No hace veinticuatro horas que López 
predicaba sermones unitarios por las agrupaciones del PSOE. Luego de 
soltar algunos disparates en Cataluña, se trabajó otros parajes al 
grito, por lo demás compartido por los otros dos candidatos, de que 
todos los socialistas son compañeros y no maldicen unos de otros. 
Pero 
he aquí que pega un giro espectacular y, por persona interpuesta, lanza un ataque directo a Sánchez
 acusándolo de varias demasías que, en realidad, se reducen a una: 
Sánchez es culpable de presentar su candidatura. Exactamente lo que 
piensan todos los candidatos en todas la elecciones de todas las 
candidaturas excepto la suya. 
Efectivamente,
 no es muy original. La candidatura de López no es muy original. Ni 
poco. De tener alguna funcionalidad es la de restar apoyos a Sánchez. Él
 dice ser autónomo, con una opción independiente, pero lo cierto es que 
solo ataca a Sánchez.
Y
 mucho más atacable es la candidatura de Díaz, que está preparándose con
 la pompa y circunstancia de una gran producción de Hollywood. Todo el 
aparato del partido está a su servicio. Una movilización general para 
hacer una proclamación por todo lo alto, en el pabellón Ifema. Cuando la
 junta gestora abrió las cuentas a los candidatos, sin percatarse, 
estaba poniendo el dedo en la llaga. Las redes llevan días preguntando 
quién paga semejante despliegue sin que hasta la fecha se hayan dado 
explicaciones. 
Que
 la candidata Díaz haya de enfrentarse al hombre al que defenestró con 
tan escasa elegancia tiene algo de tragedia shakesperiana. Que se 
contraponga un discurso populista y caudillista a uno de izquierda tiene
 también algo de esperpento español.
Parecidos de ida y vuelta
Que Cataluña y España evolucionan en 
sentidos muy distintos se echa de ver con cada nueva noticia del ámbito 
público. El sistema político catalán es más matizado y complejo que el 
español, lo cual obliga a interpretar lo que allí sucede teniendo en 
cuenta factores propios, diferenciales. Por ejemplo, al hablar de
 "izquierda", la catalana está dividida básicamente en dos bandos (a su 
vez con diferencias en sus respectivos interiores), uno independentista y
 otro no necesariamente independentista pero partidario del referéndum. 
Los dos son izquierda catalana, por supuesto. 
La parte no (oficialmente) independentista incluye Podem,
 la versión local de Podemos y prácticamente idéntica a él. Los mismos 
usos, discursos y resultados. Las asambleas toman las decisiones; como 
en Madrid. Las toman unos porcentajes de voto francamente ridículos, tan
 bajos que convierten casi en cómica la gravedad con que se invoca el 
principio rousseauniano de que cada ciudadano (o militante, o 
comunicante por internet) pueda expresar su opinión. 
El 7,5% del censo 
de Podem se ha dado a sí mismo con la puerta en las narices al tratarse 
del ingreso en el nuevo partido liderado por Colau (que no es de Podem) y
 Doménech (que sí lo es), En Comú. Los responsables, incrementan 
tan escuálido dígito elevándolo a un 11,3% a base de restringir el 
cuerpo electoral a los "militantes" activos, entendiendo por tales los 
que en el pasado hubieren interactuado con la organización por las 
redes. 
Este
 resultado plantea la cuestión de cómo quedará Podem si no se integra en
 el otro partido. Una reserva que recuerda los reparos y amarguras de la
 integración de IU en un Podemos triunfante. Pero esto es Cataluña y 
Podem es resistente y poco más. Resta por saber si la dirección de 
Podemos, al final, impone la integración por intervención personal del 
líder, recientemente reconsagrado, como sucedió en Galicia. Cualquier 
cosa que se haga generará agravios comparativos en una organización que 
los conoce de todos los colores.
Podemos
 no es propiamente un partido. Ni siquiera una asociación, pues carece 
de toda razón objetiva que no sea puramente negativa, de cualquier 
concepción unitaria. La decisión catalana no se verá con buenos ojos, ya
 que se verá como una prueba más de ese carácter fragmentario que es lo 
más opuesto a la idea de partido-instrumento de raigambre leninista cara
 a la dirección.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

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