Hace solo unos meses murió Kenneth Arrow, el economista más 
joven en recibir el premio Nobel y uno de los más influyentes del siglo 
XX. Estudioso de la teoría de la elección social, Arrow formuló en 1951 
una paradoja que lleva su nombre. Conocida también como el ‘teorema de 
imposibilidad’, venía a demostrar la inexistencia de mecanismos 
democráticos de decisión colectiva que sean perfectos, de tal modo que 
nadie puede arrogarse el derecho a pensar que representa en solitario la
 voluntad popular o que es su fiel intérprete. 
Esa limitación está 
detrás de las tensiones en las sociedades democráticas entre dos 
cualidades superpuestas que conceden las urnas a los gobernantes 
electos: la legitimidad y la confianza. La primera es una cualidad 
jurídica, que obtiene de forma directa y absoluta quien logra más votos.
 Por el contrario, la confianza es más compleja, relativa y debe ganarse
 cada día. Es, según Arrow, una ‘institución invisible’ que permite 
ahorrarse mecanismos de verificación y prueba.
Especialmente
 desde la explosión de la crisis en 2007, la disociación entre la 
legitimidad y la confianza se ha convertido en un problema central en 
las sociedades occidentales. El caso de la Región de Murcia es 
paradigmático. El PP gana elecciones con mayoría absoluta, o rozándola, 
desde hace 22 años. Cada cuatro años ha obtenido la legitimidad de las 
urnas, incluso cuando reiteradamente los sondeos de opinión pública 
reflejaban una desconfianza creciente en su acción de gobierno. Una de 
sus principales vías de agua en materia de credibilidad procedía de los 
bandazos, anuncios incumplidos y frenazos en los proyectos estratégicos,
 como el AVE y el aeropuerto. 
Con Camarillas como símbolo de esa aguda 
crisis de confianza, no hay murciano que no recele en materia de 
infraestructuras ferroviarias. Incluso ahora que está adjudicado por 
Adif a una empresa el primer tramo para soterrar las vías en Murcia, y 
comprometidos en el seno de una sociedad estatal plazos y financiación 
para su conclusión hasta Barriomar, los vecinos de los barrios afectados
 no terminan de creérselo. La desconfianza en sí misma no es un 
problema. Al contrario, es una virtud cívica. Contribuye a que el poder 
político cumpla sus compromisos y persiga el bien común. El problema 
surge cuando se lleva a límites irracionales que bloquean la 
construcción de un proyecto colectivo y solo conducen a generar más 
frustración social.
La Plataforma Pro Soterramiento ha 
conseguido en estos últimos años importantes victorias para su causa, 
que debería ser la de todos. Por su presión e iniciativa se cambió el 
orden de las fases de soterramiento, se amplió una de ellas hasta El 
Carmen y finalmente se han reducido a dos. Si se lleva a término el 
proyecto como está previsto por Adif habrá sido fundamentalmente por la 
pacífica y persistente acción de esta plataforma de vecinos. 
Teóricamente les habría llegado el momento de administrar sus éxitos, 
pero llegados a este punto entran en colisión con su posición contraria a
 la entrada provisional en superficie del AVE que han mantenido de 
inicio. Primero lo intentaron por vía jurídica, denunciando la falta de 
una declaración de impacto ambiental. Y ahora, con mucho más éxito y 
apoyo, con la campaña de protestas del ‘muro’, que tiene una base 
totalmente real (los vecinos tendrán durante al menos dos años una 
pantalla cerca de las viviendas para protegerlos del ruido y la 
catenaria, pero sin poder atravesar las vías por Santiago el Mayor, 
salvo por una prometida pasarela) y una parte de épica y agitación 
política, alentada por quienes hacen su agosto con eficaces discursos 
emocionales de ricos y pobres, los de abajo y los de arriba... 
Para 
rizar el rizo, en la protesta se han infiltrado, ocasionalmente pero con
 efectos devastadores, centenares de radicales que aprovechan la 
coyuntura para practicar el vandalismo con los bienes públicos. Nunca ha
 estado más cerca la llegada del AVE y el inicio del soterramiento y, 
sin embargo, a causa de los sabotajes de los violentos, los dos 
proyectos pueden saltar por los aires si no se encauzan con racionalidad
 y voluntad de acuerdo por parte de todos. La posibilidad de que huya la
 empresa contratada para iniciar los trabajos es absolutamente real. 
Todo pende de un hilo. Ahora hay recursos públicos y un proyecto de 
ingeniería en curso, pero persiste un problema social que se minusvaloró
 y descuidó, una pugna política en busca de votos y un movimiento 
vecinal donde las posiciones más maximalistas han desbordado a las más 
pragmáticas. 
Los dirigentes políticos locales no están 
precisamente ayudando a una solución colectiva. Algunos diputados del PP
 deberían ocupar su tiempo en cualquier cosa menos en inflamar los 
ánimos en las redes sociales. Y el alcalde, dedicar buena parte del 
suyo, por ejemplo, a visitar Santiago el Mayor, incluso ahora que sufre 
inaceptables escraches en su domicilio. La oposición tampoco debería 
olvidar que el AVE es un proyecto estratégico de Región, no del PP, como
 tampoco fue del PSOE, cuando gobernaba en Madrid. Y que el 
soterramiento es un proyecto de ciudad que parcialmente es financiado 
con los impuestos de los yeclanos, que tienen el AVE a tiro de piedra en
 Villena, o de los cartageneros, que tienen derecho a que se agilice la 
llegada de la alta velocidad a la principal ciudad turística de la 
Región. 
Dejar el AVE en Beniel hasta el final del soterramiento es una 
propuesta insólita a estas alturas si viene de los grupos municipales de
 Murcia. Tanto cortoplacismo entraña riesgos para quienes, en una 
defensa sin matices de las protestas, han llegado a respaldar los cortes
 de tráfico ferroviario y a cuestionar a las fuerzas de seguridad con 
una ligereza impropia de representantes institucionales. Hoy gobierna 
Rajoy, pero el año próximo quién sabe. La oposición tiene la obligación 
de hacer un estricto control al gobierno popular. 
No faltan motivos para
 la crítica. Pero contribuir a una estigmatización compulsiva y 
permanente de quien hoy gobierna, o gestiona empresas estatales como 
Adif, es caer en la impolítica, cuyos efectos son difíciles de revertir y
 recaerán en los futuros gobernantes electos, sean cuales sean. 
Tensionada y dividida, la Región de Murcia está evidenciando que tiene 
muchos y más profundos problemas que la carencia de infraestructuras 
ferroviarias. Estas semanas está demostrando que es incapaz de tomar, y 
mantener, una decisión colectiva sustentada en un amplio acuerdo 
político y social. Solo aquí la llegada del AVE podía derivar en un 
grave conflicto.
(*) Periodista y director de La Verdad

 
 
1 comentario:
Este pedantuelo que comienza todos sus artículos citando a algún autor extranjero, como si fuera un erudito en todo lo que comenta, no tiene solución...
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