En un juicio se producen muchas cosas chocantes y si tiene la 
importancia del que se celebra en el Tribunal Supremo, donde se juzga a 
los nueve presos políticos catalanes, aún más. Este miércoles, por ejemplo, hemos visto al fiscal del Tribunal Supremo
 realizar un interrogatorio con un tono, como mínimo, inquisitorial, al 
responsable de Difusión Institucional de la Generalitat; y, no 
satisfecho con las respuestas, pedir que se lleve la declaración al 
juzgado de guardia por falso testimonio. 
El juez Marchena
 ha tomado partido y ha avisado perentoriamente al testigo de la sanción
 que le podría llegar a caer -con posibilidad incluso de un máximo de 
dos años de prisión- por falso testimonio. Ya se sabe que los testigos, a
 diferencia de los imputados, han de decir obligatoriamente la verdad y 
evitar subterfugios y evasivas en sus respuestas. Concreta la pregunta y
 concreta la respuesta, viene a ser el lema del tribunal.
Desconozco lo que sabe y lo que no sabe Jaume Mestre, a quien no he visto en la vida y tampoco he saludado,
 al menos, que yo tenga conciencia de haberlo hecho. Si no es así, y 
alguna vez hemos coincidido en un acto, se me habrá olvidado, porque 
estas cosas pasan, le guste o no a la justicia, y de ello no se deriva 
necesariamente un falso testimonio por mucho que uno esté obligado a 
decir la verdad. 
Lo cierto es que es apasionante y también aleccionador 
la asignatura de vida que puede acabar siendo un juicio de esta magnitud
 por donde transitan expresidentes, miembros de anteriores gobiernos, 
lehendakaris y un largo etcétera de personalidades.
Y es fácil rememorar ahora aquellas primeras declaraciones de Rajoy, Soraya y Zoido
 que no recordaban nada de lo sucedido, todo lo habían delegado o lo 
habían leído en los periódicos o visto en la televisión. Que los 
testigos más importantes tengan una desmemoria exagerada de aquellos 
días y no recuerden nada suena incluso normal por sus múltiples 
ocupaciones. 
La exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría por no 
recordar había olvidado si se había publicado o no en el Diari Oficial 
de la Generalitat la declaración de independencia aprobada por el 
Parlament. 
Quizás sea la única persona relevante que puede dar una 
respuesta como esta y quedarse tan fresca. Pero no pasó nada. Ni cuando 
el ex ministro del Interior Juan Ignacio Zoido se transmutó en ministro 
de no sé, no recuerdo... y, dubitativo e impreciso, salió a trompicones 
de una declaración que fue todo menos clarificadora.
Pero ahora es otra cosa. Y hay que dar como sea con la malversación 
ya que la rebelión tiene, hasta el momento, poco o ningún sustento 
jurídico, según los expertos. Dos acusaciones que, como hemos visto 
desde el primer día, están lejos de poder ser probadas. Pero la partida 
aún no se ha acabado.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

 
 
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