivo Montserrat Tarradellas del 
monasterio de Poblet, junto con otros testimonios escritos de su labor 
de mediación).
La actual estrategia de la tensión tiene su origen en 
aquellos días difíciles, que concluyeron con la rotura del precinto de 
la autonomía (precinto que Catalunya nunca más volverá a recuperar), la 
convocatoria de elecciones con la firma de Mariano Rajoy , la 
detención de los políticos ahora condenados, el constructo judicial de 
la rebelión (ahora derrumbado por el Tribunal Supremo), la victoria 
independentista en las elecciones del 155, la afirmación del personaje 
Puigdemont, un tipo intuitivo que no tardó en captar cómo funciona en 
Europa la dinámica de destrucción de las fuerzas políticas 
convencionales, y la resurrección simbólica del paraje de Waterloo 
doscientos años después de la derrota de Napoleón.
La estrategia de la tensión viene de lejos. Hay muchas 
cuentas pendientes en el interior del independentismo. Los hijos y 
nietos radicalizados de la antigua clase dirigente pujolista se 
despiertan por la noche sobresaltados ante la posibilidad de que 
Esquerra gobierne durante veinte años. 
No están dispuestos a permitir 
que la menestralía comarcal reclutada por Josep Lluis Carod Rovira y Joan Puigcercós ocupe
 el lugar que creían reservado para ellos. Médium de esa angustia, 
Puigdemont quiere impedir un ciclo hegemónico de ERC mediante la táctica
 del desbordamiento continuo: movimiento contra partido. Oriol Junqueras quisiera consolidar a su partido, conectándolo, cautelosamente, con la política española y con la Catalunya moderada.
La complejidad del actual momento de Catalunya no puede 
reducirse al insomne combate entre republicanos y convergentes 
reciclados, pero nada de lo que hoy ocurre puede entenderse sin tener en
 cuenta cómo nació la estrategia de la tensión, en estos momentos 
facilitada por una irresponsable interinidad española que nunca se 
acaba.
La protesta civil catalana por la sentencia es muy 
amplia y pacífica. La estrategia de la tensión pretendía coronarla con 
un aeropuerto ocupado: Hong Kong en Europa. Desde hace dos días, la 
situación se les está escapando de las manos. Además de ajustar cuentas 
pendientes, pretenden zarandear la agónica campaña electoral querida por Pedro Sánchez y evitar el asentamiento de un marco pactista en España en los próximos cuatro años.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia 

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