Aunque ha sido la residencia oficial de los Reyes de España, desde 
Carlos III a Alfonso XIII, a los Borbones nunca les gustó el Palacio 
Real de Madrid, también conocido como el Palacio de Oriente.
Fue Felipe V quien mandó construirlo en 1738, sobre los restos de un 
antiguo alcázar, con los planos de Juan Bautista Sachett, y el Rey 
Carlos III el primero en ocuparlo. El último, Alfonso XIII aunque 
también lo utilizó Manuel Azaña, presidente de la II República. Durante 
este periodo, lo de Palacio Real se cambió por lo de Palacio Nacional. 
Todavía hay una sala, al lado de la Real Capilla, que se conoce por el 
nombre de “Despacho de Azaña”.
Ignoro si el presidente fue feliz en este palacio. Ningún rey lo fue.
 Lo consideraban gigantesco, incómodo y frío, con sus 3,418 habitaciones
 y casi el doble que los Palacios de Buckingham y Versalles.
La propia Reina Victoria Eugenia guardaba tan malos recuerdos que, 
cuando viajó a Madrid, desde el exilio suizo de Lausanne, para amadrinar
 a su biznieto, el hoy rey Felipe VI, no quiso ni mirarlo. No solo 
porque allí fue una esposa mal querida, engañada y desgraciada sino, 
porque según contó en la entrevista que me concedió un mes antes de 
morir, pasaba tanto frío que hasta le salieron sabañones. Es tal su 
magnitud que, cuando se disponía a salir, revisaba no olvidarse nada 
porque era muy incómodo tener que volver a sus habitaciones.
Cuando don Juan Carlos fue proclamado Rey de todos los españoles, 
pudo haber elegido el Palacio de Oriente como residencia. Prefirió el 
palacete de La Zarzuela, que ni es palacio ni palacete, sino un antiguo 
pabellón de caza en los montes de El Pardo y que Franco le acondicionó 
cuando contrajo matrimonio con Sofía, en 1962. Desde entonces, ha habido
 tantas reformas, que hoy parece un ministerio, sin contar con el vulgar
 pabellón, residencia de Felipe VI y familia.
El Rey Juan Carlos lo utilizó, por primera vez, para el banquete de 
gala tras el solemne acto de la Misa del Espíritu Santo, en el templo de
 Los Jerónimos. Posteriormente, para agasajar a los Jefes del Estado en 
visita oficial, presentación de credenciales, la Pascua Militar y otras 
recepciones.
En una ocasión, don Juan Carlos lo utilizó en una delicada decisión 
como Jefe del Estado: fue el 1 de julio de 1976 para destituir a Carlos 
Arias Navarro, hasta entonces Presidente del Gobierno. Y lo hizo en el 
Palacio Real como símbolo del poder de la Institución que representaba.
Posiblemente, al utilizar el escenario del Palacio Real, como símbolo
 de la monarquía, Felipe VI quiso leer su mensaje de Navidad, en estos 
momentos tan críticos en la vida española.
Pienso que se pasó y fue un error “plantando el sillón en medio del 
inmenso Salón del Trono, la estancia más lujosa del Palacio Real”, Enric
 Gonzalez dixit, con toda razón. Y lo hizo bajo ese techo pintado por 
Tiépolo, paredes tapizadas en rojo de Génova, con orlas estilo rococó de
 plata dorada bordadas en Nápoles; doce consolas doradas de estilo 
rococó y otros tantos espejos hechos en Italia y rodeado de estatuas 
traídas por Velásquez, por encargo de Felipe IV. Todo ello iluminado por
 gigantescas arañas de la época de Carlos III, realizadas en plata y 
adornadas con cuentas de cristal de roca tallado y engarzadas en hilos 
de plata.
Cierto es que el momento tan delicado y trascendental que vive España
 exige solemnidad, pero no ostentación y lujo. ¿Dónde está el Rey 
modesto y discreto?
Mejor haberlo hecho, por supuesto en el Palacio Real, pero en la Sala Gasparini ó en el despacho del rey.
Resultaba ridículo verle sentado en medio del gigantesco salón y a pocos metros del trono, que da nombre a la estancia.
Afortunadamente, en esta ocasión, sin la presencia, aunque solo fuera
 en fotografía, de la consorte y de su hija Leonor. No está la situación
 para señalar a la heredera, cuando ni él tiene garantizado el cargo a 
largo plazo. Puede que la cuenta atrás de la monarquía esté a punto de 
comenzar.
A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito, si comparamos este 
mensaje con el del año pasado, leído en aquel cuarto de estar tan 
hortera –ni lo de hoy ni lo de ayer-ha perdido 1,5 millones de 
espectadores. Cierto es que el del año pasado era el primero que 
pronunciaba y había cierta expectación.
Hoy, a pesar de la situación, mucha menos. ¿Qué podía decir desde su 
puesto institucional? Lo que dijo. No se salió del guión que le 
corresponde como Jefe del Estado. Y habló de lo que tenía que hablar: de
 la unidad entre todos los españoles.
(*) Periodista

 
 
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