El Parlamento ha estresado hoy a la sociedad. Cuando la crisis económica alcanzó su cénit, la sociedad decidió estresar al Parlamento, dando entrada a nuevos partidos. Cuatro años después de las elecciones generales del 2015,
 comicios que descarnaron la crisis estructural del Partido Popular y 
del Partido Socialista Obrero Español, los papeles se están invirtiendo:
 la complejidad política surgida de la crisis está estresando a 
la sociedad. La política está empezando a ser ilegible para demasiada 
gente en España. 
El espesor del embrollo no tardará en provocar una 
mayor demanda social de simplificación. Quienes ofrezcan una simplificación más legible ganarán
 la partida en los próximos meses. Ello puede ocurrir en una nueva 
sesión de investidura antes del 25 de septiembre, o tras una repetición 
de elecciones el 10 de noviembre.
“Los españoles no saben la suerte que tienen de que Santiago Abascal no 
tenga ni la mitad del talento político, ni la mitad de la mitad de la 
capacidad retórica de Matteo Salvini”, me comentaba hace unos días un 
observador italiano. Apuntaba bien. 
En España se están comenzando a dar 
las condiciones para un fuerte vendaval populista de carácter 
antipolítico, que si llega a producirse nada tendrá que ver con el 
movimiento de los “indignados”, ni con las banderas del 15-M. Sólo falta
 que surja un personaje con cierto talento para la comunicación de la 
política, dispuesto a convertirse en el nuevo tribuno del malestar. 
Abascal, un hombre que sube a la tribuna del Congreso para recordar el 
asesinato de José Calvo Sotelo, no será el tribuno de la España 
estresada, digitalizada y enfadada con la política. El atroz espectáculo
 vivido estos días, acelerado hasta extremos demenciales por los 
dispositivos digitales, aviva la posibilidad de esta nueva oleada 
populista. 
Albert Rivera lo está intuyendo. Rivera ha empezado a hablar 
de la “banda” para referirse a sus adversarios políticos. Así habla 
Salvini. Rivera podría ser el Salvini español. Alguien se lo está 
aconsejando.
La izquierda ha provocado estos días el enfado y la decepción de 
muchísima gente en España. Un gobierno de coalición no se puede negociar
 de la manera que se ha simulado negociar estos últimos días. 
El último 
gobierno de coalición en Alemania se tejió durante ochenta días de 
trabajo metódico. En España se ha hecho ver que se negociaba durante 
veinte horas. Un partido de gobierno no puede filtrar documentos de una 
negociación, para acabar de hundirla. Un partido que aspira a entrar por
 primera vez en el gobierno no puede efectuar su última oferta desde la 
tribuna del Congreso cinco minutos antes de la votación. 
A Pedro Sánchez
 y a Pablo Iglesias la situación se les ha ido de las manos. Sánchez hoy
 era un hombre sombrío. No parecía estar muy seguro de los próximos 
pasos que hay quedar. A Iglesias se le veía hundido, puesto que toda 
capacidad de resistencia tiene un límite. 
En el PSOE hay discrepancias 
–aplacadas por la autoridad de Sánchez- entre los que quisieran reabrir 
la negociación y quienes consideran que es mejor que la situación se 
decante mediante unas nuevas elecciones en noviembre. 
En Unidas Podemos,
 Izquierda Unida no esconde su disconformidad por la manera cómo se ha 
negociado en los últimos días. IU ha estado empujando durante toda la 
mañana a favor de la abstención, frente al sector de Podemos que quería 
expresar su enfado mediante un voto en contra. 
Las complicidades entre 
el PSOE y Unidas Podemos son muy escasas y las pocas que existían se han
 roto. Y se han roto malamente. Una coalición entre ambos partidos es 
muy difícil de componer después de lo ocurrido en la última semana.
La complejidad política empieza a ser agresiva para muchos españoles.
Agosto y septiembre quedan en manos de las encuestas.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia

 
 
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