El
 pleno de constitución del Congreso ha dejado anotada una cifra y ha 
puesto en evidencia las tensiones de una legislatura que será muy 
difícil de gobernar. Del primer pleno del Congreso sale una cartografía.
Del primer pleno del Senado sale una filosofía: el 
federalismo. Los federalistas, una estirpe siempre difuminada, tienen 
ahora la oportunidad que tanto tiempo llevaban esperando. No habrá otra,
  Manuel Cruz.
Ciento setenta y cinco diputados escribieron el nombre de  
Meritxell Batet en la primera votación para la presidencia del Congreso.
 175: este es el número de la legislatura. Esta es la conjunción 
parlamentaria que podría llegar a construir  Pedro Sánchez pactando un 
campamento base con Unidas Podemos, que sumaría 165 escaños. Podrían 
sumarse diez más. Con el apoyo de 175 diputados se puede gobernar. Falta
 uno para la mayoría absoluta, es verdad, pero hay otros cuatro 
diputados cuyo apoyo el PSOE podría recabar antes de llamar a las 
puertas de ERC y Junts per Catalunya. 
Vamos a escribir un nombre maldito
 para muchos: Bildu. Bildu ha obtenido cuatro escaños y esta legislatura
 va a Madrid a negociar y a competir con el PNV en la vertiente 
pragmática. Los partidos políticos vascos, sean abertzales o 
españolistas, tienen por norma no supeditarse nunca a los intereses 
catalanes. Bildu está ahí, con una buena interlocución con  Pablo 
Iglesias.
La legislatura podría tener otra cifra: 180. El PSOE y 
Ciudadanos suman ciento ochenta escaños, catorce por encima de la 
mayoría absoluta. Con esa cifra se podría gobernar España con aparente 
tranquilidad, dejando a un lado a un Partido Popular convaleciente, a 
los ultras de Vox, a Podemos e Izquierda Unida, a los nacionalistas 
vascos y a los soberanistas catalanes. Un Gran Centro liberal-socialista
 con el artículo 155 encima de la mesa, para lo que haga falta. Esa es 
la mayoría con la que sueñan algunos poderes fuertes en España, como 
iremos viendo con mayor claridad a partir del próximo lunes.
La fórmula 180 presenta algunos inconvenientes, sin 
embargo.  Pedro Sánchez y  Albert Rivera se detestan, como quedó de 
manifiesto durante la pasada campaña. El PSOE sanchista no quiere más 
desgastes por la izquierda después de haber superado la amenaza de  
sorpasso de Podemos. El Partido Socialista está obligado a afrontar la 
cuestión de Catalunya en términos pactistas, puesto que este es el 
mandato que ha recibido de las urnas. El PSC ha regresado y el PSOE no 
puede volver a ahogarlo, razón por la cual Meri-txell Batet preside el 
Congreso.
A su vez, Rivera ha ido muy lejos en su línea de 
confrontación con el PSOE. Ayer estuvo a punto de ir más lejos aún. El 
momento clave del pleno se produjo cuando Rivera intentó interrumpirlo 
en medio de la bronca por el juramento de los diputados presos. Una 
brusca interrupción podía haber roto la sesión parlamentaria con el 
consiguiente descalabro de la presi-dencia Batet y el posterior incendio
 de lo que queda de campaña electoral del 26-M. 
Ciudadanos va a tope 
para conseguir la alcaldía y la presidencia de la Comunidad de Madrid el
 próximo domingo. El pleno podía haber naufragado si  Pablo Casado 
hubiese secundado a Rivera. Fue una cuestión de segundos. Casado se 
quedó quieto, por no hacer seguidismo del partido rival y por un viejo 
el reflejo institucional del Partido Popular.
Tenso durante toda la sesión, Rivera buscaba el 
enfrentamiento visual con los diputados presos, mientras  Inés Arrimadas
 ofrecía besos de cortesía a  Rull, Turull y Sánchez. El domingo se 
sabrá si la derecha gana o pierde en Madrid, y si Ciudadanos logra 
superar al PP. Rivera se juega mucho el 26-M. A partir del lunes, 
Ciudadanos podría rebobinar como partido bisagra. ¿Podría hacerlo 
Rivera?
Los campos quedaron ayer delimitados, a la espera de
 los resultados del domingo. Hubo tensión. Una tensión muy teatralizada 
que contrasta con la cordialidad con la que se trataron los 
parlamentarios al comenzar al pleno, sabiamente dirigidos por el 
presidente de edad, el diputado socialista burgalés  Agustín Javier 
Zamarrón, reencarnación de  Ramón María del Valle-Inclán, que dirigió 
los primeros compases con inteligencia, tiento e ironía.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia

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