Faltaba Acuamed. O sea, las desaladoras.
 Un caso que se extiende hasta la misma mesa de trabajo de la 
vicepresidenta del Gobierno de España, esperanza blanca para sustituir 
al Pasmarote. Quien creyera que la corrupción es un fenómeno aislado, 
colateral o circunstancial tendrá ya, a estas alturas, que revisar su 
buenismo. En esta Región no queda ya proyecto u obra que se haya 
escapado de la corrupción. Es más rápido hacer la lista de aquellas 
iniciativas donde parece, al menos hasta el día de hoy, que nadie ha 
metido la zarpa que la que resume los pelotazos y las sisas. Hay que 
hacerse a la idea de que aquí se ha robado a espuertas y no es posible 
aceptar ingenuamente que se trata de un fenómeno marginal de unos pocos 
desaprensivos. Queda claro que hay unas redes de complicidad y 
consentimiento sin las cuales todo este estercolero no habría podido 
instalarse. 
Como es lógico, los efectos de la corrupción no sólo 
se perciben en los sobrecostes y la distracción de recursos que luego 
resultan escasos para los deberes básicos de la gobernación, sino 
también en la ineficacia derivada de que los gestores estén más atentos a
 su propia ganancia que al desarrollo de los proyectos encomendados. Y 
para rizar el rizo, lo habitual es agrandar las necesidad, generar 
nuevas obras innecesarias para obtener de ellas el porcentaje 
concertado. No es extraño, pues, que casi todas las grandes iniciativas 
públicas estén preñadas de corrupción y que, en consecuencia, hayan 
resultado proyectos fracasados. Corrupción e ineficacia son dos caras de
 la misma moneda, y Acuamed, sin ir más lejos, es el perfecto paradigma.
Los
 Gobierno del PP, tanto el nacional como el regional, han venido 
consintiendo la corrupción porque no les era ajena. Bárcenas y Gürtel 
revelan que estaba incrustada en los propios aparatos al máximo nivel, 
incluyendo la cúpula. En esta Comunidad no se dado la más mínima 
exigencia de ejemplaridad entre otras cosas porque la acción del propio 
Gobierno ha empezado en muchos casos por incitar a la corrupción. 
Lo 
hemos visto en casos como La Zerrichera, Novo Carthago, Paramount y 
otros, en que la Administración transgredía en favor de intereses de 
empresarios amiguetes sus propias normas de protección medioambiental. 
Las consecuencias judiciales posteriores han creado un fenómeno, que aún
 parece perdurar, de parálisis del estamento funcionarial en esta área, 
por autoprevención, lo que acarrea prejuicios a proyectos limpios, es 
decir, a la dinámica de una sociedad sana, interceptada por la anomalía 
de una Administración pública que ha considerado durante mucho tiempo 
que la corrupción es un acicate para el desarrollo, con las 
consecuencias que ahora sufrimos, no sólo ya en lo económico sino 
también en lo político. 
La corrupción, insisto, no sólo es un mal
 por sí misma, sino que corroe todo lo que toca: desprestigia a las 
instituciones, provoca el estado de sospecha general e incluso incita a 
la resignación pública, pues su manto se extiende a ciertas zonas de la 
propia ciudadanía al aceptar éstas que, si es inevitable, hay que 
manejarse con ella y a ser posible gozar de los oscuros beneficios que 
genera. Los poderes públicos son conscientes de esta última 
consecuencia, así como que, por increíble que parezca, la corrupción no 
suele provocar mermas electorales a corto plazo. 
Esta es la razón por la
 que no se apresuran a exigir responsabilidades políticas salvo en casos
 como el de Murcia, por imposición de los socios de investidura del 
actual Gobierno. El PP llegó a mantener en su puesto a un alcalde 
condenado en todas las instancias por compra de votos hasta que el 
Tribunal Supremo lo inhabilitó y ya no podía legalmente presidir la 
corporación. Esto da idea del nivel de exigencia ética de un partido que
 ha intentado que la corrupción se metabolizara como parte de ´las cosas
 que pasan en la vida´ y que ha negado sobre todas las evidencias la 
propia existencia de la estructuración del latrocinio. 
Tan 
estructurada está que no hay ya, digo, espacio en el que no salte la 
liebre. Lo penúltimo, el AVE ya esquilmado antes de asomar el morro, y 
ahora, Acuamed. ¿Qué será lo de esta semana? Lo cierto es que ya van 
quedando pocas instancias en que la corrupción no se haya posado, de 
manera que tal vez eso contribuya a la relajación del corruptómetro. No 
hay mal que por bien no venga: han robado tanto que ya no les queda 
mucho por robar.

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