Hay programas electorales que huelen a guerra civil, que huelen a 
conflicto no resuelto, a cuentas sin ajustar. España parecía un solar en
 el que casi todo se podía discutir sin que la sangre volviera a llegar 
al río. 
Pero, como siempre, o como muchas veces, el carlismo volvió. En 
mala hora las broncas dinásticas comenzaron para condenar al país a una 
irresoluble y perpetua conmemoración de alianzas mal ajustadas, porque 
solían resolverse cortando cabezas, bombardeando ciudades o segando 
pescuezos de quienes pensaban distinto.
Empezaron Quim Torra y Carles Puigdemont, con un inconfundible aroma 
nostálgico de las épicas cabalgadas del general Cabrera por el 
Maestrazgo. ¡Qué hermosas guerras las carlistas, en las que las batallas
 dejaban uno o dos muertos, pero cientos de fusilados al día siguiente! 
Esas sí que dejaron una huella difícil de borrar. 
El régimen del 78 (que
 ahora se llama así) quiso eliminarlo con el Estado de las autonomías. 
Al parecer, no pudo.
Y luego vino la otra guerra, que fue, sobre todo, de clase, y solapó 
las carlistas. Esa, quien desea revivirla, con su programa, es Vox. 
En 
cada página, hay propuestas para que los españoles se vuelvan a liar a 
garrotazos. Desde luego, por la cuestión territorial, pero también —y de
 forma muy relevante— por la cuestión sexual. Andan las mujeres buscando
 en justicia que se meta a medio centenar de asesinadas en las listas de
 la violencia de género, y ahora les salen estos salvajes queriendo 
abolir todas las leyes que deben proteger los derechos de las mujeres. 
La razón es simple: dejar fuera a las mujeres que no han sido asesinadas
 por sus parejas es cuestionar la mayor, o sea, que los hombres tienen 
razones genéricas para aporrear a las mujeres. Por eso, que una mujer 
vote a Vox o a la derecha del PP es una incongruencia.
Pero hay más guerras civiles en muchos programas. Lo que no sabíamos 
es que también laten en la acción política diaria. Esquerra se tendría 
que pensar un poco más su alianza con ultras como Torra. 
Y Ciudadanos 
dejar de una vez por todas ese repugnante acuerdo con Vox, con los que 
quieren volver a meternos, en su sueño conjunto de guerras, en una 
refriega en la que Antoni Comín, por el PDeCAT, y Santiago Abascal, por 
Vox, lleven la batuta del sacrificio colectivo. A ninguno de ellos le 
repugnan los muertos. Parece.
(*) Periodista
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