Casi parece un juego de palabras o, más 
hispánicamente, un empeñarse en mantener el fuego mientras se pierde el 
huevo. A primeros de agosto publicaba Palinuro un post titulado La Normalidad, comentando la consigna del gobierno de actuar siempre en el marco de la normalidad que
 había venido a establecer. 
Normalidad con presas y exiliados políticos,
 aunque hayan traído a las primeras cerca de sus domicilios. Imposible. 
Lo dijimos entonces y lo reiteramos ahora. 
En el mes y medio 
transcurrido, ni un atisbo de normalidad. Esta solo existe para el 
gobierno y sus aliados. Los de Podemos no asistieron a la manifestación 
de la Diagonal en la Diada porque rompía la "normalidad", a lo que Colau
 añadía horrorizada que facilitaba la "unilateralidad" cuando, como todo
 el mundo sabe, lo normal es la bilateralidad.
Pero los hechos, es obvio, son tozudos; en especial los hechos penales. Entre el bautizo de la "normalidad" del gobierno y su entierro ayer en las declaraciones del PDeCat, ha mediado un mes en el que la tal "normalidad" ha convivido con dos procesos contradictorios que la han triturado. 
En
 el Estado, la "normalidad" ha convivido con un defensa atípica de la 
judicatura española en el exterior a cargo del gobierno, una cascada de 
informaciones sobre irregularidades en todo el proceso político por el 
1-O o instrucción de Llarena, un ataque sin precedentes del presidente 
del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo a las 
jurisdicciones europeas, singularmente la alemana y la belga, una nueva 
negativa belga a extraditar a un acusado en España, Valtonyc, unas 
inefables declaraciones a la BBC del ministro de Asuntos Catalanes, 
Borrell, de inmediato falseadas por el interesado al llegar a España y 
recurso de este para torpedear las delegaciones exteriores de la 
Generalitat (Diplocat). 
De la "normalidad" no quedan ni las burbujas, 
salvo que se admita como normal el sistemático torpedeo de la acción de 
la Generalitat.
Dice
 Borrell que está ganando la "batalla del relato" en el exterior. 
Cerrando delegaciones y siendo incapaz de justificar la existencia de 
presos políticos en España. Reconoce que la existencia de estos presos 
no ayuda al entendimiento. Le hace eco la ministra Batet diciendo lo 
mismo: mejor sería que no hubiera presos políticos. Ellos dicen 
"políticos presos", pero eso forma parte del empeño borgoñón en el 
fuero. No es que fuera mejor, sino que es la única forma de empezar a 
entenderse. Pero ahí están, anclados en esa "normalidad" profundamente 
anormal y de la que no consiguen salir igual que los invitados de El ángel exterminador, porque son incapaces de reconocer la verdad: que mientras haya presos y exiliadas políticas, no habrá normalidad. 
Los
 y las presos/as y exiliados/as políticos/as han dado al movimiento 
independentista un símbolo por el que luchar, la libertad; y un objetivo
 práctico que lograr, la libertad de sus dirigentes democráticamente 
elegidos e injustamente encarcelados. 
Si
 en algún momento los estrategas unionistas pensaron en quebrar la 
unidad del bloque independentista, con las últimas decisiones del PDeCat
 de retirar la moción con el PSOE y rechazar de plano la "normalidad" 
constitucional, ya habrán perdido la esperanza. La unidad, la pieza 
esencial de la armadura independentista se mantiene sin falla, incluso 
en medio de alborotadas polémicas sobre puntos tácticos.
La
 hace invulnerable la posición de Oriol Junqueras cuando zanja el asunto
 de modo incuestionable: si el Estado no acepta un referéndum pactado de
 autodeterminación tendrá otro 1-O, que puede ser cualquier otro día, 
por cierto.  
Tampoco
 se crea que ese referéndum goza de universal aceptación en el 
independentismo; hay sectores, singularmente la CUP, que lo rechazan por
 entender que ya se hizo el 1-O. El asunto es complicado. Pero valga el 
que se hizo entonces o el que se repita ahora, por mor de la legalidad 
(española) y la opinión (europea), nadie duda ya de que es, y fue 
siempre, la única solución, la sencilla forma de resolver la crisis, 
como se hizo en Escocia. 
Hay
 más. Al ser el referéndum de Escocia pactado con el Estado británico y 
vinculante, este se comprometía a no obstaculizar el reconocimiento 
internacional de una Escocia independiente. Digan ustedes eso a los 
políticos unionistas españoles, dispuestos a gastarse millones del 
erario para comprar voluntades en las cancillerías extranjeras y evitar 
la tentación de un reconocimiento de la República Catalana.
El
 referéndum es la forma más limpia de proceder, la que despeja las 
controversias sobre mayorías/minorías, la que resuelve todas las crisis y
 deja menos secuelas conflictivas. Maravilla que lo que se consigue en 
unas horas mediante un pacto en Escocia, resulte más difícil de alcanzar
 en España que la maravillosa manzana de Samarcanda, de las Mil y una noches, que curaba todos los males.  
Y, sin embargo, los cura. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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