Las 
elecciones del 20D y el fracaso para la formación de una mayoría 
suficiente para gobernar han propiciado la campaña electoral más larga y
 reveladora de la historia reciente de España. Los españoles van a las 
urnas seis meses después de la mal llamada primera vuelta con 
suficientes imágenes en la retina para que la propaganda que se 
desplegará en los próximos cincuenta días tenga un impacto muy relativo.
En
 los últimos meses, los principales partidos y sus cabezas de 
lista han ocupado el espacio mediático de una forma abrumadora, y 
es ya un lugar común señalar el hartazgo de la opinión pública con la
 esgrima verbal, las maniobras de simulación, los vetos y las 
líneas rojas. Las consignas están muy desgastadas y los guionistas
 de campaña tendrán que hacer un esfuerzo para no caer en la 
reiteración o el ridículo.
La tensión entre los partidos no 
creo que descienda en las próximas semanas ya que se enfrentan a dos
 fantasmas preocupantes: la abstención y el voto útil, La 
abstención, por el hartazgo y decepción de muchos votantes por el
 espectáculo político, bien orquestado por los medios; el voto 
útil, por la decepción de amplios sectores del electorado que 
cambiaron su voto en las últimas elecciones y que probablemente 
esperaban otra conducta de su nueva opción electoral.
La 
pregunta es a que partidos puede beneficiar la abstención el voto
 útil en el caso de que ambos fenómenos se produzcan de una forma 
significativa. O dicho de otra forma: a que partidos les puede 
perjudicar más. El primer movimiento, en ese sentido, lo ha dado la
 izquierda postcomunista que se agrupa en Podemos que ha 
abandonado sus maniobras de simulación –no somos de derecha ni 
de izquierdas- y se dirige a una coalición con Izquierda Unida, en 
proceso de reconversión tras el último y reciente congreso del 
Partido Comunista, su estructura básica. La izquierda radical se 
agrupa para ser más que el PSOE pero también por temor a la 
abstención, al desencanto que haya podido producir su 
comportamiento político en estos últimos meses.
El PSOE es 
la gran incógnita de esta campaña y de estas elecciones. Su 
posición errática bajo la dirección de Pedro Sánchez puede 
agravarse salvo que recupere parte de su electorado que se fue a 
Podemos. Su alianza de papel con Ciudadanos es más que nunca papel 
mojado. Aunque pretenda que va a ser la fuerza más votada –esas 
tonterías se dicen en campaña- tendrá que explicar con quién quiere 
aliarse para hacer realidad su fetiche del cambio. Las tensiones a 
que está sometida por derecha e izquierda, sin hablar de su 
complicidad con fuerzas secesionistas en Cataluña, Comunidad 
Valenciana y Baleares, tendrá que resolverlas en las próximas 
semanas si no quiere ver una fuga de votos en las dos direcciones. 
Un caída en votos y escaños abriría un horizonte nuevo e inédito en 
la historia del PSOE.
La derecha y el centro-derecha que 
representan PP y Ciudadanos tienen un problema grave. Su alianza 
postelectoral parece la más lógica y natural ante el escenario 
político español. Pero el empecinamiento de Ciudadanos de vetar a
 Mariano Rajoy, en una campaña contra su persona, como posible 
presidente del Gobierno de una nueva mayoría atenta contra los usos y
 costumbres democráticos, ya que su legitimación proviene de 
los votos de sus electores sin que medie causa penal alguna contra él.
 Las responsabilidades políticas, creo, se resuelven en las 
urnas.
Todo apunta, salvo sorpresas durante las próximas 
semanas que no se pueden descartar dada la actividad trepidante de
 nuestros tribunales y fuerzas de seguridad, que la aritmética 
parlamentaria será parecida. Si PP y Ciudadanos no alcanzan con 
sus escaños la mayoría absoluta, el fiel de la balanza estará otra
 vez en manos del PSOE aunque, tal vez, con menos diputados y un nuevo
 liderazgo.
Si la coalición Podemos-Izquierda Unida prospera,
 la sociedad española debe prepararse para una Parlamento muy 
escindido. El apoyo de esa coalición de Unidad Popular a las fuerzas
 secesionistas, bajo la fórmula blanda del derecho a decidir, 
creará dos bloques muy claros en el Congreso de los Diputados. La 
pregunta es dónde estará el PSOE y si será capaz de acudir a una cita 
que puede ser histórica para renovar el pacto político que supuso 
la Constitución de 1978.
(*) Periodista

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