MADRID.- Los sindicatos y los partidos políticos de izquierda han puesto 
estos días a los pensionistas a hacer gimnasia, un auténtido dinamizador
 de la salud de los mayores. Con efervescente y súbita 
indignación, los jubilados han inundado las calles de las grandes 
ciudades en demanda de unas pensiones dignas, acordes con la magnitud de
 la recuperación de la economía que cacarea el Gobierno, tal como recuerda hoy Cinco Días. 
El maratón de 
manifestaciones, que ha llegado al Congreso, es la expresión genuina de 
uno de los recurrentes ejercicios de propaganda electoral y demagogia 
política más clamorosos que se recuerdan, porque se produce en un 
contexto parlamentario en el que el pacto para reformar y asegurar las 
pensiones en el futuro, más urgente que nunca, es imposible por la 
incapacidad de los políticos para hablar y entenderse.
La semana pasada el Pacto de Toledo, ese foro parlamentario otrora 
fructífero y que ahora parece una excusa para dilatar las soluciones, ha
 estado a punto de saltar por los aires porque la ambición de unos ha 
querido imponer el carro antes que los bueyes: un cambio la 
revalorización antes que solucionar cómo se financian las rentas de 
nueve millones y medio de pensionistas con unas cuentas deficitarias en 
cerca de 20.000 millones de euros y sin dinero para abonar la extra del 
verano que no salga de la manivela de la deuda. Lo primero es antes, 
señorías.
Luego veremos en detalle por qué puede parecer hasta extemporánea la prisa por subir las pensiones.
 Ahora sería conveniente saber por qué se ha producido este estallido 
que ha cogido por sorpresa al presidente del Gobierno, y que pretende 
reventarle el único flanco electoral que él creía seguro. En apenas unas
 semanas hemos pasado de transitar por una legislatura pasiva y de 
política languideciente a una agitación desconocida porque en algunos 
despachos políticos se ha pensado que no vale la pena estirar más el 
chicle y apostar por la ruptura y una convocatoria electoral. 
Las 
elecciones catalanas y las expectativas de Ciudadanos han subido la 
bilirrubina en unos y el miedo en otros, y los partidos han armado de 
munición pesada la maquinaria electoral. Falta un año bien largo
 para las elecciones autonómicas, locales y europeas, y ya ha empezado 
la campaña que todo lo mediatiza y paraliza. 
De estar el 
Presupuesto de 2018 a punto, se ha pasado a que no haya ni Presupuesto, 
ni financiación autonómica, ni pacto de pensiones, pues todo ello daría 
oxígeno a un Gobierno bajo mínimos en las encuestas, y se le pasaría el 
arroz a los emergentes. El PSOE, que cree haber desaparecido como primer
 grupo de oposición por su pasividad parlamentaria y la ausencia de su 
líder de la bancada, ha activado la baza de las pensiones para 
neutralizar el activismo naranja.
Así las cosas, Rajoy piensa que quieren hacerle la petaca y 
que puede perder la única batalla que tenía ganada sin salir a campo 
abierto. Los pensionistas son los suyos, los que le respaldan 
en las urnas, porque hizo bandera de no tocar las pensiones cuando 
arreciaba la gran recesión y la presión financiera sobre el Estado, 
cuando en los países rescatados Bruselas metió la mano en los bolsillos 
de los mayores. No se olvida que el PSOE pagío muy caro congelar las 
pensiones en 2010 y él lo había evitado con una descomunal subida de 
impuestos.
Que los políticos resuelvan sus cuitas y que hagan el menor daño posible a los administrados.
 Ahora vayamos a los números. ¿Es este el mejor momento para subir las 
pensiones? ¿Son las cuantías sonrojantemente bajas? ¿Son los 
pensionistas el colectivo peor tratado en la crisis, o el mejor 
atendido? ¿Hay recursos para pagar las alzas sin riesgo para la caja? 
¿Hay dinero en la caja? ¿De dónde pueden salir las perras para hacerlo 
sin riesgos?
Todo depende del color del cristal a través del que se mire.
 Relativamente es más fácil sostener que los salarios son bajos, que son
 las pensiones las que son bajas: el salario más frecuente en España en 
la última encuesta de estructura salarial (de 2016) era de 1.178,4 euros
 al mes, por catorce pagas, mientras que la pensión media de jubilación 
es ahora de 1.077,8 euros, también por catorce pagas. 
Una pensión como 
un salario; o al revés, un salario como una pensión, que es más 
sorprendente. ¿Quién tendrá más capacidad económica, un asalariado con 
un sueldo de 1.178 euros, o un pensionista con 1.077, teniendo en 
cuenta, cuestión no menor, que las necesidades de gasto del primero son 
muy superiores a las del segundo?
Una diferencia de las necesidades que se intensifica en términos 
agregados si advertimos que los trabajadores jóvenes, donde se concentra
 la mayoría de estos sueldos, tienen obligaciones financieras 
importantes (hipotecas, hijos, colegios, etc.), mientras que la 
población jubilada tiene menos necesidades vitales, y cuenta, además, 
con una acumulación patrimonial muy superior. 
Las propias cuentas 
financieras de la economía que detalla el Banco de España revelan que 
los españoles tienen 771.000 millones de euros de deuda, sobre todo de 
carácter hipotecario, mientras disponen de más de 835.000 millones de 
euros solo en depósitos bancarios. Eso sí: unos tienen el dinero (los jubilados de forma mayoritaria) y otros, las deudas (los jóvenes hipotecados).
isto así, dónde está el problema: en la cuantía de las pensiones, o en la de los sueldos.
 Mirado de forma aislada, valen todas las respuestas; pero comparados 
con criterio, parece más pertinente elevar los salarios que hacerlo con 
las pensiones. Mientras que estas no han perdido apenas poder de compra 
en los últimos seis años (dos de crisis y cuatro de recuperación) porque
 aunque han subido un 0,25% al año, ha habido desinflación salvo en 
2017, los sueldos avanzan muy poco, y lo hacen tras haber bajado un 
fuerte escalón tras la recesión. Las empresas tienen ahora más capacidad
 que el Estado.
La devalución salarial es el motor de la recuperación 
manufacturera y de los servicios, pero es también la causa de la caída 
salarial. La citada encuesta de estructura salarial dice que un
 30% de los asalariados cobró (en 2016) menos de 1.229 euros al mes, 
concentrados casi todos ellos en las edades más jóvenes. En tal franja 
de remuneración se sitúan los menores de 29 años, mientras que los que 
tienen entre 30 y 35 años no llegan a los 1.400 euros. Los salarios de 
quienes tienen de 35 y 45 años rondan los 1.600.
La pensión media de retiro (1.077, que cobran nada menos que 5,88 
millones de personas) supera al sueldo medio de la actividad que peor 
paga (hostelería), al seguro contributivo de paro y por supuesto al 
salario mínimo. Pero si nos ceñimos al régimen general, en el que se 
alojan todos los asalariados jubilados, la pensión media de retiro es de
 1.222 euros catorce veces al año, donde están más de 4,1 millones de 
pensionistas. 
Lógicamente hablamos siempre de pensiones medias de 
retiro, mientras que la pensión media del sistema (retiro, viudedad, 
incapacidad, etc.) es de 930 euros al mes, y la más común entre la 
jubilación, para 3,6 millones de retirados, es de algo menos de 700 
euros.
¿Podrían ser más elevadas? Solo si los salarios del 
pasado que las devengan lo hubieren sido, puesto que la tasa de retorno 
(porcentaje del último sueldo que representa la primera pensión) es de 
las más elevadas de Europa, con el 82%. De hecho, en las remuneraciones 
más bajas el retorno es superior a tal cota. 
Por tanto, la Seguridad 
Social es muy generosa en función de lo que se ha aportado, y estamos 
hablando de las pensiones generadas por las cotizaciones de los últimos 
40 años, sin duda los de mejor desempeño económico de la historia y con 
tasas de asalarización crecientes.
Pero la generosidad tiene una segunda vía de penetración.
 La pensión mínima de jubilación de mayores de 65 años para quien tiene 
cónyuge a cargo es de 788 euros al mes (siempre por catorce), y de 638 
si no se tiene cónyuge a cargo. Estas cuantías están garantizadas por la
 ley, y quien no las alcance con las aportaciones durante su vida 
laboral, recibirá la diferencia por parte del Estado, por parte de los 
cotizantes más generosos. 
Y en España están en esa situación nada menos 
que 2,6 millones de personas, a las que sus aportaciones (sus sueldos, 
otra vez los sueldos) han caminado más lentas que la pensión mínima 
legal, que se subía muchas veces sin más justificación que la 
magnanimidad de los Gobiernos con la pólvora real.
De una forma u otra, las cuantías mínimas han experimentado subidas muy fuertes desde 2007:
 la mínima con cónyuge a cargo ha subido el 27,5% en diez años (un 2,7% 
anual, concentrado el principio del periodo), mientras la pensión máxima
 (congelada varias veces pese a la supuesta contributividad del sistema)
 solo se ha elevado el 10,36% en el periodo.
En el caso de los autónomos, que tienen pensiones medias más modestas
 que los asalariados, (718,7 euros por catorce, frente a 1.219,6 por 
catorce), hay que recordar que disponen de libertad para cotizar por 
bases mínimas o máximas, pero que lo hacen sistemáticamente por las 
mínimas y por los periodos mínimos exigidos (15 años). Y lo hacen así, 
entre otras cuestiones, porque aunque con ello solo financien 
prestaciones de 450 euros, saben que la ley les garantiza los 788 euros 
si tienen cónyuge a cargo o los 638 si no lo tienen.
Pero la cuestión, más allá del detalle de cada colectivo, es la debilidad de las cuentas agregadas de la Seguridad Social.
 En 2017 generaron un déficit de 18.000 millones, tras haber exprimido 
todas las fuentes de cotización posibles e imposibles. En parte se debe a
 que las nuevas pensiones de retiro, que superan de media los 1.400 
euros, son muy superiores a las que causan baja, y disparan el gasto; 
además, la longevidad es muy superior y el número de prestaciones se ha 
disparado a los 9,6 millones. No necesita explicación que el Estado 
sigue muy estresado con una deuda del 100% de su PIB, y si alguien cree 
que se han terminado los sacrificios, está engañado.
Entre tanto, las cotizaciones, pese a estar en récord por el 
avance del empleo, crecen mucho más lentamente porque esta generación de
 activos no puede sostener a esta generación de pasivos. Por 
todo ello, parece inevitable una subida de cotizaciones, o de impuestos,
 pero en paralelo parece conveniente un recorte del retorno de renta 
(primera pensión sobre último sueldo), o, al menos, un estancamiento de 
las cuantías. 
Y hay que recordar que subiendo las cotizaciones, que se 
antoja ineludible, se corre el riesgo de dañar la ocupación, o, en su 
defecto, dañar los salarios. Otra vez los salarios. Si se hace lo 
contrario con cada variable, tendremos unas pensiones más generosas unos
 años, pero con el riesgo de quiebra.










