En 1931, hace ahora algo menos de 90 años, Ramón María del Valle-Inclán, tras conocer la marcha de Alfonso XIII camino del exilio,
 con un botín considerable que hoy equivaldría a unos 75 millones de 
euros, escribió: “Los españoles han echado al último de los borbones, 
Alfonso XIII, no por rey, sinó por ladrón”.
Estamos en 2020, un 3 de agosto, inicio de vacaciones de verano muy marcadas por el coronavirus y su nieto Juan Carlos I acaba de dejar pequeño el affaire protagonizado por Alfonso XIII. 
Igual que su abuelo, acaba de emprender el camino del exilio, con una fortuna más que considerable que el The New York Times cifró, en 2014, en unos 2.300 millones de dólares. El Campechano, como ha acabado siendo tratado coloquialmente el rey emérito, huye de España cuando se empiezan a abrir las causas de corrupción que le afectan muy especialmente pero con ramificaciones de diversa índole en el conjunto de la família real.
Es, evidentemente, un golpe a la monarquía española que no tiene parangón desde que fue reinstaurada al frente de la jefatura del Estado hará, dentro de unos meses, 45 años.
¿Está tocada de muerte la institución? Probablemente sí ya que aunque los movimientos del deep state con Juan Carlos I hace tiempo que tienen por objeto, sobre todo, proteger a Felipe VI, es evidente que la dimensión de los sucesivos escándalos de corrupción,
 su conocimiento de los mismos e incluso su presunta implicación en el 
reparto del dinero le convierten en una pieza que ya no es imposible de
 capturar por los partidarios de acabar con la monarquía.
La fragilidad de Felipe VI queda explicitada en un escueto comunicado de
 su Casa en el que da cuenta de que su padre le ha dirigido una carta en
 la que nada se dice de su renuncia al título de rey emérito mientras él
 le muestra su sentido respeto y agradecimiento ante su decisión de 
exiliarse.
Juan Carlos I destaca que “he sido rey de España durante casi 
cuarenta años y, durante todos ellos, siempre he querido lo mejor para 
España y para la Corona”, a lo que su hijo apuntilla la importancia 
histórica del reinado de su padre “como legado y obra política e 
institucional de servicio a España y a la democracia”. Ningún comentario
 sobre el motivo real de su huida.
Toda una tradición en la etapa moderna de relación entre España y los Borbones. En 1854, María Cristina de Borbón, reina consorte de Fernando VII, fue expulsada por ladrona; en 1868, su hija Isabel II
 se fue al exilio, además de por la ausencia de estabilidad política y 
su complicada vida amorosa por el robo de unas alhajas de la Corona. 
Antes marcharon Carlos IV y el ya citado Fernando VII. Y, más 
recientemente Alfonso XIII, el último Borbón que reinó hasta que llegó 
Juan Carlos I.
Aunque la caída del rey emérito se ha precipitado en los últimos meses, algun día habrá que analizar a fondo en qué medida la afrenta de Felipe VI a Catalunya
 al apoyar la violencia policial en los hechos de octubre de 2017 fue la
 tumba de una institución que hay tiene un suspenso en su valoración y 
está cada vez más cuestionada.
(*) Periodista y director de El Nacional

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