PARÍS.- Para los obispos, fue un discurso que marcará un antes y un después en las relaciones entre el poder terrenal y el espiritual, un mensaje de respeto, admiración y comprensión hacia la religión católica poco habitual en boca de un presidente de la República laica. Para una parte de la izquierda, las palabras que Emmanuel Macron pronunció el lunes por la noche ante la conferencia episcopal, en París, son un torpedo contra la laicidad, el principio de separación entre las Iglesias y el Estado, consagrado en la venerada ley de 1905, que forma el núcleo de la identidad de la Francia moderna, tal como recoge El País.
El discurso puede leerse como una operación de seducción hacia los 
católicos, atrapados, dijo el presidente, entre quienes les 
"instrumentalizaban" y quienes "les ignoraban". Es decir, entre una 
derecha que les intentó movilizar contra iniciativas del antiguo 
presidente, el socialista François Hollande, como la legalización del matrimonio homosexual; y una izquierda laica y a veces anticlerical que se negaba a escucharles.
El presidente quiere reconstruir "el vínculo roto". Sin ceder en 
ningún punto en cuestiones como la inmigración o la bioética, animó a 
los católicos a contribuir al debate, pero con "cuestionamientos" más 
que "conminaciones". Y sin que la Iglesia renuncie a resultar incómoda, a
 ser "uno de estos puntos de referencia que no ceden al humor del 
tiempo".
Macron elogió
 la dedicación de los católicos franceses a la ayuda a los más 
necesitados y les animó a "hacer más todavía" implicándose en la 
política. “Por muy decepcionante que pueda ser para algunos, por muy 
árida que a veces sea para otros, necesita la energía de los 
comprometidos, vuestra energía". 
Al mismo tiempo, esbozó una teoría de 
laicidad que sirve para otras religiones, no sólo la católica, chocó con
 las lecturas más estrictas de la ley de 1905, y convocó para algunos el
 fantasma de una apertura de la República al islam.
Macron defendió que lo laico y lo sagrado no se oponen. Al contrario.
 "Considero que la laicidad ciertamente no tiene como función negar lo 
espiritual en nombre de lo temporal, ni desenraizar de nuestras 
sociedades la parte sagrada que nutre tanto a nuestros conciudadanos", 
dijo. 
Y puso el ejemplo del teniente coronel Arnaud Beltrame,
 un gendarme profundamente católico —pero también francmasón— que el 23 
de marzo pasado sacrificó su vida al intercambiarse por una rehén 
durante un ataque terrorista en el sur de Francia.
Las palabras de Macron no sorprendieron a quienes le habían escuchado en septiembre ante las autoridades protestantes,
 o a quienes habían leído, en sus textos y entrevistas, su idea de la 
laicidad, o prestado atención a su iniciativa para remodelar el islam en
 Francia. Pero nunca las había articulado de manera tan clara como ante 
los obispos católicos. 
El portavoz de la Conferencia Espiscopal, Olivier
 Ribadeau Dumas, celebró el discurso como "un hito en las relaciones 
entre la Iglesia y el Estado". Para otros, socava en su esencia la 
laicidad y abre la puerta a mensajes similares hacia otras religiones.
"Esperamos a un presidente, escuchamos a un sub-cura", dijo Jean-Luc Mélenchon, líder del partido de izquierda La Francia Insumisa. El ex primer ministro Manuel Valls, y hoy aliado de Macron, avisó:
 "La laicidad es Francia, y sólo tiene un fundamento: la ley de 1905, la
 de la separación de las Iglesias y el Estado. La ley de 1905, toda la 
ley, nada más que la ley". La líder de la extrema derecha, Marine Le 
Pen, ve en las palabras de Macron un intento de "anestesiar" a los 
católicos para "atacar mañana la ley de 1905".
La laicidad de Macron se inspira en la de uno de sus maestros,
 el filósofo protestante Paul Ricoeur. Ricoeur abogaba por una "laicidad
 de apertura", en la que la neutralidad religiosa del Estado no fuese un
 obstáculo para la expresión, en convivencia o tensión, de la espiritualidad de sus ciudadanos. Lo contrario de esta laicidad abierta sería lo que Macron llamaba, en una entrevista en 2016, el
 laicismo, "una versión radical y extrema de la laicidad que se nutre de
 los miedos contemporáneos". 
"Hay que preservar como un tesoro la 
concepción liberal de la laicidad que ha permitido en este país que cada
 uno tenga derecho a creer o a no creer...", añadía. Todo estaba dicho.

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