Antes de que el gallo cante en la Navidad del año que viene, habrá más 
gente detrás de la Constitución, interpretándola como baluarte 
democrático”. Murmullos en la sala. Pablo Iglesias sonrió. No asintió; encajó. Xavier Domènech ,
 que siempre sonríe, negó suavemente con la cabeza. “Antes de que el 
gallo cante en la Navidad del año que viene, todos detrás de la 
Constitución”. 
Fue una afirmación que buscaba provocar al público en la 
presentación del libro Nudo España, amenizada en Barcelona por la
 irrupción de un grupo de exaltados de extrema derecha, eufóricos por la
 irrupción del partido Vox en el Parlamento andaluz. Han transcurrido 
doce meses desde entonces. 
10 de diciembre del 2018. Ocho días antes, las elecciones
 regionales andaluzas habían trastocado el panorama político español con
 la inesperada derrota de las izquierdas en una comunidad que parecía 
propiedad del PSOE desde 1982. Unas elecciones muy mal planteadas por el
 equipo de Susana Díaz , que quiso ganar con una alta tasa de abstención, la vieja táctica de Jordi Pujol .
 Los años dulces del andalucismo habían quedado atrás, 
muy atrás, y el enfado fue a votar. Enfado y miedo al futuro en la 
región que se halla en primera línea de la frontera más dramática del 
mundo. El enfado que se podía haber quedado en casa votó a Vox y lo 
alteró todo. PSOE y Ciudadanos no pudieron pactar. 
El día de las 
elecciones en Andalucía tuve oportunidad de charlar en Sevilla con José Rodríguez de la Borbolla, expresidente
 de la Junta, podríamos decir que el principal estratega del andalucismo
 socialista en los años ochenta, el hombre que ideó el primer 
desbordamiento constitucional de la Constitución –en eso consistió el 
referéndum autonomista andaluz de 1980–, un político serio que nunca ha 
tenido que pisar los juzgados, y vi cómo le cambiaba el semblante al 
mediodía, después de hablar por teléfono con algunos interventores del 
PSOE. “Vox nos va dar un susto”, me dijo. 
Justo un año después, el próximo 3 de diciembre, el 
partido de extrema derecha que empezó a galopar en Andalucía entrará en 
el Congreso de los Diputados con 52 diputados, cinco de los cuales son 
militares retirados o en la reserva, después de una insensata repetición
 de las elecciones generales, cuyas consecuencias a medio plazo aún no 
estamos en condiciones de poder calibrar.
 El gallo se ha puesto a cantar antes de Navidad y no 
vale escribir “ya lo advertí”, porque en realidad no sabemos muy bien lo
 que está pasando. Las placas tectónicas del mundo vuelven a chocar. La 
lucha por el control de las palabras vuelve a ser extenuante, como lo 
fue en la Guerra Fría. Se dan golpes de Estado ante la indiferencia 
general (Bolivia) y se califica de golpe de Estado lo que los jueces no 
se atreven a sentenciar como rebelión (Catalunya). 
Una corriente 
nerviosa atraviesa sociedades muy diversas, invitando a la gente a salir
 a la calle y a votar con las papeletas que más puedan incomodar en cada
 momento. España, ese país en el que todo parecía controlado desde el 
piso de arriba en el que se negoció la transición, se acaba de dar un 
baño de espuma de Weimar en unas elecciones desventuradas que nunca se 
tenían que haber repetido. 
No logramos entender lo que está pasando, pero sí sabemos
 que no han salido bien ninguna de las últimas jugadas pensadas desde el
 piso de arriba. Quisieron echar a Pedro Sánchez de la política y
 ahí lo tienen, envuelto en la espuma de Weimar y luchando por una 
investidura que se le puede volver a escapar de las manos. Quisieron 
encumbrar a Susana Díaz y mejor será ahorrarse los comentarios. 
Quisieron romperle las piernas a Iglesias y Podemos sigue en pie, con la
 mitad de los diputados y a punto de entrar en el Gobierno. Encumbraron a Albert Rivera y el fiasco ha sido descomunal. Quisieron propulsar a Íñigo Errejón como
 caballero blanco de las izquierdas del futuro y ha fallado el 
lanzamiento. 
No midieron bien la indignación de signo opuesto –de 
haberla calibrado bien, no se habrían repetido las elecciones– y los de Santiago Abascal van
 a ser los protagonistas del nuevo Congreso. Quisieron condenar a los 
líderes independentistas catalanes por rebelión y la sentencia ha bajado
 dos peldaños. Han querido empujar, ahora, al Partido Popular a la gran 
concertación con el PSOE y la sentencia de los ERE acaba de decir que 
eso difícilmente va a ser posible a corto plazo. No sabemos muy bien lo 
que está pasando, pero este tiempo no admite grandes jugadas de escuadra
 y cartabón. Hay una energía que viene de abajo y lo inteligente es 
canalizarla, no intentarla taponar. 
No sabemos exactamente lo que está pasando, ni lo que va a
 ocurrir dentro de unas semanas. Sánchez ha vuelto a ser arropado por el
 voto de la militancia socialista. Algunos lo querrían placar, pero 
nadie se atreve a dar el paso. Todo dependerá en los próximos días de la
 nerviosa relación entre Esquerra Republicana y su base electoral. Todo 
dependerá de su capacidad para actuar como partido dirigente. Tiempo de 
maniobras. Tiempo de emboscadas. Tiempo de torpezas.
Pablo Iglesias, que gana cuando pierde y pierde cuando gana, lee 
versículos de la Constitución y promete una coalición disciplinada. 
Llega Navidad y ya canta el gallo. Quiquiriquí... 
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia

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