La democracia es el ágora, el foro; desde los tiempos de los griegos y 
los romanos. El espacio público en el que los ciudadanos debaten los 
asuntos de interés común. El lugar en el que se habla, se delibera, se 
razona, se acuerdan decisiones colectivas. Hasta en los tiempos más 
oscuros de la Edad Media se mantuvieron formas democráticas mínimas de 
carácter municipal, con asistencia pública a concejos o similares. 
Muy 
distintos según los países, pero a partir de los cuales fueron surgiendo
 luego los órganos deliberantes en las ciudades, hasta que el ascenso de
 la burguesía en el siglo XVIII institucionalizó el ámbito de lo 
público, la Öffentlichkeit habermasiana, como un lugar de 
encuentro y discusión de unos ciudadanos razonantes y críticos. Así 
nacería también la opinión pública y, en paralelo las instituciones 
representativas, eje de la forma de gobierno moderna, la más importante 
de las cuales es el Parlamento, esto es, el lugar en el que se habla. 
La política se hizo comunicación política 
Con
 la irrupción de los medios, la expansión de la prensa escrita (causa y 
efecto de la alfabetización de las sociedades), la aparición de los 
audiovisuales, especialmente la televisión y también el cine, el ámbito 
público invadió el privado y colonizó toda la acción social, arrebatando
 al Parlamento la centralidad del debate. La opinión pública se hizo más
 plural, más crítica, más informada y de mayor peso. Disponía de gran 
diversidad de fuentes. Entre ellas, las voces de los intelectuales que, 
ya desde el Rheinische Zeitung de Marx, se hicieron fuertes en 
sus barricadas de papel. Los filósofos se expresaban en la prensa. Parte
 de la obra de Ortega está en los periódicos. La de Sartre, en una 
revista. Y con ellos, muchos otros. Filósofos, literatos, sociólogos, 
psicólogos, juristas, expertos variados están permanentemente en los 
medios, generando opinión pública.
La comunicación política se convirtió en la metateoría de las teorías políticas y la opinión pública. 
Y
 ahora, internet, las redes sociales. Muchos sostienen que hemos entrado
 en una nueva forma de ágora, de ámbito público. Sin duda. Es el ágora 
digital, una realidad inmediata que condiciona la interacción social sin
 que quienes en ella participan tengan claro cómo funciona. Porque, 
sobre ser nuevo este ámbito, es muy proteico, cambia continuamente de 
formas y pautas y presenta un elemento de incertidumbre.
Justo
 en el momento en que la comunicación política se ha convertido en el 
arte de manipular la opinión pública al extremo de poner en cuestión la 
esencia misma de la democracia.
Lo
 anterior está basado en una convicción democrática que todos 
compartimos, al menos públicamente, esto es, la de que el ámbito publico
 debe ser libre, de libre acceso y garantizar derechos fundamentales, 
como la libertad de expresión, la libertad de prensa, el acceso a la 
información veraz, etc. No puede haber censura ni manipulación por 
razones ideológicas o políticas. En realidad, por ninguna razón. Otra 
convicción general es que, así como los medios de comunicación privados 
pueden tener la ideología que quieran, los públicos deben carecer de 
ella, ser imparciales, plurales y garantizar el acceso a todas las 
opiniones. Si estas convicciones dejan de operar, si el gobierno las 
quebranta de modo deliberado y sistemático, no es posible hablar de 
democracia.
El
 presidente Rajoy inició su mandanto modificando la Ley de 
Radiotelevisión para nombrar un director general sin consenso, solo con 
los votos de su partido. La finalidad, patente: poner la RTVE al 
servicio del partido y el gobierno. Como está y a niveles de vergüenza. 
Telemadrid no puede verse y la RTVE comete diariamente los mayores 
atentados a la deontología periodística. No se informa sobre 
manifestaciones multitudinarias o, si se informa, es para dar noticias 
de altercados, sincronizadamente con las fuerzas de orden público a las 
que muchos testigos acusan de ser quienes los inician. 
Pero se emiten 
verderos publirreportajes y ditirambos al gobierno.  Los medios no solo 
reflejan una realidad distorsionada. Llegado el caso, se la inventan. En
 la Televisión de Extremadura dan el discurso íntegro del presidente, 
como si esto fuera el sultanato de Omán y, cuando toca hablar a la 
oposición, pasan un episodio de una serie. Este es el régimen normal del
 audiovisual público. Pura propaganda y, en algún caso, como en Castilla
 La Mancha, Agitprop. Llenan además las tertulias y debates de 
comunicadores afines al gobierno, a los que mantienen con cargo al 
erario. Llaman habitualmente debate al linchamiento dialéctico.
Los
 medios privados, escritos o audiovisuales forman un cerrado frente 
progubernamental. En unos casos por afinidades ideológicas, fáciles de 
entender entre el gobierno de la derecha y los empresarios de los 
medios, muchos de los cuales tienen intereses en otros sectores 
generalmente dependientes de las decisiones de la autoridad. O bien por 
pura dependencia económica de los medios escritos frente a los poderes 
que discriminan en la publicidad institucional y en las subvenciones. 
El
 periódico más favorecido por el gobierno, La Razón, es el de menor difusión pero más ímpetu en su defensa, hasta el extremo de haber inventado un género nuevo, el del comic serio. La abundante presencia de comunicadores no ya de derechas sino furibundamente reaccionarios y agresivos, al estilo del Tea Party,
 descompensa de tal modo ese ideal ámbito público de debate democrático 
que lo convierte en una burla. Se habla mucho de las puertas giratorias 
en cuestiones económicas, pero las político-mediáticas son un hecho 
cotidiano. La señora Aguirre pasa de ser presidenta de la Comunidad de 
Madrid a candidata a la Alcaldía y columnista del ABC. La señora Aguirre columnista opina sobre la señora Aguirre candidata. 
Realmente, en el ámbito mediático solo se oye el ruido y el discurso de la derecha.
Con
 las instituciones sucede lo mismo. El Parlamento no existe. Ni siquiera
 legisla, pues eso lo hace por decreto el gobierno. No se habla de nada 
que disguste a la mayoría de la derecha. O sea, no se habla de nada. No 
se habla. De vez en cuando, el señor Rajoy lee un papel; la oposición lo
 critica, los suyos aplauden y se hace lo que él dice. ¿Debate? 
¿Discusión? ¿Rendición de cuentas? ¿Explicaciones? ¿Asunción de 
responsabilidades? Por favor. No confundan la libertad con el 
libertinaje. De los tribunales, no hablemos. La lucha desesperada de los
 dos o tres jueces empeñados en hacer justicia en asuntos que incomodan 
al príncipe empiezan a rozar lo legendario. Como legendaria es ya la 
identidad de criterios entre el Tribunal Constitucional y el gobierno 
que nombró a su presidente entre lo más granado de su militancia. La 
Fiscalía, el Tribunal de Cuentas, la Defensora del Pueblo, Marquesa de 
Salvatierra, etc. están secuestradas, convertidas en dependencias 
privadas del gobierno.
Las
 instituciones están al servicio del partido que, a su vez, está al 
servicio de la voluntad omnímoda de su presidente y presidente del 
gobierno. Esto, ¿cómo se llama?
Por
 último, el ámbito público digital. Aquí se concentra la escasa 
oposición que se da en España. Unos cuantos diarios digitales y las 
redes sociales. Si es algo que se hará ver en la política real se
 comprobará en breve. Pero el gobierno no duerme sino que, como las 
vírgenes prudentes, mantiene la vela encendida por lo que pueda pasar en
 un ámbito tan nuevo e imprevisible. Y no se limita a vigilar a los 
tuiteros y echarles mano cuando atenten contra las convicciones del pío 
ministro Fernández Díaz o a aprobar una ley de propiedad intelectual que
 permita acogotar a quienes se expresen en la red. Va más allá. La 
intención es pervertir la nueva ágora pública digital, manipulándola, 
pretendiendo hacerla inservible o colonizarla, como ha hecho con la 
mediática. 
La jefa de la campaña electoral de Esperanza Aguirre está
 siendo investigada por tramitar contratos con dinero público a través 
de la red Púnica para mejorar la reputación en internet de altos cargos 
del Gobierno regional, entre ellos, el actual consejero de 
Presidencia y Justicia, Salvador Victoria, y el presidente, Ignacio 
González. Bien. ¿Qué llama la atención de esta noticia? Exactamente, la 
finalidad, "mejorar la reputación en internet de altos cargos", etc. Y 
eso, ¿cómo se hace? Esos dineros públicos ahora investigados han ido a 
parar ¿a quién? Y por hacer ¿qué? ¿A pagar trolls, comentarios en las 
redes, fabricación de noticias, fakes? ¿Cómo se mejora la imagen 
de Ignacio González en las redes? ¿Mintiendo, engañando, falseando la 
realidad con el dinero de todos?
Los
 mismos que destruyen los discos duros de sus tesoreros son los que 
gastan fortunas de dinero público en embellecerse en el ciberespacio, en
 pagar loas y ditirambos. Es decir, quieren destruir el nuevo ámbito 
público de internet. O controlarlo, lo cual vendría a ser lo mismo si 
pudieran. 
La
 intención es clara: privatizar todo lo público, incluida el ágora. En 
el fondo, privatizar el Estado, condición conveniente para ponerlo en 
manos de las multinacionales, como prevé el proyecto de TTIP.
Fondos, sí. Bajos fondos. Los de los ladrones comprobados y presuntos 
del PP en la Comunidad Valenciana que son una gavilla, una verdadera 
plaga: Francisco Camps, Carlos Fabra, Lola Johnson, Luis Redondo, Lluís 
Motes, Nuria Romeral,  José López Jaraba, Sonia Castedo, Rafael Blasco, 
Angélica Such, Milagrosa Martínez... y así hasta 127 personas, 
concejales, consejeros, alcaldes, dirigentes. Un mar de corrupción y 
podredumbre. 
El PP no es un partido político al uso, sino una asociación
 para delinquir y, en Valencia, una cueva de ladrones desorejados, de 
sinvergüenzas estafadores. Una colección de granujas que, con la ayuda 
de los delincuentes de la trama Gürtel o por su propio ingenio, han 
esquilmado los caudales públicos destinados la asistencia al desarrollo,
 a las obras públicas, los hospitales, las escuelas, las actividades 
municipales, las competiciones deportivas, los museos, todo, hasta dejar
 una de las comunidades más ricas del país en la quiebra. Hasta la 
visita del Papa en 2006 les sirvió para robar con una mano mientras con 
la otra se santiguaban.
En
 Valencia el PP es una industria de chorizos que compite directamente 
con la que también tiene este partido montada en Madrid, en donde la 
apropiación indebida y hasta el robo y la cantidad de imputados y 
procesados es similar a la de los valencianos. Esa caterva de ladrones, 
encabezada por su presidente, él mismo acusado de haberse llenado los 
bolsillos con dineros sospechosos mientras imponía sacrificios y 
necesidades a sus conciudadanos, viene con todo el morro a pedir el voto
 a los valencianos.
Y
 habrá quienes les voten. Sin duda, todos los sinvergüenzas que hayan 
estado aprovechándose de los contratos ilegales, las mordidas, 
comisiones y trinques. Áñádase la multitud de enchufados que la partida 
de ladrones ha ido colocando en las administraciones públicas, todos 
leales votantes del PP, los clientes y lo que esperan que se les 
resuelva el ¿qué hay de lo mío? así como todos los parásitos que 
viven de las mamandurrias distribuidas entre clientes, "asesores" y 
otros siervos de la banda. 
Es
 un voto cautivo con las cadenas de la corrupción, pero lo 
suficientemente cuantioso para que pueda darse la imagen de más arriba: 
la plana mayor de la supuesta organización de mangantes, con los 
presuntos corruptos al frente, Rajoy y Cospedal, pidiendo el voto para 
los demás pillasobres y corruptos y amenizando la fiesta esa zafia 
alcaldesa, vestida de capitán América, que sabe que cuanto más 
verdulera, grosera y ridícula sea, más votos atraerá.
Porque si aquí, un granuja como el Curita,
 ya descubierto en sus mangues, pudo revalidar una mayoría absoluta, la 
hazaña estará también al alcance de este espanto de mujer que no 
solamente cobra uno de los sueldos más elevados del país, sino que tiene
 enchufada a su familia a costa del contribuyente. Y del votante. 
De los demás, Palinuro no habla pero, para su coleto, piensa que hace falta ser tonto para votar a quien te roba. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

No hay comentarios:
Publicar un comentario