La manera como se ha producido el desenlace de la sesión nonata de investidura de Carles Puigdemont en el Parlament de Catalunya ha
 hecho saltar las costuras del independentismo, de la manera más abrupta
 posible. 
Que sea una cosa pasajera o no, lo veremos en las próximas 
horas o días. El independentismo se ha levantado en los últimos años de 
crisis más profundas. Si bien es cierto que en esta ocasión nadie sabe a
 ciencia cierta cómo hay que empezar a recoser el desencuentro y hasta qué punto es solo político o también personal. 
El hecho de que la presidencia del Parlament que ostenta Roger Torrent, de Esquerra Republicana, decidiera anular unilaterlalmente la sesión de investidura, sin consultarla con sus socios de Junts per Catalunya,
 es extraño; también que la información la recibieran a través de una 
comparecencia pública. En una situación no muy diferente se encontraron 
los diputados de la CUP que, con la sesión desconvocada, quisieron hacer
 evidente su malestar acudiendo igualmente al hemiciclo.
Esquerra explicó sus razones, apartándose de las visiones más 
catastrofistas. Ahora, la investidura ha quedado en un limbo del que 
nadie se atreve a hacer pronósticos sobre cuándo bajará. 
De hecho, el 
pleno ha sido aplazado, que no suspendido, y las declaraciones, 
contundentes y rotundas, de Torrent respecto a su compromiso con la candidatura de Puigdemont permiten
 pensar que esta situación se puede solventar con una cierta rapidez y 
también asegurar que está descartado que abra una ronda de negociaciones
 con los grupos parlamentarios para explorar la posibilidad de un nuevo candidato
 como le reclama toda la oposición, desde Ciudadanos a En Comú Podem, 
pasando por PSC y PP. 
El president del Parlament tiene el reloj del 
tiempo, algo muy importante en estos momentos, y la autonomía para 
imponer el manejo de la situación, toda una novedad en los últimos años 
donde las decisiones se habían consensuado en la Mesa del Parlament 
entre las tres formaciones independentistas, aunque la CUP estuviera 
fuera de ella.
La jornada del Parlament tuvo su colofón entrada la noche en Bruselas con un discurso del president Puigdemont
 apelando a la unidad como la gran arma del movimiento independentista y
 la necesidad de no perderla ante el embate de los tiempos que vendrán. 
Y
 una puya a Esquerra, a la que sin nombrarla recriminó que pensara que 
se levantaría el 155 "cumpliendo como alumnos aventajados la doctrina 
del 155". 
"Eso es una gran falta de realismo. El realismo es el 21-D". 
Era el punto y seguido a una agria jornada en el mundo independentista 
que se mueve, como se vió en el Parc de la Ciutadella, entre el 
desconcierto y el enfado. Para unos más de lo primero que lo segundo y 
para otros al revés. Eso sí, contentos con el espectáculo ofrecido no 
parecía haber muchos.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

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