Debatimos estos días sobre la burbuja especulativa que está 
disparando el alquiler de vivienda en algunas ciudades. Pero hay 
burbujas de otro tipo y más preocupantes. Me refiero a la forma en que 
conviven distintos grupos en el ámbito político, mediático y 
socioeconómico de este país. Comunidades herméticas replegadas en su 
burbuja que, en conjunto, conforman un mapa social lleno de fracturas.
La
 burbuja política es el efecto de un debate dominado por el relato 
partidista y tribal, asentado sobre la identidad de grupo —ya sea el 
partido, la nación o la patria— y su sesgo característico: aplaude al 
tuyo y culpa al otro. Son relatos impenetrables a la razón. 
Argumentarios impermeables ante el fracaso o la mentira.
La segunda es la burbuja de las redes sociales, el eco mediático de 
ese relato político. Cuando consumimos información no somos neutrales. 
Lo hacemos con lentes ideológicas, incorporando la evidencia que 
confirma nuestra visión del mundo. Por eso las redes sociales son una 
cámara de resonancia ideal para reafirmar los sesgos de cada uno.
La tercera es la burbuja socioeconómica. La que encapsula a los 
ciudadanos en realidades desiguales en la salida de la crisis. Una es la
 de quienes cuentan con más ingresos y formación, ahorran, creen en el 
esfuerzo personal y la meritocracia y se mueven en un entorno que apenas
 conoce el paro. Muy diferente a la de quienes llegan justos o no llegan
 a fin de mes, están menos formados, tienen más probabilidad de 
convertirse en precariado, viven en un entorno más castigado 
laboralmente y creen en mayor medida que el éxito depende de los 
contactos y la familia.
Esos dos grupos se han distanciado en el último año: los primeros 
llegan un poco mejor a fin de mes y los segundos un poco peor, según el 
CIS. Nada augura el cierre de esa brecha. Sobre todo si la inversión en 
educación sigue aupando a la escuela concertada frente a la pública, 
cristalizando el impacto de la clase social en el éxito educativo.
España es una sociedad encapsulada en sus fracturas, alimentadas por la polarización política y la desigualdad social.
(*) Politóloga

 
 
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