En un radio de cien metros, el poder judicial español tomó 
ayer dos decisiones que van a entrar en los libros de historia. La 
cuestión de Catalunya es cada vez más la cuestión de España. A medida 
que pasan los días, a medida que pasan las horas, a medida que todo 
empeora y se complica, el diagnóstico se hace cada vez más evidente. La 
cuestión de Catalunya es la cuestión de España. 
En un radio de cien 
metros, alrededor de la plaza de la Villa de París, el poder judicial 
español adoptó ayer dos decisiones contradictorias, que van a llamar la 
atención de la Unión Europea. Desde anoche, Carles Puigdemont tiene más 
relato y más incomodidad en Bruselas.
En la sede del Tribunal Supremo, el juez instructor Pablo 
Llanera concedió una semana más de plazo a los abogados de los miembros 
de la Mesa del Parlament para preparar mejor la defensa de sus clientes,
 aforados y acusados por la Fiscalía General del Estado de los delitos 
de rebelión, sedición y malversación. 
Preparen mejor la defensa. Medida 
distensiva. Cuarenta y ocho horas antes, la sala segunda del Tribunal 
Supremo había introducido un significativo matiz en el auto de admisión 
de la querella: el delito de rebelión podría ser reconsiderado. 
Garantismo y posible reescritura de la acusación fiscal, con la mirada 
puesta en Europa. Timbre de Manuel Marchena, presidente de la Sala 
Segunda y figura de referencia en el sector conservador de la 
magistratura española.
Garantismo y una cierta distensión, mientras en Catalunya 
se deciden las candidaturas para las elecciones convocadas por el 
Gobierno central en aplicación del artículo 155. Una justicia atenta al 
polvo del camino.
A la misma hora, en la Audiencia Nacional se desestimaba 
cualquier aplazamiento garantista de las declaraciones de los consellers
 –sin aforamiento desde el sábado– y la jornada concluía con nueve 
órdenes de prisión. Después de encarcelar a Jordi Sànchez y Jordi 
Cuixart por el presunto delito de sedición, la juez Carmen Lamela emitía
 otro durísimo auto, en perfecta sintonía con la fiscalía. El toque José
 Manuel Maza.
Una foto antigua, en blanco y negro, regresaba, implacable,
 hablándonos del eterno carácter circular de la historia: Lluís Companys
 y seis de sus consellers detrás de los barrotes, tras los hechos de 
octubre de 1934. El eterno retorno. Así hablaba Zaratustra: dos años 
después de aquella fotografía, ganó el Frente Popular; el Front 
d’Esquerres, en Catalunya.
El encarcelamiento de medio Consell Executiu después de una
 declaración de independencia muy entrecomillada y sin ningún disturbio 
en la calle, convierte las elecciones del 21 de diciembre en un 
plebiscito contra el Gobierno central. La tensión vuelve a enmarcar con 
fuerza la cuestión catalana. Nuevas señales de alarma en Europa. La 
repetida sugerencia de Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo 
–destensar, dialogar– ha sido desoída. Las elecciones convocadas por 
Mariano Rajoy pueden estallarle en las manos en Navidad. 
Cuando eso 
ocurra, la derecha de la derecha le pedirá cuentas. La legislatura 
española puede entrar definitivamente en crisis antes de que llegue la 
primavera.
¿A quién obedece el fiscal Maza?
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia

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