
No es grave, porque la economía mundial no es una liga deportiva, donde el que tiene más puntos gana (ese país será China durante muchos años e India más tarde, según el estudio) y el que tiene menos pierde y baja a divisiones inferiores. Es una de las ventajas del comercio mundial:
dos países que comercian salen ganando, aunque uno sea una
superpotencia y el otro un pequeño país. O sea, comprando a China
disfrutamos de los productos que necesitamos a precios más bajos que los
nuestros, y vendiéndoles les colocamos artículos cuyos costes son
menores en nuestro país.
“Pero, me dirá el lector, ahora estamos contra el comercio
mundial, porque no todos los españoles ganamos cuando comerciamos con
China”. Bien, pero lo que esto quiere decir es que repartimos mal las ventajas del libre comercio. O sea, el 'ranking' no es relevante, sino el nivel de vida dentro de cada país. África está
subiendo mucho en el 'ranking' mundial, pero su nivel de vida es,
todavía, mucho más bajo que el nuestro. En todo caso, cuando África
mejore su nivel de vida no lo hará a costa nuestra. O sea que tenemos
que alegrarnos de que a ellos el futuro se les presente tan atractivo.
“Pero, me pregunta el lector, ¿a qué se debe nuestra pérdida de posiciones?”. La respuesta es, principalmente, al menor crecimiento demográfico, que dentro de poco ya será un retroceso claro. Menos gente produciendo crean menos riqueza.
“¡Alto ahí! -dice el lector-. Lo importante es si mantenemos nuestra riqueza per cápita”.
De acuerdo, pero el problema es que no la mantenemos: en el último año
el crecimiento del producto por trabajador en España ha sido
prácticamente cero. Echemos la culpa a la falta de dinamismo
empresarial, a las instituciones inadecuadas que tenemos, a las
deficiencias de las regulaciones laborales, al escaso impulso que
estamos dando a la innovación o a la incertidumbre política. El caso es
que nuestro crecimiento es bajo.
Claro que no somos el único país que tiene un crecimiento potencial inferior al 2% anual,
o sea, que no somos capaces de crecer más rápido sin provocar
desequilibrios, por ejemplo, en la balanza de pagos o en el nivel de
endeudamiento público o privado. Por eso decía que lo alarmante no es
que perdamos posiciones internacionales, sino que las expectativas de
nuestro mejoramiento del nivel de vida sean pobres.
“La culpa es de nuestros gobiernos -dice el lector-, que no se
preocupan de los verdaderos problemas”. Concedido. Pero el problema lo
tenemos todos nosotros, y vale la pena que nos planteemos en serio
qué hemos de hacer. Por ejemplo, las expectativas de crecimiento del
empleo para el año 2020 no auguran una reducción sustancial de la tasa de paro, que es ya muy alta.
Pero volvamos a nuestro punto de partida. Europa es un continente envejecido,
que está perdiendo vitalidad, a pesar de que muchas empresas y sectores
siguen estando en la cresta de la ola, y lo importante es cómo puede
llegar al conjunto de la población ese dinamismo. Y esto se aplica de
manera especial a España, aunque hay otros países que sufrirán más que
nosotros, porque no consiguieron escalar las buenas posiciones que hemos
conseguido en los últimos años.
Cuando dos empresas compiten y una se lleva el contrato, la otra
pierde. Los países no compiten; no hay un podio en que se premie al que
más crece o al que tiene un PIB más alto. Pero ser un país grande y rico tiene otras ventajas de
naturaleza política: si quieres que te escuchen en las Naciones Unidas
tienes que ser un país grande, y si quieres tener un Ejército poderoso y
moderno necesitas tener mucha población y un PIB elevado, una parte del
cual dedicarás a defensa. Esto es, probablemente lo que preocupa ahora a Estados Unidos frente a las futuras potencias, China e India.
Europa pierde peso también en el plano
geopolítico, porque perdemos masa económica. Pero también por otras
razones: somos un continente dividido, y estamos cortos de ideas
importantes en el plano mundial. ¿Ha llegado ya la decadencia
demográfica al mundo académico?
(*) Profesor del IESE y economista
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